Señor Embajador
y demás
funcionarios de la Embajada y Consulado de Venezuela en
Uruguay:
Quiero
manifestar a Uds. mi gran solidaridad en ocasión del acontecimiento
de la muerte del Presidente Chávez.
Cuando en el
lejano 1955 yo llegué a Venezuela, a mis 26 años, traía conmigo
las esperanzas de todos los jóvenes. Pero traía también el tristísimo recuerdo
de los tremendos años de guerra. Años en los cuales se cree en algo, y se cree
con entusiasmo, y en la fogosidad juvenil se es capaz de dar la vida por ciertos
ideales.
El adolescente
de esa época, en toda Europa, tuvo la influencia inmensa de las realidades
políticas que fueron Mussolini, Hitler, Stalin, Franco, Pio XII. Según los
países europeos, eran personajes idolatrados u odiados. Y como casi siempre
sucede, cada cual estaba convencido de encontrarse en lo correcto.
Vino el final
de la guerra. Y con el final de la guerra se cayeron todos los
antiguos ídolos. Es tremendo, señor embajador cuando en la adolescencia te dicen
que las personas a las cuales creías como superiores intachables y casi
geniales, eran nada más que delincuentes. Como si alguien te
espetara en la cara que tu madre es una asquerosísima prostituta. Se cae el
mundo. Pero el joven es joven y al fin trata de sustituir ídolos destrozados por
otros nuevos, que supone ciertos, verdaderos, justos, y en los cuales creer y
adorar. Y las mayorías de los jóvenes como yo, mismo ambiente y
misma preparación de liceo, nos enamoramos de la
estupenda nueva experiencia socialista en la Unión Soviética.
Quizás el
hombre necesite creer en algo, enamorarse de algo.
Hasta que, al poco tiempo, intervino otra decepción:
los tanques soviéticos en Hungría, la primavera de
Praga.
Y uno dice:
¡Basta!
Y
desde entonces no quise en absoluto ocuparme de política, ni en escala nacional
ni internacional. He tratado de mirar los hechos
políticos con la mirada fría del espectador, o quizás del estudioso,
pero nunca más con el calor del participante.
He apreciado mucho al Presidente Chávez.
Vi por primera vez a ese joven militar aquel día del fallido
golpe, cuando ordenó a sus partidarios que “POR AHORA”, se
quedaran tranquilos. Debo confesar que en aquella ocasión sentí cierta
intranquilidad. Pero al mismo tiempo, y es de verdad muy cierto, sentí que algo
había que cambiar en Venezuela. Y quizás ese joven militar podría
hacerlo.
Obviamente no
se puede estar de acuerdo con nadie al 100 %, pero si reconozco en
él un personaje de peso y el más importante de
América latina de estos últimos 15 años. Y yo, cómo ciudadano de
Venezuela, espero en los próximos tiempos se
mantengan y mejoren los aciertos, y que se corrijan los desaciertos.
Aldo Macor
2 comentarios:
Felicito tu sinceridad, un abrazo
Me gustó. Lo decís todo -antes, ahora y después- sin rasgar vestiduras.
Besitos para ti.
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