27 ene 2011

Apoteosis del Cianuro






 H C N  En muchísimos lugares del mundo veo y leo avisos y recomendaciones de cómo prepararse para le tercera o cuarta edad. Todo es paradisiaco. Figuras de hombres y mujeres de abundantes cabellos blancos, un toque de bronceado a la Cote Azul que hace resaltar la belleza cautivante de una sonrisa satisfecha. Ojos que todavía tienen destellos de amor al mirar la misma pareja desde hace mas de 45 años; personas felices por compartir esa fase que promete ser la mejor de la vida. Un poco atrás aparece la figura discreta de una linda joven con su atuendo de enfermera, sonriente también y que lleva de las manos esas estupendas criaturas que son los nietos de uno, felices de renunciar a los pasatiempos habituales con sus amiguitos para dedicarse a los súper amados abuelitos. Y más lejos se ve al hijo, feliz también de haber renunciado a su partido de futbol para dedicarle un tiempo a los padres en su Residencia; naturalmente acompañado por su amorosa joven esposa, feliz también de haber renunciado a sus amigas y a los habituales chismes o juegos de cartas para acompañar al marido en la espontánea visita a los padres-suegros.
Y en la conversación todo es: abuelitos, amiguitos, heladitos, comidita, sopita, la camita, el sueñito… todos son dulces diminutivos como en la casita de los siete enanitos.
Y los abuelitos y los hijitos y los nietitos todos sonríen entre si y todos son bellos y todos se aman. Un montoncito.
Ahora bien, queridos lectores, me gustaría preguntar: quien de Uds. ha estado en un residencial por más de tres horas? Es una infinidad de tiempo, claro: los niños tienes que estudiar, el hijo debe hacer no se sabe que, la esposa debe preparar la cena. Así que deben irse. Pero Uds., claro, los padres, pueden quedarse un ratito más a ver su televisión, la enfermera consiente con un gesto de amabilidad y después de la cena a la camita y que tengan dulces sueñitos. En media hora la enfermerita terminará su turno, irá a su casita para darles comidita a los hijitos habidos con el primer marido y para verse, después y por fin, con su noviecito actual.
Los padres, en el Residencial, se pondrán frente al televisor, pantalla anchísima, butacas comodísimas. Pero ellos aun que miren al televisor, no ven al televisor. Ven a sus hijos cuando tenían la edad de sus nietos. Para ellos, para sus hijitos de hace 30 o 40 años, los padres eran héroes. Y los ven, ahora y muy bien, en su memoria antigua que no se ha debilitado demasiado todavía. La naturaleza es sabia: para que la memoria cercana? Para que recordar lo de ayer cuando fue igual a lo de anteayer? Mejor recordar las cosas de hace muchísimos años. Cuando uno contabas mucho para ellos. Los ves jugando entre ellos, entre hermanitos, en escenitas de hace 40 años, todavía vividas, cabellos sueltos, risitas, corriendo hacia ti y diciéndote: Mira papá, mírame, lo que estoy haciendo. Y se tiraban a la piscina como renacuajos. Para que tú los vieras y admiraras. Ahora ya no. Ahora ya no les interesa que tú los mires. Ni a los nietos. Ni a nadie, ya. Somos solamente unos viejitos en sillas de ruedas o con andar inseguro que hay que ayudar, disimulando, si se quiere cruzar un escaloncito poco visible. Y después a la camita, ayudado por la enfermera que delicadamente te apura, porque la esperan sus hijitos y el novio actual y no puede perder el turno del Ómnibus.
Hay que aprender a saber vivir la vejez. Cada etapa de la vida tiene sus ventajas. Saberlas vivir y aprovecharlas es de sabios. Con eso nos martillean las jóvenes psico- sociólogas. Quizás tengan razón. Mejor dicho, estoy seguro que teóricamente tengan razón. Pero no dejo de preguntarme: porque carajo entonces se aterran cuando descubren las primeras canitas o las primeras arruguitas?
Tengo más de un año yo en este residencial para el adulto mayor, como dicen ellos. Semantica. No es geriátrico. No es asilo para ancianos. Es Residencia para el adulto mayor, con bronceado a la Cote d´Azul. He visitado y visto muchos residenciales para el adulto mayor. En todo el mundo. Italia, España, USA y hasta en China. Hasta formé parte por unos años de la junta directiva de uno, muy bueno, en Caracas Teóricamente era para todos, en la práctica, el de Caracas, reservado a italianos. Estaba yo en mis cincuenta y ni remotamente pensaba que podría formar parte de uno de ellos; pero no como Directivo como era entonces, sino como Residente. Había visitado ese residencial porque me habían encomendado unas esculturas de carácter religioso. La sociedad y dirección era laica, sin fines de lucro, aun que el manejo de los “ residentes” dependía en su cotidianeidad de una orden religiosa; y de una orden religiosa principalmente porque el “ servicio” era casi completamente grati; y porque la orden era casi completamente europea, de italianas y españolas.
 Las monjitas, eran muy temerosas de Dios y me miraban con cierto recelo y preocupación para tratarse en mi caso de un artista laico con fama de pecador. Pero la dirección se impuso:
“No nos importa como piense Macor en tema de religión ni como actúe en su vida privada. Lo que importa es que en estos momentos es el mejor escultor de Caracas.”
Pero yo sabía que las buenas monjitas se escandalizaban cuando yo no hacia las tradicionales genuflexiones frente a la Sagrada Imagen del Cristo que yo mismo había modelado, con cuerpo atlético , casi desnudo y con cara y  cuerpo  de buen mozo.
“ ¡Qué bello! “ Le oí comentar a una monjita joven, de inmediato fulminada por la mirada de la Madre Superiora. Para mí, el hacedor, la imagen del Cristo no era nada de sagrado sino una expresión de arte y sentía “fuera de contexto” que me arrodillara frente a una escultura mía.
Bueno. Pero eso fue hace muchísimos años. Ahora sí, soy residente en un geriátrico. No para alabar a los propietarios, pero de verdad este residencial es muy bueno, comparado con muchos otros que he visto en éste y otros países. Pero, coño, ¿cuál es el remedio contra la vejez? Puedes tener rosas en el jardín de tu residencial, pero, ¿como hacer para tenerlas en tu corazón?
Como es posible que algunos ilustres sostengan que la vejez es la mejor época del hombre? Y sin embargo así también sostenía nada menos que el queridísimo y apreciadísimo Marco Tullio Ciceron, en su De Senectute.
Siento muchísimo que ya no pueda citar literalmente algunas frases de él, ya que el librito ese, escrito en latín y que yo tenía prestado a la biblioteca de mi actual Residencia, se desapreció. No hay nadie en mi Residencia que pueda leer latín. No entiendo el motivo por el cual pueda haber desaparecido, pero desapareció. De todas maneras, por lo que recuerdo de ese libro, leído hace millones de años, puedo decir que el buen Cicerón a la sazón hombre de 60 años, una hazaña para sus tiempos, razonaba más o menos así:

”Ah, qué bello ser viejo! Cuando hablas todos te escuchan con deferencia y puedes dedicarte a tus labores preferidas, a escribir, a pensar, filosofar, a estudiar sin que el superficial placer del sexo esté constantemente al acecho y no te deje tranquilo. Porque de joven, si, puedes ser estudioso, pero es suficiente oír la risa alegre de una linda doncella, para que tus pensamientos, por graves y serios que sean, se disuelvan en visiones y deseos de placer. Y ya dejará el polvoriento volumen y la mirada severa del maestro y con la vista seguirás ávido el revoleteo alegre y tonto de unas chicas que juegan entre ellas y ríen y coquetean. Pero ahora no…Cuando por fin llega la sabia “senectute”  -  seguía Cicerón, supongo en buena fe, es lo grave - tu podrás seguir dedicándote a tus estudios, sin interferencias y distracciones superficiales ya que tus sentidos ya no morderán tu cuerpo y serás feliz, en la quietud de la sabiduría…”
Y así seguía Cicerón, el grande Marco Tulio Cicerón, en sus desvaríos senescentes.
No, estimado Marco Tulio, lo siento, pero podrás haber sido uno o quizás el más grande de los oradores, pero en eso del elogio de la vejez, nunca, nunca jamás encontraras mi aprobación.
Vayamos a revivir y recordar, amigos todos, lo que la poesía del mundo nos ha enseñado en miles de años en todos los continentes. Esta quintaesencia del alma humana que solamente unos prometeos privilegiados logran robar a los dioses,  o sea la  poesía y el arte en general, no son sino himnos al amor, a la juventud, a la belleza y a la vida. Lo demás no cuenta. El dinero y el poder de cualquier tipo no son sino medios. No hay nada en el mundo que valga un beso de amor: lo dice la canción celebre con algo de cursilería, pero es cierto.
Qué función tiene, entonces, el Asilo de Ancianos?
Primero consideramos que hay ancianos y ancianos.
Hay ancianos y son en número muy reducido, muy pocos, pero que fueron “algo” en la vida y que dejaron huellas según les permitió su inteligencia, su cultura, su suerte, su ambiente, su carácter; llamémoslos ancianos Alfa, en honor de Aldous Huxley.
Hay ancianos que fueron la aurea mediocritas como decía Horacio, grupo bastante numeroso, que nunca llegaron a la cúspide pero que tampoco se arrastraron en el suelo; llamémoslos ancianos Beta.
Y después vienen los demás, todos los demás, la gran caterva de ancianos, la mayoría de personas que nunca fueron nada de especial en la vida, ni de jóvenes ni de viejos y su departida no dejará absolutamente ninguna huella: los ancianos Gamma.
Y ahora consideramos a los familiares, hijos y nietos de los ancianos. Esos sí, son más homogéneos, aparte las diferencias económicas y eventualmente culturales. Son más homogéneos porque todos están acomunados por el mismo deseo-necesidad de deshacerse del anciano. Así de plano y dicho sin hipocresías. Deshacerse del anciano, porque ya no habitamos en grandes casas de sociedades semi rurales donde convivían dos o tres generaciones de la misma familia y había puesto para todos.
Los apartamentos de hoy en día son apartamentitos para una pareja y para sus dos niños hasta que sean niños y después que tomen el vuelo ellos también. Imaginarse si sería posible dedicar una habitación entera al viejo abuelo. ¿Quién lo atendería, ya que todos corremos como maratonistas?
Así que, amigos míos, el Asilo de Ancianos o sus variantes semánticas, en realidad no está hecho para los ancianitos sino para ofrecer soluciones de gran utilidad para los familiares de los ancianos de hoy en día.
La pregunta ahora es otra: para que tipo de anciano seria de verdad útil el Asilo, o el Residencial para el adulto mayor, o come se quiera llamar?
¿Para el anciano Alfa? Para el hombre que en sus 40 y 50, el periodo de oro, era un hombre de poder, en cualquiera de las ramas del intelecto humano?
¿O para el anciano Beta, el hombre normal, el hombre en gris, que mas o menos conscientemente siguió adelante en la vida sin ponerse grandes problemas y viviendo en una tradicional amorfa familia sin muchos destellos? Un Monsieur Travet, al fin?
¿O para el anciano Gamma, seguramente muy poco intenso, de bajo perfil, quizás algo de timidez, poca seguridad en sí mismo; pero al mismo tiempo de esos tipos de personas que si por circunstancias de la vida son llamadas ocasionalmente a funciones superiores a sus capacidades se portan colmo el ratón que se venga de su pequeñez mordiendo heroicamente al león herido y moribundo.
La vejez acomuna a todos : dolores artríticos, poca visión, faltas de memoria, disminución de audición, piernas inseguras, perdida de cabellos y de dientes, disminución de la capacidad de concentración, degeneración del aspecto físico en general son las hojas que una tras una caen de las ramas
¿Quién sufrirá más?
Sufrirá más ¿el que habrá obedecido toda su vida o él que estaba acostumbrado a mandar? ¿Para quién será más fuerte el contraste?
El que fue más grande sufrirá más. Las caídas golpean más a quien cae desde más alto.
En fin, para tener una aceptable vejez que no se aparte demasiado de los parámetros de la así llamada vida útil, es preferible provenir del montón y ser del montón. No hay ningún sentido de arrogancia intelectual en ésta afirmación. El hombre superior, debe morir al  iniciarse su inevitable degeneración, ponerse viejo o tercer dependiente. Estará  siempre más aislado e inclusive puede objeto de burlas. Ha habido varios casos de eso en la historia. Recientemente tenemos a Margareth Tacher, un cerebro de primera, agobiado por la demencia senil. Casos similares son los de  Caldera, Carlos Andrés Pérez, para hablar de personajes que de manera u otra he conocido en mi vida. En época pasada, no se salvó ni el gran Napoleón, rodeado de hormiguitas que le roían el hígado. En otro campo muy diferente pero un hombre genial, el hombre más famoso del Setecientos, Gian Giacomo Casanova, objeto de burlas atroces por parte de los lacayos del noble Alemán que quiso protegerlo de la miseria en su triste y frio Castillo del Centro Europa.
Aun que se tenga la gran suerte de ser rodeado del más sincero cariño, se será  solamente uno de los tantos viejos babosos en un rincón de la habitación.
 Llegado a ese punto, es más digno y heroico decidir su proprio destino.

10 ene 2011

¡Chupen, chupen, hijos míos!


INICIOS DEL 1944. Eran los tiempos de los alemanes en Roma. Mussolini había sido liberado del Hotel-Cárcel donde el rey creía haberlo neutralizado. El Feldmariscal Kesserling era el comandante de las tropas germánicas en Italia. E Italia, ex amiga y aliada de los alemanes, se había transforma do: mitad Italia era amiga y aliada de los alemanes. Y la otra mitad era amiga y aliada de los Aliados, en contra de los ex aliados del día anterior.
Situación cómica, trágica y vergonzosa de la tierra de Macchiavelli, o de Polichinela, según los puntos de vista.
De todas maneras, filo Aliados o filo Alemanes, en Roma había hambre. De vez en cuando llegaban misteriosas ayudas alimentarias a través del Vaticano y que provenían en su gran mayoría de U.S.A., pero también de Perón; todavía admirador de Mussolini, por ahora, y que en parte creía y quería imitar. Llegaban trigos y harinas y azúcar con los barcos Liberty americanos, de bandera neutral y sin ser molestados por nadie, y mucho menos por los alemanes. Descargaban toneladas de “cargas” en el puerto italiano de Ostia para ser entregados al neutral Estado de la Ciudad del Vaticano. Nunca se sabía, ni se supo ni se sabrá exactamente cuántos eran los ciudadanos vaticanos en sentido amplio, o sea las bocas por alimentar, incluyendo a los nunca admitidos personajes, familiares, allegados de políticos, hebreos, y otros perseguidos en general que el Vaticano abrigaba y alimentaba. Pero las cargas de los Liberty superaban en varias ocasiones las necesidades del Vaticano y mucha de esa ayuda se filtraba, a través de conductos más o menos legales, a los ciudadanos de la Ciudad Eterna, incluyendo al barrio Judío, cerca de San Pedro. Y naturalmente con la prudente y discreta aprobación por el príncipe Eugenio Pacelli, Papa Pio XII.
Y también llegaban a Roma, a través de otros canales, ciertas ayudas a funcionarios, empleados y obreros de alguna que otra grande organización con sede en el norte de Italia y que ayudaban a las mal pertrechadas sucursales de Roma y Sur. En el caso de nuestra familia a veces nos avisaban del banco donde mi papá trabajaba, para que fuéramos a retirar algo de comida. Y se formaba el corre corre. No había automóviles, porque la gasolina estaba muy racionada y se iba en tranvía o con bicicleta. En cierta ocasión apareció una especie de triciclo, admitido por los alemanes. No recuerdo de dónde salió, quizás mi mamá lo alquiló. Las dos ruedas delanteras estaban bastante distanciadas para permitir la colocación muy rústica de una especie de cajón, más o menos de un metro cúbico.
“Aldo, ve con el triciclo alla Banca Commerciale, a recibir lo que te darán. Pero no te olvides el carnet de estudiante ¿sabes? Es muy importante.”
¿Qué era este Carnet de Estudiante? Durante esa ocupación de facto de Roma por parte de los alemanes, en las escuelas, por lo menos en mi liceo, nos dieron un carnet que nos acreditaba como estudiantes de raza aria. Estaba muy bien subrayado eso de la RAZA ARIA. Era un carnet bilingüe italiano-alemán, y tenía el sello de la Repubblica Sociale Italiana y del Ejército Alemán. El motivo era que los alemanes habían comenzado ciertas razias para llevar desocupados (o presos, o hebreos, o comunistas) a trabajar, supuestamente, en las fábricas de Alemania. Y ese carnet, que todavía conservo, era para salvaguardarnos de eventuales razias y también -se supo después- de la eventual cámaras de gas.
Bueno. Con ese triciclo, decía, mi hermanita de 10 años y yo salimos de nuestra casa y costeando el “rubio” Tiber llegamos hasta el centro de Roma, donde imperaba la Sede Romana de la dignitosa e imponente Banca Commerciale Italiana.
Entramos por un salón-depósito de servicio, con entrada por atrás del elegante edificio del banco. En esa época se respetaban mucho las jerarquías. Si eras persona de manga de camisa, entrabas por la puerta de servicio. Y por allí entramos. Había otras personas, una veintena, como nosotros, con bici-triciclos o con carritos, en espera de que los empleados distribuyeran lo que nos tocaría. ¿Comida? ¿Cobijas de lana para el invierno? ¿Carbón para las estufas?
Al llegar mi turno:
“ ¿Te gustan las uvas pasas?“, me preguntó un empleado-obrero- cargador, en romanesco colorido.
“ Mbe, ¡sí, me gustan...!
“Entonces agarra esto!”, y cargó en mi triciclo un saco de 45 kilos de uvas pasas. Nos quedamos mirando el saco, mi hermana y yo. ¡Era de verdad un montonón de uvas pasas.
Después, dirigiéndose a mi hermanita:
“Linda señorita, ¿quieres algo de dulce... especial?”
Y nos invitó a seguirlo. Lo seguimos. Llegamos donde estaban vaciando algo desde unos recipientes mucho más grandes, de metal, supongo, en unos botellones de vidrio de unos dos litros.
“¿Y eso qué es?”, pregunté.
“Miel”, dijo. “Pero de la buena de los Alpes. ¿Quieren un par de botellas?”
“Vabbé…”
Y comenzó a llenar dos botellas. Pero, al llenarla hasta el tope, parte de la miel se salió, o no podía entrar más, total se vertió en parte en el cuello de las botellas. Yo hice como para limpiar el derrame de miel con un pañuelo. Pero el tipo, escandalizado, me regañó.
“¡Que noooooo! ¿Vas a tirar así esa gracia de Dios? Leccate, leccate, fiji mii, que tutto é bono! (“chupen, chupen, hijos míos, que todo es bueno!”)
Y sí, mi hermanita y yo, obedientes, lamimos al principio con timidez y después con cierta codicia, la miel que bajaba por el cuello de la botella.
Entre la miel y las uvas pasas nos alimentaríamos por más de un mes. Pero es también cierto que después de tantos días de comerlas, y solamente eso, uno se cansa, y le dije a mamá:
“Mamá. Te juro que si salimos de eso, nunca más en la vida voy a comer uvas pasas“.
… El tiempo pasa…


Hace cuatro días falté a mi propósito-juramento. En el Residencial donde resido, una muy gentil señora quizás en agradecimiento a un carboncillo que le hice con mucho cariño y que le regalé, me obsequió un lindo sobrecito con lacito rojo. Me conmovió. Abrí el sobrecito. Y al abrirlo me conseguí un paquetito de uvas pasas.


Habían pasado 55 años.

7 ene 2011

El Ring de Viena en 1949



El cataclismo de la guerra había terminado desde poco. Y con esfuerzos todo el mundo consciente trató de rehacerse a sí mismo. Habían caído ideales y entre los jóvenes se estaban abriendo horizontes nuevos. Me refiero a los nuevos intelectuales, estudiantes, jóvenes profesionales.

Cada uno buscaba su identidad. A veces se conseguía, a veces no, algunos se pararían en el camino renunciando a heroicas ansias juveniles de renovación para dedicarse a la monotonía del trabajo con solo fines de supervivencia económica. El grupito de mis amigos, último año de liceo clásico o primerísimos de universidad, estábamos todos en familias con una situación que no era en absoluto de opulencia, pero tampoco de grandes necesidades económicas. Por lo cual podíamos permitirnos el lujo de aspirar a algo nuevo, indefinido, a querer ver, querer conocer, peguntarse el porqué de las cosas, de los eventos terribles ocurridos, conocer otras ideologías, visitar diferentes países para constatar distintas realidades producidas por el mismo torbellino de más de seis años de guerra, que habían revuelto Europa expandiéndose por el planeta.

En el 45 por fin se había dado la terminación de la guerra con rendición Alemania y Japón y había iniciado el criticado Juicio de Nuremberg; en el 46 nació el gobierno socialista en Francia y mi trabajo con los Americanos en la oficina de Censura Aliada; Sartre nos emocionaba a todos y más tarde llegó el Plan Marshall que revivió a Europa; vino mi licenciatura en el Liceo Clásico, la entrada a la Universidad; y con cinco centavos y medio fuimos, el grupitos de amigos, a visitar en el Apenino central de Italia las instalaciones abandonadas de Campo Imperatore, de donde se había fugado Mussolini en una rocambolesca aventura que demostró, una vez más, la ineficacia del italiano como soldado y la eficacia del alemán, el militar superorganizado por antonomasia. Bebimos como rebecos el agua friísima de los manantiales a 2000 metros, y por el hambre hasta comimos a un pobre perro, en un trágico barbecue que tratamos inútilmente borrar de nuestra memoria. No quiero detallarme mucho en esto. Pero nos sentimos antropófagos engullendo al pobre animal que nos seguía confiado en nuestras andanzas locales. Tampoco nos sirvió de consuelo saber que para esos pastores primitivos era antigua costumbre canibalizar cualquier tipo de animal, como gatos, perros no útiles, conejos de monte, lagartos grandes, pájaros, para variar su comida que era casi solamente queso salado de cabra. Y así a veces les veíamos desahogar, frente a cualquiera de nosotros, sus deseos sexuales con ovejitas balantes, en una actitud tan normal como si estuvieran tranquilamente orinando. Sí, tampoco eso no nos sirvió de consuelo, como decía, y todavía ahora, a distancia de decenios, es uno de los recuerdos más vergonzosos de las miserias de entonces.

Después de eso vinieron las primeras noviecitas y por fin el primer viaje fuera de Italia, para conocer la realidad Austriaca y Alemana, dos países de primerísimo plano en el mundo, destrozados por el dios de la guerra. Primero conocimos Innsbruck, muy cerca al confín con Italia, ciudad de encanto, donde conocimos lo que era esquiar de verdad y la cortesía de las fräulein austriacas. No estaba destruida, Insbruck. Y aun que hay diferencias entre Austriacos y Alemanes, notamos por primera vez cierto aire de superioridad del germánico hacia el latino. Nuestros grupito de 12 personas, estaba formado por jóvenes de casi todos tipo de opiniones políticas, aun que en formación. Había entre nosotros dos comunistas, dos liberales, un par de católicos, tres ex fascistas y los demás todavía indecisos, pero todos en la búsqueda en buena fe de la supuesta verdad. Todos chicos inteligentes, claro, de buena formación cultural clásica, familias burguesas. Y con el tiempo, algunos llegaron a posiciones de primerísimo plano, en el campo político, económico, artístico, o como profesionales.

Pero a pesar de todas nuestras aspiraciones de gloria éramos al fin jóvenes muy reprimidos sexualmente por las costumbres de la época y en Innsbruck, ciudad de infinitos valores, quizás lo que nos emocionó mas fue la visita a sus burdeles tan diferentes de los italianos. Con las chicas asomadas a las ventanas llenas de geranios, sonriendo a los eventuales clientes. En Italia todo estaba cerrado, ventanas cerradas, case chiuse, (casas cerradas) se decía en voz baja en un cómplice silencio pecaminoso. Convinimos todos que en eso seguramente los alemanes eran superiores a los latinos.

Y después vino Viena y la gran emoción de entrar en la ex capital del Imperio Austrohúngaro. El Schoenbrunn. El Sacro Romano Imperatore. Los HASBURGO. ¿Como puede no emocionarse un joven o un individuo con alma joven, cuando se le presentan esos lugares por primera vez?

Nos quedamos largo ratos mirando a esa maravilla de arquitectura. Pero no tanto y solo por la arquitectura en sí, sino por lo que significaba, por la historia que conllevaba. E imaginamos el gran parque donde los Emperadores quisieron trasladar animales exóticos, ciervos, jabalíes, faisanes, pájaros de Turquía. Y saber que después, con la primera guerra Mundial, con la caída de los Habsburgos, y con la Republica, el Schoenbrunn había pasado al Estado. Y ahora, con la Segunda Guerra, pisaban sus aristocráticos jardines las botas de las tropas vencedoras; ingleses, creo recordar: por suerte, los menos dañinos.

Cuando la visitamos, la ex Sede del Imperio romano germánico estaba dividida en cuatro zonas. Un lindo melón para partir en cuatro, como dijo MaoTze: Francia, Inglaterra, USA y URSS. Con los Franceses e Ingleses, pase: pero los cowboys del Middle West, ¿que sabían ellos de los Habsburgos? Y ¿las hordas mongolas de la URSS? Visitamos también la zona Soviética. A pesar de estar todos influenciados por el izquierdismo de moda en la posguerra, al fin éramos jóvenes intelectuales europeos: ¿qué teníamos en común con aquellos mastodontes de ojos achinados? ¿Las hordas soviéticas que venían de Mongolia?

Pasamos el límite del confín, nos pidieron el pasaporte., Lo entregamos. Un “funcionario” soviético, ceñudo por el esfuerzo intelectual de la lectura, agarró el mío. Aparentó leerlo y lo tenía al revés. No me atreví a comentar nada. En ese momento cayó una gota perdida de un aguacero recién terminado. La gota cayó en mi pasaporte.

 “KUDA…!”, fue la expresión que oí del soviético estepario. Nunca supe lo que significaba aquella palabra. Quien sabe que dialecto de Asia.

Me devolvió el pasaporte.

 Y pudimos visitar el jardín del castillo de los Habsburgo. Pero los animales exóticos habían desaparecidos. D exóticos había solamente soldados.

 Al día siguiente, salidos de la zona soviética con cierto alivio fuimos a ver el famoso Ring: una zona de Viena. Y caminando, observando, viendo, comentando, llegamos sin saberlo a una pista de hielo.

 Una grande pista de hielo, para patinajes sobre hielo. Una ciudad, una Nación, en realidad, en condiciones paupérrimas, no tanto por las destrucciones cuanto por la miseria emocional en la cual había caído, dominada por cuatro ejércitos extranjeros, logró salvar su gran pista de patinaje sobre hielo. Era su bandera.

Claro, nos acercamos. Ninguno de nosotros había patinado sobre hielo.

Nos quedamos a mirar. Se escuchaba una especie de fonógrafo de esos antiguos a manivelas, discos de 45. Y tocaba un vals de Strauss! En el centro de Viena, en una pista de hielo, con su país destrozado, los vieneses patinaban sobre hielo, solos o en parejas, al compás de los valses de Strauss! Y hasta vimos a un hombre, ciertamente veterano de guerra, un joven, amputado de una pierna: con un solo pie y apoyándose a la muleta para el segundo patín, bailaba el también, al compás de Strauss.

 El revanchista deseo de mostrar mis actitudes físicas a mis compañeritos a los cuales yo me consideraba entonces superior solamente en eso, me empujó a querer alquilar unos patines de hielo, seguro que algo habría podido hacer, por lo menos mejor que ellos.

Pero mi amigo Mario me agarró del brazo:

 “Ni se te ocurra. Esto es más sagrado que una misa. Nosotros haríamos el papel de payasos. Somos advenedizos, para ellos”.


3 ene 2011

La primera vez que robé... y el Café Martínez de Carrasco



 
 Junio 1944  Eran las últimas horas de los alemanes en Roma. Muy poco después, llegarían los americanos vencedores.

Todos éramos flaquitos y casi todos acomunados por una situación de hambre endémica, quien más quien menos. Nosotros, mi familia, mi papá, mi mamá y mi hermanita, vivíamos en ese piso 11, donde el ascensor a veces funcionaba y a veces no. Por los milagros de las soluciones ingeniosas que desde siglos los italianos hemos siempre dado a situaciones difíciles, en Italia y en Roma en especial, aun durante los periodos más intensos de la guerra, el agua potable llegaba siempre.
A veces no llegaba hasta el piso 11, por debilidad en el suministro de energía eléctrica; pero las teníamos abundantes, siempre, en las miles de fuentes y fuentecitas romanas de agua fresquísima, buena y potable, que han sido siempre orgullo para Roma, desde cuando los Cesares construyeron esos acueductos que seguían funcionando a través de milenios. Benditos sean los esclavos que piedra por piedra los levantaron y benditos los arquitectos romanos que supieron construirlos bien. Así que el agua siempre la hemos tenido.
La electricidad, no siempre.
Para precisar: la poca luz eléctrica que gastaban las modestas bombillitas de la época, no faltó nunca en las casas. Nunca; y habría que comentarlo eso a ciertas compañías eléctricas de hoy en día que después de 15 minutos de musiquitas idiota cuando por fin logras escuchar al teléfono una voz semi humana y te atreves a preguntar algo sobre el servicio, te contestan : hubo un corte, y cuelgan.
La que sí faltaba, a veces, era la mayor cantidad de electricidad para los ascensores. Gastaban mucha corriente y si no era suficiente, el ascensor no funcionaba. Y a pie por once pisos, entonces. Entrenamiento para el Everest. El portero, un buen hombre que se definía medio fascista y medio socialista y que era solamente todo cretinoide, que usaba peluca y que por ironía se llamaba Narciso, aun que hubiera corriente, la cortaba los domingos por las mañanas, para que las viejitas católicas burguesas tuvieran que pagar su adicción a la Santa Misa. Así entendía su simpatía por Lenin.

El gas sí, hubo periodos que no lo teníamos en absoluto. Para preparar o calentar las escasas comidas se usaba aquel poco de electricidad que teníamos, suficiente para las hornillitas caseras que se habían inventado. Y ¿para lavarse? ¿Para las vascas de baño? ¿Para las duchas? ¿Quién carajo se lavaba en invierno, no habiendo calefacción en las casas y con el agua casi a cero grados? A medio lavarse el culo, las bolas y las axilas, con un potecito de agua caliente. Y ¿la ropa? ¿Cómo se lavaba? ¡Sabañones, amigos, sabañones! Las lavadoras, secadoras, heladeras, frigos y demás aparatos eléctrico de hoy en día, estaban todavía en la mente de Dios.
Bueno, ese era el panorama. Entonces un día, que fue el último día de los alemanes en Roma, desde la ventana de mi casa, veo, como abandonado en un lado de la calle, probablemente por falta de gasolina, nada menos que un camión enorme con remolque. Animado del deseo de ayudar a mi familia para conseguir algo que se pareciera a una comida decente, bajé a ver cómo era eso del camión abandonado. No había soldados, no estaba el centinela vigilante de siempre. Eran las últimas horas de la tarde. Me acerco al camión abandonado. Le doy una vuelta, lo estudio. Era un Camión del la Wehrmacht, del Ejercito alemán. Estaba vacío, sin carga de ningún tipo. A ver: Un camión mas el remolque, podrían tener, no lo recuerdo en absoluto, pero lo puedo reconstruir, más o menos 10 cauchos el camión de tracción y quizás 10 o 12 el camión de remolque. Un total de más de veinte ruedas, con reel y caucho…. Italia es un país que produce muchas cosas lindas: artistas, músicos, cantantes, arquitectos, descubridores, viajeros, flores, mafiosos, una cocina super para adelgazar, pero… Dios Omnipotente que todo lo ve y todo lo sabe, no permitió que en Italia se diera la planta del Caucho. Así que el Caucho era un producto preciosísimo. Y en guerra, queridos blogueros, todo lo precioso es motivo de cambio. Y lo que se pide a cambio era… COMIDA!
De inmediato se me acercan unos cinco o seis chicos de mi edad, más o menos, llegando de un pequeño barrio popular allí cerca. Eran los que mi mamá llamaba muchachos de la calle, mucho más despiertos que los hijos de los burguesitos, a los cuales yo pertenecía.
Pero, no sé cómo fue, tomé la iniciativa: hablando en dialecto que me vino instintivo al verlos les dije: los militares dejaron este camión.
Vamos a quitarles los cauchos a ver si podemos hacer treque con algo, con comida. De acuerdo? Pero solo nosotros, no vamos a meter otra gente!
Consintieron todos. Acuerdo entre burguesía y proletariado. Se convino que ellos me ayudarían a sacar dos cauchos ya que yo no tenía herramientas y tampoco sabía hacerlo. Me los llevaría, por supuesto y ellos se llevarían todo lo demás. Y así fu
Tuve que subir a pie, solo, las dos ruedas pesadísimos de camión por 11 pisos. Los llevé a la casa. Buen entrenamiento no solo para el Everest sino para toda el Himalaya.
Mi mamá feliz porque pensó ya en un intercambio con Antonelli, el gordito propietario de carnicería quesería y fiambrería. Mi papá, que veía de muy mala manera estas actitudes de ARREGLO FUERAS DE LAS REGLAS, no dijo nada, no se opuso, se dio cuenta que era necesario pero se le notaba el mal humor.
Poco después sobrevino la preocupación.
“Aldo ¿te han visto mientras los… robabas?”
Querida mamá… ¡le costaba usar  la palabra ROBAR!
“¿Te vieron mientras subías los cauchos?”
No asomamos a la ventana. Era ya casi de noche.
Pero se notaba claramente que el camión ya era un esqueleto de camión. Debían de haberse robado absolutamente todo, motor incluido. Canibalizado completamente. Y ¿las estacas de madera del remolque para quemarlas como leña? Todo es posible, en una hora. En guerra. Cuando hay necesidad.
“¿Y ahora?”, decía mamá. “¿Si llegan los alemanes, y se dan cuenta?” “ Si alguien te vio a ti y te denuncia?” Escondimos los dos cauchos debajo de dos camas, la mía y la de mi hermana, que eran camas grandes, antiguas, altas, que habían pertenecido a la antigua familia de mi papá desde tiempísimos: ¿Para esconder debajo de la cama el noble joven amante sorprendido y ahora el prosaico caucho robado? Conclusión: al día siguiente mamá hizo el negocio, el treque, la permuta, el do ut des. El Carnicero fiambrero nos quitó los dos cauchos y con ellos el miedo a la policía y nos dejó dos jamones crudos que no veíamos desde años!
Y con esos dos jamones comimos no sé cuánto tiempo.
A la salud de los alemanes, del fiambrero, de la ayuda de los nuevos amiguitos de la calle.
Y ¿a la semana?  Y a la semana se supo que la familia Macor tenía dos jamones, enteros buenísimos… pero que no tenían pan.
Entonces los vecinos del edificio, no todos, pero algunos y comenzando por los vecinos y amigos, o quizás los que tenían más olfato, venían a visitarnos, vestidos de saco y corbata según las costumbre burguesitas de la época. E después de pocos preámbulos que eran hablar mal del presente y añorar el pasado, abrían su maletín, sacaban algunos panes conseguidos quién sabe cómo, los cortaban y nosotros les poníamos fetas de jamón y ellos nos daban en cambio el pan que ellos tenían, así que todos comíamos pan con jamón.
Faltaba solamente el vino. Pero eso era pedir demasiado.

¿Qué ha quedado de eso en mí?

Una coincidencia curiosísima: que cuando el otro día mi hija Leila en Montevideo me invitó a comer un pan especial (chabata) con jamón crudo excelente en un negocio nuevo en Carrasco, el Café Martínez, de una amiga suya, mientras me saboreaba yo mi sándwich chabatta con jamón y una estupenda cerveza alemana la mente me llevó a un difuminado recuerdo de cauchos robados  y a la Wehrmacht.
“¿Sabes, Leila, que hace 55 años por unos sándwiches así, tu papá arriesgó el fusilamiento?”