PABLO Y
TECLA
Desde el Inicio de los tiempos el macho ha tenido papel protagónico. Pero
desde hace unos miles de años, este papel va cambiando: lentamente sin
zozobras, con astucia típicamente femenina. Pero sí, el papel se ha ido cambiando. Comenzó la
insinuante Eva con el jueguito de la manzana. Y siguieron frutales de manzanas
a lo largo de los tiempos: la de Venus que se insinuó al ingenuo y bobalicón
Paris; la dulce, trágica y triste historia de amor que cuenta
Francesca mientras el machito Paolo es solamente capaz de llorar y sin
duda no es protagonista; y cuantas otras historias hay de varones
domados por sus dulces hembritas hasta nuestros días, pasando por los caballeros
de la edad media cuando las hadas seductoras disponían de ellos como
peones en un tablero de ajedrez.
La historia de Pablo y Tecla debería en realidad llamarse la historia de Tecla
y Pablo, ya que Pablo, por lo menos en éste caso, es una figura poco heroica
y secundaria, a pesar de todo el debido respeto al Apóstol de las
Gentes. Tecla era una mujer de armas tomar, de la talla de Juana de
Arco. Y como la Doncella de Orleáns la virginidad era su blasón. El
estandarte de ambas debería haber tenido como símbolo una vulva de
virgen, cerrada a las empresas del amor. La virginidad para ella era un fin, un
medio, un himno al poderío femenino. Quizás producto de una decepción y como
consuelo para alcanzar amores sublimes nada menos que con la divinidad.
Tecla desafía las costumbres machistas de varias épocas anteriores
y posteriores y confunde las actitudes de personaje contemporáneos o sucesivos,
como el mismo Paolo, que se asusta del bellísimo cuerpo de la joven
Tecla y tembloroso nunca jugará un papel protagónico en la presencia de ella;
el gran Apóstol se dejará llevar por los acontecimientos, mas resignado
que audaz. Tecla será la negación de la proclama de Pericles repetido por Sófocles, según los cuales las mujeres deben
quedarse en la casa y no alborotar. Casi
dos siglos después su fama de Santa alborotará también a Tertuliano el
apologeta africano, machista a ultranza.
Me surge una duda: estas manifestaciones de
casi feroz odio a las mujeres, esta misoginia a ultranza como en los
primeros siglos de la era cristiana, ¿no habrán sido producto, en algunos
casos, de mentes de hombres que odiaban a las mujeres porque no podían amarlas?
¿Como el cuentecito ese de la zorrita que no quería las uvas porque eran
demasiado verdes?
La
chica Tecla, de unos 14 o 15 años, era una joven de buena familia, muy
linda, con cabellera estupenda, en edad de casarse con su novio, el joven
Tamiris. Vivía con su mama en Iconio, pequeña ciudad de Licaonia, en la moderna
Turquía.
Pero
un buen día pasó por allí cierto extranjero.
No
era un príncipe azul ni un joven atractivo sino una persona de
mediana edad, baja estatura, cejas unidas en la frente, nariz prominente
a la judía, piernas torcidas, calvo y barrigoncito. En fin, para una
chica de 15 años debió de ser un viejo feo. Pero, la joven Tecla no lo vio, al
principio, ya que solamente escuchaba su voz, asomada al balcón de su casa. Se
quedó atónita escuchándolo embelesada durante tres días y tres noches, sin
comer ni beber. La pobre mamá, Tróclea y el joven Tamiris, novio, hicieron de
todo para que la chica recapacitase y le decían que no era
conveniente para una joven que se dejara seducir por
las palabras de un hombre extraño y por unas doctrinas consideradas
peligrosas. Su mama la rogó y la rogó. Pero Tecla, con la testarudez
típica de los jóvenes en el pre-enamoramiento, no oía sino al predicador
misterioso. El joven Tamiris enfurecido, fue a denunciarlo al
procónsul romano; le cuenta lo sucedido: de sus estrambóticas
teorías sobre la virginidad, de la oposición al matrimonio, base de la
sociedad, a falta del cual no hay familia, ni moral ni Estado. El procónsul
manda a llamar a Pablo; éste se defiende como puede pero el procurador romano,
indeciso, lo manda a la cárcel en espera de ser iluminado de sabiduría.
¿Qué pasa con Tecla? La chica no se rinde, vende unas joyas, corrompe al
carcelero quien la dejó entrar en la horrenda cárcel.
Entra, lo ve, lo escucha.
Pasaron toda la noche juntos y solos, y en ese tiempo Pablo le siguió
predicando su doctrina, según refieren los apologistas cristianos. Pero cuando
la mamá de Tecla se dio cuenta que su hijita ya no estaba en la casa, que
había pasado horas, sola, en la celda con el extranjero, aumenta su escándalo y
el enojo. Denuncian a Paolo como corruptor de menores. Solus cum sola in loco solitario non cogitabuntur orare Pater Noster.
El Magistrado romano vuelve a escuchar a Pablo quien, a pesar de su defensa,
recibe una condena de azotes y la orden de dejar de inmediato la
ciudad; y a Tecla la aconseja y exhorta a casarse pronto. Ella ni
le contesta y rechaza de plano al novio. Entonces la indignadísima mama y
el enfurecido novio insisten tanto con el Magistrado
para que la condene a ella, a la joven, a muerte en la hoguera. Y el Procónsul,
al fin, accede a dictar la condena.
¿Otro
Poncio Pilato?
Bueno, Tecla es llevada a la hoguera desnuda. Ella invoca a Cristo. Las
llamas las envuelven sin dañarla y cubren pudorosamente su desnudez.
Pronto de los cielos cae una tremendísima lluvia que no solamente apaga el
fuego, sino que produce inundaciones a la ciudad y miles de habitantes perecen
en las aguas, como justo castigo divino. No se sabe lo que habían hecho de
malo, esos miles de habitantes, pero las fuentes no entran en el detalle.
Y
¿Pablo?
Se
había refugiado medio muerto de miedo entre los muertos en una
tumba en las afuera de la ciudad y allí lo alcanza Tecla. No se sabe si ella
logró taparse con algo; el hecho es que el pobre Pablo, al ver tan
esplendorosa belleza, sigue con el miedo, y teme futuras complicaciones. Tecla,
decidida, proclama abiertamente su deseo de seguir su amado maestro,
adonde sea que él decida dirigirse. Para tratar de pasar desapercibida, se
corta la bellísima cabellera, se ensucia manos y cara y se viste como un
muchacho. Más de mil años después, la Doncella de Orleáns recurrirá al mismo
disfraz para defender su doncellez. En fin, camina que te camina, Tecla y Palo
llegan a Antioquia, en Siria. Allí un príncipe, un helenizado de nombre
Alejandro, ve la “persona”. Queda prendado al instante aún sin
saber si se trata de muchacho o de muchacha, lo cual sugiere que se trataba
efectivamente de un helenizado. Se abalanza ávido sobre la
“persona” que lo tumba con fuerza extraordinaria. Otra vez la
muchacha es conducida frente a un tribunal porque el enfurecido Alejandro
la acusa de ser una prostituta y de haberle producido daños físicos. Alejandro
es un sujeto poderoso e influyente y el tribunal le cree o aparenta
creerle y condena a la pobre Tecla a las fieras del Circo. Pero una rica
viuda, pariente del emperador romano y que acaba de perder a su hija de
la misma edad de Tecla, se apiada de la chica y la invita a su casa para
defender su doncellez y en espera del día del suplicio. El día de la ejecución
Tecla es llevada a las fieras. Pero, oh, maravillas, una leona se pone a su
lado para defenderla de las otras bestias. Se acercan hambrientos un león y un
oso. La leona logra matar a los dos, pero sucumbe por las
heridas. Entonces el verdugo empuja a la joven dentro de un
estanque con cocodrilos feroces. En seguida baja del cielo un fuego misterioso
que envuelve otra vez su desnudez y le permite a Tecla de
inmergirse en las aguas del estanque para bautizarse
ella misma. Entonces la Autoridad recurre a otro tipo de suplicio: mandan a la
arena unos toros enfurecidos, porque tenían amarrado a sus testículos unos
carbones encendidos. Pero los toros se mueren y Tecla queda libre de ataduras.
La viuda rica se desmaya a la vista de tantos suplicios: el Gobernador
teme que la eventual muerte del la viuda, pariente del Emperador,
pueda afectar su carrera; cancela la sentencia y deja en libertad a la chica.
Tecla entonces va a visitar a la viuda rica ya recuperada, la convierte a la
verdadera fe así como a muchas otras matronas que se presentan en la casa de la
viuda.
Así
que en Antioquia funda el primer centro de Propaganda FIDE.
Inmediatamente después va a buscar el valiente Pablo que no había hecho
absolutamente nada para defenderla y, cola entre las piernas, había ido a
esconderse quien sabe dónde. Después de un largo viaje por tierra y
por mar lo encuentra finalmente en Licia. Pablo se queda admirado por la tenacidad
y valentía de la joven.
Pero Tecla, que tanto hizo para conseguirlo, le mira, le dice adiós y se
regresa a su casa en Icono.
¿Porque?
¿Porque ese
repentino cambio de actitudes para con su “amado maestro”?
¿Decepcionada en algo?
Misterio de la
mente femenina… máxime si acompañada de una ferviente tendencia a la
virginidad.
En Icono
encuentra a su madre y también la convierte a la fe. El pobre Tamiris no pudo
convertirlo porque mientras tanto se había muerto.
Tecla no se
queda en su ciudad sino que llega hasta Seleucia y funda un santuario en una
colina cercana.
Allí,
en Seleucia, durante muchos años predica la palabra de Cristo, cura
enfermos, hace milagros, convierte y bautiza. Pero su éxito produce envidia. La
envidian los sacerdotes del oráculo pagano de Sarpedón y máxime los médicos que
ven menguar sus clientes pagantes. Al fin, después de tantos
años, cuando la doncella seguía siendo doncella pero ya con la tierna
edad de noventa años, no se sabe bien quien, pero algún “caballero”, médico o
sacerdote que fuera, contrató unos delincuentes forzudos y sexualmente
bien fornidos para que violentaran la virgen doncella nonagenaria; se suponía,
de parte de los paganos, que Artemis (Diana), la diosa protectora
de la virginidad femenina, cancelara su protección y asistencia a la
virgen ya desflorada. Pero cuando los sicarios están prontos,
verga en la mano, para el acto de deturpación, Tecla logra arrodillarse,
a pesar de los reumatismos, y reza a su Dios: en la pared de piedra
se abre una grieta por donde pasa la vetusta virgen dejando asombrados,
temerosos e insatisfechos a sus fracasados violadores.
Pero no terminan las hazañas
de la intranquila Tecla. Desde la cueva, bajo tierra y mar, llega a Roma, donde
sabía que estaba Pablo. Pablo estaba, si, pero muerto y enterrado. Como sublime
acto de amor, Tecla ordena que la enterraran cerca de la tumba del hombre
que la había enamorado setenta y cinco años antes, cuando ella lo escuchó
hablar por primera vez. Y que la decepcionó, como casi todos los hombres
decepcionan a las mujeres que los aman.
3 comentarios:
Bellísima historia que no conocía. Gracias-como siempre- Aldo por rescatar estas hermosuras.
xxxx ME ESCRIBIÓ:
Gracias Maestro ! una Bulgara admiradora tuya te manda saludos.
Gracias, Margi! Que placer saber algo de ti despúes de tanto tiempo!
Pero tambien soy admirador tuyo por el colorido de esas bellas pinturas tuyas. Siguen pintando, verdad?
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