9 mar 2013

L- Personajes.- 21/54 PABLO Y TECLA


PABLO  Y  TECLA

       Desde  el Inicio de los tiempos el macho ha tenido papel protagónico. Pero desde hace unos  miles de años, este papel va cambiando: lentamente sin zozobras, con astucia típicamente  femenina. Pero sí,  el papel se ha ido cambiando. Comenzó  la insinuante Eva con el jueguito de la manzana. Y siguieron frutales de manzanas a lo largo de los tiempos: la de Venus que se insinuó al ingenuo y bobalicón Paris; la dulce, trágica y triste historia  de amor que cuenta  Francesca mientras el machito Paolo  es solamente capaz de llorar y sin duda no es protagonista; y cuantas  otras historias  hay de varones domados por sus dulces hembritas hasta nuestros días, pasando por los caballeros de la edad media cuando las hadas  seductoras disponían de ellos como peones en un tablero de ajedrez.
       La historia de Pablo y Tecla debería en realidad llamarse la historia de Tecla y Pablo, ya que Pablo, por lo menos en éste caso, es una figura poco heroica y  secundaria, a pesar de todo el debido respeto al Apóstol de las Gentes.   Tecla era una mujer de armas tomar, de la talla de Juana de Arco. Y como la Doncella de Orleáns la  virginidad era su blasón. El estandarte de ambas  debería haber tenido como símbolo una vulva  de virgen, cerrada a las empresas del amor. La virginidad para ella era un fin, un medio, un himno al poderío femenino. Quizás producto de una decepción y como consuelo  para alcanzar amores sublimes nada menos que con la divinidad. Tecla desafía las costumbres  machistas de  varias épocas anteriores y posteriores y confunde las actitudes de personaje contemporáneos o sucesivos, como el mismo Paolo, que se asusta  del  bellísimo cuerpo de la joven Tecla y tembloroso nunca jugará un papel protagónico en la presencia de ella; el gran Apóstol  se dejará llevar por los acontecimientos, mas resignado que audaz.  Tecla será la negación de la proclama de Pericles repetido por Sófocles, según los cuales  las mujeres deben quedarse en la casa y no alborotar.  Casi dos siglos después  su fama de Santa alborotará también a Tertuliano el apologeta   africano, machista a ultranza.
 Me surge una duda: estas manifestaciones de casi feroz odio a las mujeres, esta misoginia  a ultranza como en los primeros siglos de la era cristiana, ¿no habrán sido producto, en algunos casos, de mentes de hombres que odiaban a las mujeres porque no podían amarlas?  ¿Como el cuentecito ese de la zorrita que no quería las uvas porque eran demasiado verdes?

      La chica Tecla, de unos 14 o 15 años,  era una joven de buena familia, muy linda, con cabellera estupenda, en edad de casarse con su novio, el joven Tamiris. Vivía con su mama en Iconio, pequeña ciudad de Licaonia, en la moderna Turquía.
      Pero un buen día pasó por allí cierto extranjero.
      No era un  príncipe azul ni  un joven atractivo sino una persona de mediana edad, baja estatura, cejas unidas en la frente,  nariz prominente a la judía, piernas  torcidas, calvo y barrigoncito. En fin, para una chica de 15 años debió de ser un viejo feo. Pero, la joven Tecla no lo vio, al principio, ya que solamente escuchaba su voz, asomada al balcón de su casa. Se quedó atónita escuchándolo embelesada durante tres días y tres noches, sin comer ni beber. La pobre mamá, Tróclea y el joven Tamiris, novio, hicieron de todo para que la chica recapacitase y le decían  que no era conveniente  para una joven  que  se dejara seducir  por las palabras de un hombre extraño y por  unas doctrinas consideradas peligrosas. Su mama la rogó y la rogó. Pero Tecla, con la testarudez  típica de los  jóvenes en el pre-enamoramiento, no oía sino al predicador misterioso.  El joven Tamiris enfurecido, fue a denunciarlo al procónsul  romano;  le cuenta lo sucedido: de sus estrambóticas teorías sobre la virginidad, de la oposición al matrimonio, base de la sociedad, a falta del cual no hay familia, ni moral ni Estado. El procónsul manda a llamar a Pablo; éste se defiende como puede pero el procurador romano, indeciso,  lo manda a la cárcel en espera de ser iluminado de sabiduría. ¿Qué pasa con Tecla? La chica no se rinde, vende unas joyas, corrompe al carcelero quien la dejó entrar en la horrenda cárcel. 
       Entra, lo ve, lo escucha.
       Pasaron toda la noche juntos y solos, y en ese tiempo Pablo le siguió predicando su doctrina, según refieren los apologistas cristianos. Pero cuando la mamá de Tecla se dio cuenta que su hijita  ya no estaba en la casa, que había pasado horas, sola, en la celda con el extranjero, aumenta su escándalo y el enojo. Denuncian a Paolo como corruptor de menores. Solus cum sola in loco solitario non cogitabuntur orare Pater Noster.
       El Magistrado romano vuelve a escuchar a Pablo quien, a pesar de su defensa, recibe una  condena de azotes y la orden de dejar de inmediato la ciudad;  y a Tecla la aconseja y exhorta a casarse pronto.  Ella ni le contesta  y rechaza de plano al novio. Entonces la indignadísima mama y el enfurecido novio    insisten tanto con el Magistrado  para que la condene a ella, a la joven, a muerte en la hoguera. Y el Procónsul, al fin, accede a dictar la condena.
     ¿Otro Poncio Pilato?
      Bueno, Tecla es llevada a la hoguera desnuda. Ella invoca a Cristo.  Las llamas las envuelven sin dañarla  y cubren pudorosamente su desnudez. Pronto de los cielos cae una tremendísima lluvia que no solamente apaga el fuego, sino que produce inundaciones a la ciudad y miles de habitantes perecen en las aguas, como justo castigo divino. No se sabe lo que habían hecho de malo, esos miles de habitantes, pero las fuentes no entran en el detalle.
      Y ¿Pablo?
      Se había refugiado  medio muerto de  miedo entre los muertos en una tumba en las afuera de la ciudad y allí lo alcanza Tecla. No se sabe si ella logró taparse con algo;  el hecho es que el pobre Pablo, al ver tan esplendorosa belleza, sigue con el miedo, y teme futuras complicaciones. Tecla, decidida,  proclama abiertamente su deseo de seguir su amado maestro, adonde sea que él decida dirigirse. Para tratar de pasar desapercibida, se corta la bellísima cabellera, se ensucia manos y cara  y se viste como un muchacho. Más de mil años después, la Doncella de Orleáns recurrirá al mismo disfraz para defender su doncellez. En fin, camina que te camina, Tecla y Palo llegan a Antioquia, en Siria. Allí un príncipe,  un helenizado de nombre Alejandro, ve la “persona”. Queda prendado al  instante aún  sin saber si se trata de muchacho o de muchacha, lo cual sugiere que se trataba efectivamente de un helenizado.  Se abalanza ávido  sobre la  “persona” que  lo tumba con fuerza extraordinaria. Otra vez la  muchacha es conducida frente a un tribunal porque el enfurecido  Alejandro la acusa de ser una prostituta y de haberle producido daños físicos. Alejandro es un sujeto poderoso e influyente y el tribunal  le cree o aparenta creerle  y condena a la pobre Tecla a las fieras del Circo. Pero una rica viuda, pariente del emperador romano y  que acaba de perder a su hija de la misma edad de Tecla, se apiada de la chica  y la invita a su casa para  defender su doncellez y en espera del día del suplicio. El día de la ejecución Tecla es llevada a las fieras. Pero, oh, maravillas, una leona se pone a su lado para defenderla de las otras bestias. Se acercan hambrientos un león y un oso.  La leona logra matar a los dos, pero sucumbe  por las heridas.  Entonces el verdugo empuja  a la joven dentro de un estanque con cocodrilos feroces. En seguida baja del cielo un fuego misterioso que  envuelve otra  vez su desnudez y le permite a Tecla de inmergirse en las     aguas del estanque para bautizarse ella misma. Entonces la Autoridad recurre a otro tipo de suplicio: mandan a la arena unos toros enfurecidos, porque tenían amarrado a sus testículos unos carbones encendidos. Pero los toros se mueren y Tecla queda libre de ataduras. La viuda rica se desmaya a la vista de tantos suplicios: el Gobernador  teme que  la  eventual muerte del la viuda, pariente del Emperador, pueda afectar su carrera;  cancela la sentencia y deja en libertad a la chica. Tecla entonces va a visitar a la viuda rica ya recuperada, la convierte a la verdadera fe así como a muchas otras matronas que se presentan en la casa de la viuda.
      Así que en Antioquia funda el primer centro de  Propaganda FIDE. Inmediatamente después va a buscar el valiente Pablo  que no había hecho absolutamente nada  para defenderla y, cola entre las piernas, había ido a esconderse quien sabe dónde.   Después de un largo viaje por tierra y por mar lo encuentra finalmente en Licia. Pablo se queda admirado por la tenacidad y  valentía de la joven.
       Pero Tecla, que tanto hizo para conseguirlo, le mira, le dice adiós y se regresa a su casa en Icono.
      ¿Porque?
     ¿Porque ese repentino cambio de actitudes para con su “amado maestro”?
      ¿Decepcionada en algo?
    Misterio de la mente femenina… máxime si acompañada de una ferviente tendencia a la virginidad. 
     En Icono encuentra a su madre y también la convierte a la fe. El pobre Tamiris no pudo convertirlo porque mientras tanto se había muerto.
     Tecla no se queda en su ciudad sino que llega hasta Seleucia y funda un santuario en una colina  cercana. 
      Allí, en Seleucia,  durante muchos años predica la palabra de Cristo, cura  enfermos, hace milagros, convierte y bautiza. Pero su éxito produce envidia. La envidian los sacerdotes del oráculo pagano de Sarpedón y máxime los médicos que ven menguar sus clientes pagantes.    Al fin, después de tantos años,  cuando la doncella seguía siendo doncella pero  ya con la tierna edad de noventa años, no se sabe bien quien, pero algún “caballero”, médico o sacerdote que fuera,  contrató unos delincuentes forzudos y sexualmente bien fornidos para que violentaran la virgen doncella nonagenaria; se suponía, de parte de los paganos, que  Artemis  (Diana), la diosa protectora de la virginidad femenina, cancelara su protección y asistencia a la virgen  ya desflorada.   Pero cuando los sicarios están prontos, verga en la mano, para el acto de deturpación, Tecla  logra arrodillarse, a pesar de los reumatismos,  y reza a su Dios:  en la pared de piedra se abre una grieta por donde pasa la  vetusta virgen dejando asombrados, temerosos e insatisfechos a sus fracasados violadores.
 Pero no terminan las hazañas de la intranquila Tecla. Desde la cueva, bajo tierra y mar, llega a Roma, donde sabía que estaba Pablo. Pablo estaba, si, pero muerto y enterrado. Como sublime acto de amor, Tecla ordena que la enterraran  cerca de la tumba del hombre que la había enamorado setenta y cinco años  antes, cuando ella lo escuchó hablar por primera vez. Y que la decepcionó, como casi todos los hombres decepcionan a las mujeres que los aman.



3 comentarios:

Alfa Segovia dijo...

Bellísima historia que no conocía. Gracias-como siempre- Aldo por rescatar estas hermosuras.

Aldo Macor dijo...

xxxx ME ESCRIBIÓ:

Gracias Maestro ! una Bulgara admiradora tuya te manda saludos.

Aldo Macor dijo...

Gracias, Margi! Que placer saber algo de ti despúes de tanto tiempo!
Pero tambien soy admirador tuyo por el colorido de esas bellas pinturas tuyas. Siguen pintando, verdad?