7/100 MOISES
Moisés
es uno de los personajes más conocidos en el mundo. Si realmente existió o no,
podemos decir que es casi un detalle de poca importancia. Lo que interesa de él, o de su imagen proyectada, ha sido y es la
personificación de la fuerza y la implementación de una idea. Idea de libertad, en primer lugar, pero
también de justicia, tenacidad, fuerza moral, capacidad para dirigir a un
pueblo. Y también con esa forma particular de ascetismo típica de los que nunca
han mirado el interés personal. Muy pocos, en realidad.
Su figura es de libertador, líder y legislador. Un héroe, casi un semidiós para
los judíos, cristianos, musulmanes; pero no solamente para los fieles del
Libro, sino para todos y para siempre.
Un símbolo del hombre. Y el Hombre, como
tal, solamente tiene méritos; no tiene
defectos. Hay fallas, por supuesto. No
importa. Son detalles. El Hombre es
hombre sólo por los grandes méritos. Los defectos se dejan para el hombre
normal; casi diría, con algo de ironía, para el hombre normal, repito, para que
pueda tener algo, él también. Probablemente ha sido también una de las
personas más retratada comenzando con la
escultura del escultor por antonomasia, Michelangelo Buonarroti.
¿Por
qué no hablas? le preguntó. Pero
Moisés se quedó inmóvil, en silencio, estatuario.
Vamos a hablar un poco acerca de Moisés, de lo
que sabemos, porque nos han referido mucho de él algunos
válidos historiadores y montones de cuenta
historias. Nació en Egipto, en el último
período de la denominada cautividad judía en Egipto. Más o menos alrededor del 1200-1300
a.C. Y vivió, según la
tradición, la belleza de 120 años.
Incluso hoy en día, y nadie lo sabe,
sólo unos pocos eruditos judíos: el actual
auspicio hebreo de que alguien pueda vivir
hasta los 120 años, se remonta a una
antigua fórmula hebrea de felicitaciones, que nace de
la edad de Moisés, cuando murió
al regresar a Palestina, en sus
120 añitos bellos. Por eso el número mágico de 120 permanece desde
entonces aun que hoy se cante el feliz cumpleaños, tal vez
en inglés y con muchas candelitas. Pero es una vieja autóctona tradición
judía.
En los días de su nacimiento un reciente decreto del
Faraón, para tratar de contener el
excesivo reproducirse de tantos judíos en su reino, había ordenado que
todos los hijos varones de esclavos judíos fueron arrojados al río. Pero la hermana de un bebé recién nacido, Marian, para tratar de salvar al hermanito de la muerte por el decreto del Faraón, lo depositó en un hermoso cesto de
mimbres en las aguas del
misterioso Nilo, envuelto en una típica cubierta judía, levítica si no
recuerdo mal, para defenderlo del frío.
Y la cesta de mimbre, según el deseo de Yahvé y
con el nené llorando adentro, fue llevada por las olitas hasta la playa donde estaba jugueteando una chica que no era
otra que la hija o la esposa del faraón, y esperaba con ansiedad la llegada de
un niño, un hijo, que nunca había podido tener antes.
Así
que el niño, obviamente el futuro famoso Moisés - el Salvado
de las Aguas, eso significa - fue considerado regalo del cielo. Las manos
alegres y temblorosas de la joven mujer
lo recogieron. Y el niño creció en la familia del Faraón y educado como
un príncipe. Egipto en ese momento era
el país mas civilizado del mundo, con la
excepción, quizás, de la dinastía china Chan con sus bellísimas porcelanas. Pero en ese momento los chinitos estaban todavía muy tímidos, por allá lejos arrinconados, y nadie sabía dónde ni lo que estaban haciendo. Ni le importaba a
nadie saberlo. Habrá que esperar a Odorico da Pordenone y a Marco Polo de Venezia,
italianos mete-narices, para
saber algo de ellos y de sus maravillas.
Regresamos: en el tiempo de Moisés, los Judíos
de Egipto habían perdido desde hace tres largos siglos las muchas prerrogativas adquiridos con José, el hijo de Isaac y Raquel porque entonces los Faraones
eran los Hycsos (o ETEI), amigos, indoeuropeos, quién sabe, de origen semita o asiática al igual que los Judíos y que habían ocupado Egipto, como ya hemos descrito. Y tenían armas de hierro y la primera división
en la historia de las Panzerdivisionen: Coches-Carros-Armados. Pero,
después de algún tiempo, unos tres siglos más tarde de los días del José casi Vice Faraón, los Hycsos desaparecen de Egipto y de la
historia. Los antes favoritos judíos se
convertirán en esclavos; como también hemos dicho antes.
Nunca se supo si Moisés sabía de su origen
judío desde niño o si lo supo solo en
edad adulta. No importa. La tradición
nos dice que él mató a un guardia cruel egipcio por un acto de intimidación en
contra de un judío esclavo. Y tuvo que huir. Pero aquí hay algo que
chirría. Si Moisés era príncipe, que matara a uno o a diez soldados no importaba. Si
tuvo que escaparse...algo no cuadra.
Un Príncipe podía matar tranquilamente y no tenía que escaparse de
nadie.
Bueno. Como
fuera, se escapó al Sinaí, donde trabajó
como pastor ¡por la belleza de 40 años! De príncipe a pastor, el cambio es
fuerte. Y entre una oveja y otra tuvo
tiempo de casarse con una tal Sófora y
tener un hijo. Sófora era descendiente de Esaú,
el de las lentejas. Por lo tanto era Semita-Idumea pero no Semita-Israelita. Por eso
ni Marián ni Aarón, hermanos de
Moisés, nunca la aceptarán como esposa
de Moisés y menos al hijo de ambos.
Pero un fatídico día un evento
sobrenatural va a cambiar la vida de
Moisés y el pueblo de Israel.
Una zarza, un arbusto de moras grande con terribles
lenguas de fuego apareció de repente
frente de los ojos atónitos del pastor y ex-príncipe Moisés. Y desde la
zarza salió una dulce voz de ángel que
le dijo que ahora era el momento de regresar a Egipto para obedecer a Yahvé y liberar el pueblo elegido de la
esclavitud. Moisés regresó, claro. No
sé si solo o si dejó la esposa y el hijo, idumeos, y no israelitas y se llevó
las cabras. Pero regresó a Egipto. Allí
se unirá con Aarón, su hermano. Se
reconocerán a pesar de los 40
años sin verse. Convencidos de su función divina, piden audiencia al Faraón para pedirle la liberación del pueblo de
Israel. El Faraón les recibe en la corte, presentes los peces gordos de su
gobierno y los inmancables sacerdotes sabios. Y aquí se asistirá
a los sucesos mágicos de la lucha
entre serpientes, evocados por la magia.
La serpiente de Moisés, por supuesto, es la victoriosa en este duelo con
las serpientes de los sacerdotes egipcios. Pero si es cierto que gran parte de
lo que estamos refiriendo es opacado por las brumas inciertas del pasado y la leyenda, lo cierto es que en
aquellos tiempos de supuesta presencia de Moisés, la persona históricamente cierta en Egipto era el Faraón. Nada menos que Ramsés II, personaje real, el más
grande de los Faraones de Egipto después de la caída de los Hycsos. Fuerte,
valiente, capaz, cruel. Hueso duro de
roer, incluso para Moisés. Y, de hecho, de acuerdo con la historia, la fábula o
lo que sea, debido a la comilona que
hizo la serpiente de Moisés, los famosos Magos - Sacerdotes de Ramsés II, se
vieron obligado a admitir que el Dios Judío
es más fuerte que el Dios Egipcio. Lo
cual desencadena la ira del Faraón
furioso contra sus magos de pacotillas,
gritándoles que dejen de decir pendejadas y que si
no se retractan de inmediato, los enviará a desollar vivos colgando de una ramaEde un árbol. Así era Ramsés II, el Grande. Un hueso para roer, decíamos, inclusive para Moisés.
Aquí, a este respecto, quiero
recordar como un manjar cultural, que el
monoteísmo es la creencia en un solo Dios, uno solo para todo el mundo. Después de Moisés existirá un solo Dios, Yahvé, para Judíos
y Sucesores; sucesores son los judíos-romanos-cristianos dentro de 1200 años aprox. y 600
años después de ellos lo
serán también los judíos-árabes - musulmanes.
Antes de Moisés, sin embargo, entre los Judíos se observaba una vaga idea de
henoteísmo, la posibilidad de la coexistencia pacífica entre diferentes dioses, aunque con cierta
jerarquía. Pero de una misma región o nación. En resumen, un poco como en
Atenas y Roma con el supremo Zeus- Júpiter
y los otros dioses de menor categoría
pero con funciones diferentes.
Volvamos
al Faraón.
Moisés pudo convertir su bastón de pastor en serpiente voraz capaz de comerse
las serpientes de los magos. Pero eso no fue razón suficiente para que el Gran
Ramsés II renunciara fácilmente a aquellos
trabajadores que eran los esclavos hebreos. Probablemente él no
creía en ningún Dios, sino sólo en sí mismo, como casi siempre ocurre con los
grandes hombres, siempre muy
pretenciosos, aun que se vistan de aparente humildad. Así que a pesar de la comilona serpentina el
Faraón mantuvo su negativa inflexible de
dejarlos salir de Egipto: no hay
libertad para los judíos. Y fue así que entonces que Moisés “fue claro que te espero….obligado”
a recurrir a las famosas diez plagas. Bien
crueles en sí, según los criterios de hoy día,. Y la última de las cuales, la muerte de todos
los varones primogénitos egipcios, otra matanza de inocentes, con su feroz y
sombrío dramatismo, logró
la libertad de los judíos. Y así fue que Moisés, finalmente
autorizado por orden judicial, con sello lacrado y toda la parafernalia legal, pudo comenzar
a tomar el camino de regreso a casa, después de 600 años en Egipto. Muy lejos de allí, hacia la tierra de Canaán y
Palestina. La tierra de Abraham.
Camina y camina... y la caravana de los judíos salmodiando, con o
sin sus impasibles camellos rumiando, con una caterva de mujeres, niños, jóvenes y
viejos, y perros y gallinas y ovejas quizás robadas en alguna parte, con Moisés y Aarón a la cabeza, en sus
funciones de líderes, con ocasionales caídas de maná del cielo como paquetes de la Cruz Roja, esa caravana,
decíamos, llega por fin hasta orillas
del Mar Rojo. Una vez llegados a las orillas sagradas, a los libres fugitivos no
les dio tiempo comerse ni un sándwich
Kosher… se miran alrededor y de lejos entrevén
las tropas del Faraón que se acercan. ¿Qué
había pasado?
El
Faraón, sumamente dolorido por la muerte de su hijo, sí, les había concedido el
permiso de irse de Egipto “¡Que se vayan!
¡Que se vayan!... no quiero verlos más…” Pero después de pensarlo un poco, más
tranquilizado, había cambiado de opinión. Se había sentido burlado como un idiota por lo que él consideraba una superstición ridícula.
Y quería llevar otra vez a los judíos como esclavos en su reino. Y
tratarlos peor que antes.
Y en la
orilla del mar Rojo, se dio el evento
más fantasmagórico de toda la historia de nuestro mundo. Se abrieron las aguas del mar, y los fugitivos
pero ya libres judíos pudieron cruzar por tierra aquella la mar que se cerró después de ellos, terrible
y apocalíptica, para ahogar las fuerzas del implacable Faraón.
Pero Ramsés no murió ahogado. Sobrevivió. Algunos dicen
que observó atónito y rabioso desde
tierra firme la escena apocalíptica...
Pero hay una corriente más moderna que sostiene la tesis del Surf. O sea que Ramsés sabía como cabalgar las olas
con la tabla y se salvó. En alguna parte
debo de haber leído también de eso. O
¿me lo habré inventado?
Y admitiendo a regañadientes el desastre como voluntad del dios de los Judíos, Ramsés II, se
regresó al palacio faraonil, donde lo esperaba Nefertari, la esposa de Ramsés,
la eternamente enamorada de Moisés, para dar sepultura al hijito de ambos,
muerto con la decima de las llagas.
Ya los Judíos habían llegado al otro
lado del Mar Rojo. Fue en esta ocasión que,
ya libres y felices, construyeron
su Tabernáculo. Era un gabinete, como un santuario, que contenía el Arca de la Alianza
entre Yahvé y el pueblo de Israel. Los Judíos
siempre llevaràn consigo el Tabernáculo
hasta que se construirá el Templo de
Salomón en Jerusalén. Y el Arca, que estaba dentro, será de preciosa madera negra de acacia, chapada en
oro, con dos querubines colocados encima; y tendrá
las famosas Tablas de la Ley, un frasco con el maná, el siempre
recordado maná, regalo del cielo para
alimentar a los hambrientos Judíos errantes en el desierto. Y también habrá el bastón
florido de Aarón.
Pero un
cierto día, dentro de siglos, el Arca desaparecerá.
¿Dónde
estará?
¿Quien se la llevó?
Un sin fin de suposiciones donde en un fantasmagórico cocktail se unirán involucrados el Reino de Etiopía, los cruzados y una
iglesia copta.
Pero seguimos con Moisés, ahora. Sabemos de
sus andanzas por el desierto durante 40 años. Evidentemente era adicto a las
cuarentenas: 40 años como pastor y 40 años a caballo de un camello. Y finalmente pudo ver de lejos
el verdor de la Tierra Prometida de Abraham, abandonada hace 600 años.
Moisés había llegado a la bella edad de
120 años. Y al ver la Tierra de los
Padres, de lejos, bella, fértil, verde y peligrosa, allí mismo le dio un infarto y
se murió. Posiblemente por una visión profética de toda la sangre que se derramará en esa dulce tierra y que demasiada gente dice, y cada uno con sus
razones, que es de ellos, que es su tierra madre.
¿Por qué tantos años para llegar de
Egipto a Canaán-Palestina? Se dice para purificar el cambio generacional antes
de volver a abrazar a los antiguos hermanos dejados hace seis siglos, cuando la
gran emigración de muchos Judíos a
Egipto en los días de José, hijo de Isaac y ministro del Faraón, en los tiempo de carestía
de vacas flacas. Se dijo también que los
40 años eran porque estaban perdidos en el desierto por falta de una brújula o piedras
miliares. Otros, como Martin Lutero, afirmaron que Moisés no cruzó el Mar Rojo,
sino el mar de juncos. Algo mucho menos trascendental. Pero Martin Lutero era
alemán y sabemos que no simpatiza en
absoluto con los Judíos.
De Moisés se habló en todas partes. Tanto la
Biblia y el Corán. Llegaron también algunos minimalistas bíblicos para
argumentar que ni Moisés ni el éxodo nunca habían existido. En el siglo III
antes de Cristo, un Monetane juró que Moisés era un sacerdote egipcio resentido
por algo y que ese éxodo no era más que
la expulsión de Egipto de algunos leprosos. En resumen, un revoltijo de suposiciones.
Y francamente muchas cosas no son muy claras.
Pero,
gracias a Dios que existen los
estadounidenses quienes resolvieron el problema con Hollywood y sus Diez Mandamientos,
reviviendo Charlton Heston , Moisés,
Nefertari, Ramsés II, Yul Brynner,
Ivonne de Carlo y Edward G. Robinson.
Y gracias a ellos hemos entendido perfectamente.
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