8/100 JOSUÈ El Re–CONQUISTADOR DE CANAAN
En los tiempos
actuales las acciones como las de Josué, el guerrero conquistador, le llevaría
entre los acusados en Núremberg. En caso
de derrota, por supuesto; porque los vencedores siempre tienen la razón y nunca
son llevados frente a un tribunal. VAE
VICTIS… como dijo Brenno. Muchos soldados en diferentes épocas han tratado de
encontrar excusas refugiándose en la
"obediencia debida", para salvarse de una casi segura
sentencia de muerte en caso de derrota. ¿Qué podía hacer el pobre Josué si las
órdenes de exterminio o solución definitiva le venían del mismo Dios?
Josué
(o Yehoshúa o Jesús) había nacido
como esclavo en Egipto, de la tribu de
Efraín, hijo, con su hermano Manases, del favorito José – él vendido por los hermanos malos y que más tarde se convirtió en vice Faraón
- y que se había casado
con la hermosa egipcia aristocrática Asenat. De modo que ni Efraín ni
Manasés ni Josué mismo eran de pura raza israelita a pesar de la bendición del
viejísimo Isaac, poco antes de morir. Después de muerto se duda que lo hubiera
podido hacer. Aparte la consideración obvia de que, fieles a Yahvé
o no, no se puede pensar que durante 600
años en Egipto, ya sea como hombres libres o como esclavos, los hombres -- siempre
hombres y con sus viejas costumbres arraigadas por la naturaleza -- no
hayan tenido relaciones amorosas con las
hermosas, voluptuosas y perfumadas egipcias. En cualquier caso, de pura raza
israelita o no, una vez pasado el Mar Rojo y haberle echado trompetillas al
atónito y rabioso Ramsés II, nuestro Moisés, jefe casi máximo, comandante casi supremo, nombró su lugarteniente a Josué, muchacho lindo y
lleno de energía, para proceder a la re-conquista de la Tierra Prometida de
Palestina, la siempre fértil. Lo envió
por delante con 11 compañeros para ver si su valle seguía siempre verde. Porque en realidad en 600 años
ninguno de ellos la había nunca visto
y se hablaba entre los pobres hebreos esclavos en Egipto como de un cuento de hadas y los
rabinos como de una tierra mítica con connotaciones religiosas. Como sabemos, era la famosa antigua y épica tierra prometida por Yahvé a
Abraham, que después pagó a los hititas las famosas 400 monedas para comprar
allí el primer pedacito o de tierra para
convertirla en tumba de los patriarcas.
Recordaremos
entonces que cuando seis siglos
antes había llegado en la zona el período
de feroz carestía y hambruna, casi todos
habían huido de esa tierra, la
abandonaron aun que había sido ofrecida
por Yahvé, para emigrar en busca de fortuna.
Y emigraran a Egipto. Los pocos
hebreos que se habían quedado se mezclaron con los pocos que se habían quedado
y otras gentes nuevas que llegaron al pasar de los años. Todos se establecían allí y
todos consideraban esa tierra como su patria. Y en fondo lo era, como lo será para los pilgrims del Mayflouer. Nihil novi sub soli.
Así que la orden
perentoria de Yahvé era de volver a la tierra prometida y re-apropiarse de ella
para sede del Pueblo Elegido.
Joshua, hábil guerrero, obediente a Moisés y Yahvé, tratará
de emular a su sub-Jefe. No pudo atravesar
el Mar Rojo porque ya estaba
atravesado, sino más modestamente
atravesó un rio, el Rio Jordán, también importante. Y el río Jordán, consciente
de su deber, frenó sus aguas para permitir el paso de las tropas
de Israel y comenzar así la primera guerra del Resurgimiento Israelítico. En
memoria y honor del evento, Josué ordenó la circuncisión de todos los Judíos de
Israel que por una razón u otra no
hubiese sido todavía circuncidados. Quizás
por los
600 años en Egipto, se habían casi olvidado de eso. Liberados entonces
de la vergüenza del prepucio y ciertamente más ligeros, los israelitas
iniciaron le épica reconquista con Jericó. Conquistaron la ciudad en una manera
extraordinaria. No fue necesaria ninguna
batalla. Los muros cayeron solos, al oír
el "soplo" de los Levitas.
¿Quiénes eran? Unos sacerdotes. Y
esta vez unos sacerdotes hicieron algo. Los levitas eran los israelitas de la tribu de
Levi. Pero era una tribu muy sui generis. No tenían ninguna propiedad, no tenían
tierra, no tenían bienes raíces.
Casi como el Vaticano hoy. Y vivían de limosnas. Casi como el Vaticano,
siempre. ¿Qué hicieron esos levitas? Con el Tabernáculo-Móvil, de su competencia, y con el soplo de sus trompetas
a todo aliento, entonando himnos religiosos, dieron vueltas y vueltas alrededor de los muros de
Jericó. Durante horas. Y al fin las
paredes, pobres paredes ya enloquecidas
por los las desafinadas trompetas a todo
volumen, en el ese ensordecedor estrépito
y decibeles desatados, se cayeron por sí solas.
Las tropas de
Israel entonces entraron felices y
victoriosas; se quitaron los tapones de los oídos y destrozaron a todos los
habitantes, hombres, mujeres, ancianos y niños. Peor que los romanos en
Cartago, peor que las SS en Auschwitz. Todos destripados menos una persona. Una
mujer. Una puta conocida, de nombre
Rajab, que había estado ayudando a dos espías de Josué.
Los soldados,
con la orden de no se sabe quién, la respetaron. No la destriparon. Ni a ella
ni a su familia. Todos a salvo: padre,
madre, hermanos y hermanas y su pequeño perro. Ella era una traidora a su
patria, es cierto. Pero lo de ella no era
traición: ella se había
arrepentido de no haber tenido una buena mamá quien le dijera quien era Yahvé; y allí mismo,
perdonada y fulgurada por la gracia, se convirtió en devota del verdadero Dios. Como curiosidad, pero sin querer faltar al
respeto absolutamente a un personaje importante que de respeto merece
mucho, diré que esa prostituta
arrepentida era nada menos que un antepasado de Jesús de
Nazaret.
¿Quién me lo
dijo? Nadie. Lo leí en Mateo.
Y aquí, sí, pongo la referencia: Mat 1: 5.
Nunca se sabe.
Después de
Jericó la mala suerte cayó sobre la ciudad de Ay.
Josué la
conquistó con un hermoso truquito y
sin la ayuda de putas. Y también fueron
exterminados todos sus habitantes.
Josué era de
verdad un tipillo muy especial. Dada su capacidad, su éxito y su ferocidad,
todos los remanentes pueblos de Palestina se aliaron juntos para luchar contra
estos "intrusos" israelitas que venían de Egipto. Pero a pesar de la alianza
fueron exterminados. Josué seguía
pareciéndose siempre mas a un Héroe de la Ilíada, teniendo a su lado al dios de la guerra. Y así destruyó también a otra alianza, de
cinco reyes de los amorreos.
Y... ¡poder de
la fe!...
…para que
pudiera terminar de matar incluso esos
famosos cinco reyes amorreos, los únicos sobrevivientes de la matanza, el sol y
la luna se detuvieron en el cielo. Y de esa manera Josué tuvo tiempo de matarlos uno tras otro,
porque no pudieron tener la oportunidad de recurrir a la oscuridad de la noche.
Un poco más tarde, después de un
descanso para sus tropas, conquistará también a las ciudades de Maqueda, Libna,
Eglón, Hebrón, Debir y en todas estas ciudades, los habitantes fueron
simplemente exterminados. Todos, absolutamente todos, porque la orden era ¡matar
a todos los hombres, mujeres, ancianos, niños, vacas, ovejas, caballos y
camellos y todo lo que respirara!
¿Qué puede hacer un generalísimo, aun el más
humano y generoso de los militares, si
el Comandante en Jefe da una orden de exterminio de este tipo?
Como último acto
de guerra también ganó el rey de Jasor.
Y con eso se habrá completado la re-conquista de la Tierra Prometida - Canaán
- Palestina - el Creciente Fértil.
Según las
últimas órdenes de Yahvé, distribuirá las tierras recuperadas y murió de 110
años de edad, satisfecho por haber actuado de acuerdo a la voluntad de Yahvé,
el Único, él Solo.
Pero nunca se le
erigirá ninguna estatua, porque no
estaba todavía admitido
el culto a la personalidad.
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