/100 JOSÉ Y LOS HERMANITOS MALOS
Las doce tribus de Israel son los
descendientes de los hijos de Jacob-Israel con Rachel y Lea y con sus esclavas
para servicios variados y múltiples. Sí, los hermanos eran hermanos por parte
de padre, pero con cuatro madres carnales diferentes. Hermanastros se decía en
mi prehistoria. Sólo Levi y José no tenían tribus, pero por razones que quizás digamos más adelante, si
nos recordamos. Aquí divirtámonos ahora a ver otras escenas tipo Comédie , como competencia entre las
dos esposas y sus respectivas esclavas donde ciertos intérpretes modernos de
las leyes divinas ven una clara
reprimenda a la poligamia.
Como ya se ha mencionado, el
Jacob-Israel tenía dos esposas legítimas. Las dos hermanas, Lea y Raquel, hijas del tramposo Leban, tío de Jacobo y
padre de las chicas: Lea, la más
feúcha y Rachel, el gran amor de
Jacobo, gran amor al punto que éste
aceptó trabajo durante 14 años
para conseguirla. Pero tenemos que decir las cosas como son.
Aunque Lea no fuera tan bella, lo cierto es que, como Jacob se la había encontrado, perfumada y disponible en la cama, tampoco la desdeñaba.
Aunque Lea no fuera tan bella, lo cierto es que, como Jacob se la había encontrado, perfumada y disponible en la cama, tampoco la desdeñaba.
Y
le prestaba atención. Se la prestó y bien prestada con la
generosidad que caracteriza a nosotros
los hombres, al punto que en un primer
round Jacobo y Lea, tendrán la belleza
de cuatro hijos varones; si tuvieron alguna hija de contorno, eso sabemos
que no alteraba el valor del producto. Y los cuatro hijos varones fueron:
Rubén, Simeón, Levi y Judá. A la vista de la cual cosa, la dulce Rachel, que no
lograba tener hijos, imitará a la suegra Sara permitiendo
el merecumbé de su marido
con su criada Bilma y poder así tener el bendito hijo varón;
porque, como ya dicho, aun que el
hijo no era carnalmente parido por ella
era igualmente válido a todos los efectos legales como hijo de ella, ya que las
esclavas no tenían ningún tipo de derecho tampoco sobre los hijos paridos por ellas mismas.
Y como producto del merecumbé aparecieron en este mundo Dan y Neftalí. Entonces Lea, celosa a su vez -- allí
veo la Comedìe -- también utilizó el usual merecumbé de su esposo Jacob, de uso
común, con la esclava Zilpa.
Jacob, comprensivo de sus deberes, como todo hombre de bien, aceptó otra vez someterse a la tradición
y nacieron Gad y Aser. Los buenos jefes
de tribus eran todos muy obsequiosos y obedecían
las tradiciones. Nunca nadie se quejó de
esta antigua costumbre del merecumbé autorizado. Pero un día el incansable Jacobo logró por
fin, insistiendo e insistiendo con Raquel,
que ella lograse tener
no uno sino dos hijos varones:
José, que será el súper-favorecido y después a Benjamín , el más jovencito de
todos, y siempre será bien tratado, porque
si no fuera asi no sería el benjamín de todos.
Serán los dos hijos de José, Efraín y
Manasés, que nacerán más tarde en Egipto, los
que completarán el número mágico de 12 para las tribus de Israel y que
fueron bendecidos y aceptados por las temblorosas manos del viejo abuelo Jacob-Israel
que aún no se había muerto, pero poco le faltaba.
Sin embargo, hay un pero. Los primeros hijos
de Jacob-Israel eran los hijos de Lea. Y
sabemos que el gran amor de juventud de Jacob-Israel había sido Rachel. Así que
cuando finalmente nacieron José y luego Benjamín, el anciano padre comenzó a demostrar claramente que tenía preferencia
por los dos últimos, especialmente para José. Se notaba en muchas cosas pequeñas, y eso producía
los casi inviables celos de los hijos de Lea, incluyendo Simeón, el primogénito, quien veía
peligrar su primogenitura. Un poco de celos es tolerable y hoy en día
los psicólogos nos enseñan cómo evitar los riesgos que, en memoria del acto
infame de Simeón & Co, ellos mismos
llaman Complejo de los Beduinos del
Desierto. Pero los hijos de Lea, los
hermanos de José, exageraron. Nada mas
decidieron matarle, y ¡problema resuelto!
Pero, quizás, tal vez por un sentido atávico del dinero, pensaron que era mejor vender al hermano y ganar algo en la
venta.
Y así
hicieron. Lo vendieron a unos
mercaderes beduinos que pasaban por allí
y ellos a su vez los revendieron después en Egipto a Putifar, hombre muy famoso por su poder, por la bella esposa y los consiguientes casi inevitables cuernos
a decoración invisible pero notoria de su frente de calvo. Y al servicio de ese Putifar nuestro José se quedó
la belleza de 10 años. Durante ese largo
período José aprendió mucho, aprendió a
administrar los bienes ajenos y poder ganar alguito también para él mismo, así como todos los buenos
administradores hacen con los de sus administrados.
José
era un tipo inteligente y agradable.
Pero ¿qué sucede a un cierto momento? ¿Un cierto día?
¡Cherchez
la femme! La esposa de Putifar, las
hermosa y poderosa egipcia se antojó de José,
bello, inteligente, joven y potente… en
todos los sentidos. Se le insinuó mucho, con esas diabólicas y divinas artes
de seducción de las mujeres
cuando les gusta alguien. Pero José
hacia oídos sordos. No quería. No se sabe si por respeto a
Putifar, al cual tanto debía; o por respeto a su Dios; o porque la bella esposa
seguía siendo bella pero también un poco menos joven y fresca de cuando
era más joven y más fresca.
Imposible saberlo.
La bella esposa como casi toda bella mujer que se siente
rechazada, se ofende, se pone
furiosa, quiere la más feroz
venganza, y denuncia falsamente a su
marido que José quería seducirla. Y lo denunció
con tanta furia que Putifar, mas ella se
enfurecía, menos él le creía. Y no le creyó.
Sabía que su mujer era de robustos
apetitos y que el mismo tenía demasiada panza...y varios cuernitos asomándose
por allá arriba. Pero también tenia que
salvar su reputación. Lo mandó de inmediato a la cárcel, reservándose para después
el tipo de castigo apropiado.
Pasa un poco de tiempo e inclusive en la
prisión José mostró gran habilidad y astucia. Se convirtió en un amigo
del jefe de la cárcel, quien comenzó a
apreciarlo y terminó nombrándole
carcelero adjunto.
Fue en aquella época que José se convirtió también en experto en la interpretación de sueños, una
especialidad muy cotizada en la corte de Egipto. Como Freud, su correligionario algunos siglos
más adelante, se dedicó a estudiar e interpretar ese mundo misterioso e
interesante de los sueños, con o sin
Bola Mágica y en poco tiempo se hizo amigo de todos y tuvo
ese momento de suerte que solamente los grandes saben aprovechar. Resulta que
un prisionero, que había sido secretario del Faraón, por algún motivo fue
perdonado de su delito y regresó a su antiguo oficio de secretario del Faraón,
quien evidentemente lo estimaba. Y un día ese secretario reintegrado tuvo la
oportunidad de hablar al Faraón en persona de ese José hebreo cautivo, gran precursor del psicoanálisis e
interpretaciones oníricas. Por
coincidencia y suerte de José, el Faraón
había tenido recientemente pesadillas
con sueños terroríficos. Inmediatamente mandó llamar a José. Y naturalmente José fue doblemente astuto en interpretar los
sueños del Faraón de manera que su figura resaltase como gran gobernante.
Y así fue que José salió de la cárcel y entró
en las buenas gracias del Faraón. El cual Faraón, en poco tiempo, vistas y conocidas las
capacidades de José en varios campos,
sin las palabrerías de nuestros tiempos, ¡decidió nombrar de inmediato a
José nada menos que su Primer Ministro! Le regaló un anillo de
oro, símbolo del poder, piedras
preciosas, ropa elegante, un coche especial tirado por cuatro caballos, una
especie de Ferrari de la época y ordenó
que delante de él todos tenían que "doblar la rodilla" en muestra de respeto y obediencia
y...llamarlo Excelencia.
Nada
mal para un ex pobre judío en la esclavitud.
Después de un breve período de tiempo el
ahora primer ministro José se casará con una bella egipcia, Asenat, hija de un sacerdote de alto nivel y,
finalmente, llegó a la èlite de la sociedad egipcia. Nacieron dos hijos, Efraín
y Manasés. Eran mitad egipcios y mitad judíos.
Y llegó el momento que José, aunque muy
bien integrado en la nueva tierra, casi un segundo hogar, sintió la llamada de
la antigua familia en Palestina. Y
quería llevar a sus dos hijos a visitar a su vejo padre Jacob-Israel, con la esperanza que aún estuviera con
vida.
Y
así fue. Los dos egipcios-hebreos llegaron donde el abuelo Jacobo-Israel, y de
sus manos temblorosas por la edad ya muy
avanzada, los dos jóvenes Efraín y
Manasés, aun sin ser de raza judía pura, pudieron ser transformados, por la bendición recibida del
abuelo, en los precursores de dos de los
famosos 12 tribus de Israel.
Ahora me gustaría hacer algunas
consideraciones que medio me pasan por la mente. ¿No es una coincidencia
interesante observar que los dos hijos
de Abraham con Sara y Agar, o sea
Jacob-Israel e Ismael, los dos antepasados míticos de los dos grupos de semitas, los judíos y los árabes, fueron cada
uno de ellos los antepasados de las doce tribus de cada uno? ¿Doce tribus de judíos y doce tribus de árabes? No
sólo eso, sino que los dos hermanos habrían tenido, y cada uno de ellos ¿una sola hermana? ¿Muchos
niños y una niña? Mucha coincidencia, ¿verdad? ¿O será que las niñas las ahogaban como los chinos? ¿O que le dieran
tan poca importancia a las niñas que ni reportaban sus nombres? Así, ¿como si fueran ovejas? Se hablaba
de número pero ¿no se le concedía el honor de un nombre?
Evidentemente, el número 12 tenía que tener un
significado mágico: doce los meses del año, doce las horas del día, y más tarde serán también doce los Apóstoles
de Jesús Cristo. La apoteosis de la docena. Y hoy en día nuestras queridas
amas de casa van a comprar una docena de huevos. Nunca les oí pedir una oncena de huevos.
Después de estas profundas
consideraciones, regresemos a José.
Interpretando otro sueño
complicado del Faraón, José le había anunciado la llegada de siete años de opulencia y siete años de
hambre; siete años de vacas gordas y
siete años de vacas flacas. Entonces
el Faraón siempre mas favorablemente
impresionado por las capacidades de José,
lo nombró Ministro de Alimentación
para todo Egipto.
Y poco después de esos hechos, vendrán
los siete años de abundancia y todos
a llenarse la barriga felices y
contentos. Luego vendrán los siete años de hambruna, y todos a quejarse. Pero José había mandado a
llenar los depósitos de alimentos y inclusive
los aumentó.
Y
con la hambruna llegaran también desde Palestina los viejos hermanos de José a
pedir ayuda y alimentos al Faraón. Los
refugiados judíos, cansados, maltratadas, con hambre, no podían reconocer en el
elegante Ministro del Faraón a su pequeño hermano vendido por ellos hace tantos años. Y También José, por el momento, tampoco quería
que lo reconociesen.
Pero al poco rato no pudo resistir el deseo de un abrazo
afectuoso con el anciano padre y su pequeño hermano Benjamín, ya que él sabía muy
bien que ellos ni eran cómplices ni
estaban enterados de la venta vergonzosa.
Así
que por fin se dejó reconocer y hubo la explosión de emociones.
Besos, abrazos, lágrimas, esperanzas, miedos...
todo esto debe de haber ocurrido.
Al
poco rato también con los otros hermanos hubo la misma emoción: porque por una conversación misteriosamente escuchada, José se dio cuenta
de que los hermanos se habían realmente arrepentido del trato que le habían
dado a su hermano, hace tantos años, vendiéndolo a los mercaderes.
Y fue que por eso que José se dejo
reconocer por fin también por los otros hermanos. Y todos se abrazaron.
Todos decidieron quedarse en Egipto, en
Goshen, a la espera de volver un día, dentro de unos meses, a su amada
Tierra Prometida.
Pero lo que nadie sabía ni podía saber era que los pocos meses de espera para el
regreso se transformarían en años, y los años en siglos.
Porque los Judíos de los famosos doce
tribus, los descendientes de Jacob-Israel, permanecerán en Egipto la bicoca de 600 años. Los primeros 300 años como unos privilegiados, probablemente debido a que en
ese periodo momento dominaban la zona
los Hycsos, pueblo semita de Asia, bien armado, y casi familiares de los
judíos. Pero los 300 años posteriores a
la caída de la dominación de los Hicsos, los judíos comenzaron el famoso y
tristemente recordado período de la
esclavitud en Egipto, con todos los sufrimientos que produce la esclavitud.
Hasta que un buen día una cestita de
mimbres dejada suelta en el rio Nilo, con un bebé adentro llorando de hambre, y las manos
delicadas de una hija de un Faraón, cambiarán el curso de la historia.
Y
así lo ilustrarán los norteamericanos siempre malos pero que
todo lo saben, y que si no existieran ellos, no lo sabríamos.
Ese niño será muy bienvenido, criado y educado por la familia del Faraón.
Se llamará Moisés, el Salvado de las
Aguas.
Y con Moisés y su osada aventura
comienza el retorno del Pueblo Elegido a la Tierra Prometida, donde los antiguos Judíos que se habían quedado a
pesar de la hambruna, se habían olvidado
de ser judíos y se habían mezclados con otras
varias poblaciones; ciertamente
ninguno de ellos estaba esperando con
los brazos abiertos a desconocidas que venían agresivas escapándose de Egipto y que pretendían recuperar las
tierras que habían dejado hace seiscientos años. Obviamente habrá mucha
leyenda en todo esto, pero algo de verdad tiene que existir y con una cierta base histórica.
Ha habido mucha especulación sobre la
figura de José y de su tiempo. Por ejemplo, que en la famosa cueva de Macpellà
en Hebrón, no serían enterrados sólo los patriarcas y matriarcas Judíos, sino
también Adán y Eva, lo cual es
obviamente un lindo cuento de
hadas. También se dijo, como ya asomado
antes, que el patriarca Isaac tendría la sagrada real
sangre del Faraón en sus venas. Y que
por lo tanto nuestro José, nieto de Isaac y bisnieto de Faraón, tendría también
parte de la sagrada sangre azul faraónica en las venas. Y que por eso podrá ser
nombrado ministro de Estado en Egipto.
En fin, muchas suposiciones, fantasías mezcladas con cuentos de adulterio autorizado para
salvar el pellejo.
Pero a quién le importa básicamente
distinguir la realidad de la historia,
lo real de la leyenda o la fantasía, ¿si esta realidad de ficción fomenta la
fuerza de la idea? José, verdadero o falso, de raza judía pura o mezclado
con la faraónica egipcia, siempre será
un gran guía espiritual y recordado por
muchos Judíos de la diáspora, diseminados y sufriendo arrastrados por el mundo desde hace más de dos mil años.
Y Moisés, el gran personaje que cierra el círculo histórico de la esclavitud en
Egipto, siempre será el líder que animará
el corazón a los que anhelan la libertad. A pesar de que habrá meticulosos piojosos que dirán que algunas reglas las copió
del Código de Hammurabi, Moisés siempre
será el gran Legislador, que truena sus
leyes, incluyendo las primeras leyes de la humanidad y que se esparcieron por
el mundo.
Un gran carácter.
¿Un mito?
¡Un coloso!
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