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Isaac y Rebeca, Esaú, Jacobo-Israel, Raquel
y Lea.
Con
esos tipazos de Patriarcas y de Matriarca tipo Rebeca, la cuestión adquiere
características especiales, inusuales para la época. Habrá engaño,
falta de respeto para el anciano padre, una especie de versión de comedia a
la Plauto como el enmascarado con
piel de cabra para birlar al viejo; habrá robo, mala fe, celos entre las esposas y concubinas, en fin
situaciones cómicas al estilo Comédie- Française.
Pero
vamos por orden.
Después
de un buen número de años de casados, Rebecca, la chica ingenua que por la
emoción se había caído del camello al ver, aun de lejos, a su prometido Isaac, finalmente tuvo una agradable
sorpresa. No uno, sino dos pequeños hijos gemelos. Y como a veces sucede entre los hermanos, los dos nenitos comenzaron inmediatamente a pelearse entre
sí, incluso en el vientre de la madre.
Con el tiempo, el buen padre Isaac demostrará
una preferencia por Esaú, el que salió primero a la luz. En cambio, la mamá tendrá sus preferencias para Jacob, quien será
más tímido, dulce, pero nada tonto.
El tiempo pasa… los niños crecen…acné juvenil… las madres
dulcemente envejecen... y un día marcado
por el destino el fuerte Esaú,
experto cazador, llegará a la casa
cansado y con un apetito formidable; y un plato de lentejas pasará a la
historia. Se veían tan deliciosas, esas lentejas, incluso sin chorizos, que Esaú, golosísimo, pidió un poco de aquel manjar
al hermanito. Y el listísimo Jacob,
con carita de tonto, le propuso el cambio, el trueque, el cambalache, lo que al fin no era sino un intercambio
infame: te doy mis lentejas y tú me pasas
tu derecho a la primogenitura.
Los Derechos de Primogenitura no eran algo solamente formal y emocional,
sino que comprendían sus
valores económicos de
preferencias en el momento de la herencia. Esaú, goloso, hambriento y un
poco apendejado, no se quedó a pensar mucho en ello. ¿Qué hago ahora con mi primogenitura si me
estoy muriendo de hambre? Y aceptó.
Sigue pasando el tiempo.
Cuando el anciano padre Isaac se hizo aún más
viejo y casi ciego, quería cumplir con la tradición y bendecir a Esaú, que era
y siempre consideró a su primogénito; y quería pasarle oficialmente la autoridad que la tradición le concedía.
Pero la astuta Rebecca y el no menos astuto Jacob confabularon
tramposos para engañar al viejo
Isaac. Decidieron que, aprovechando la ausencia de Esaú, cazador incansable, el tramposo Jacob se vistiera con una piel de cabra de manera que el padre
viejo y casi ciego, al tocarlo para reconocerlo, pudiese suponer que se trataba
de su peludo preferido Esaú y lo bendijera oficialmente.
Y
así sucedió.
Pobre Isaac ¡el otrora salvado por Dios del
cuchillo obediente asesino! El pobre viejo
Isaac, senilmente aturdido, medio ciego y ahora burlado, dio su bendición...y
los Derechos de Primogenitura y todo lo demás al hijo que
creía que era Esaú, pero que sin embargo
era Jacob vestido con una piel de cabra.
Cuando
después de eso por fin a Esaú se le abrió el bombillo, y se dio
cuenta del engaño, se encabritó como una bestia. Tenía razón, claro. No recordaba o no quería recordar el acuerdo
alcanzado hace años con su hermano. Solamente se sintió engañado, tomado por
tonto y fuera de sí, con cuchillo en la mano, la baba a la boca,
comenzó a revolver toda la casa para encontrar a Jacob y matarlo en el
acto. ¡No era broma! La mamá, dulce y
tramposa mamá se asustó y preocupó tanto que apenas posible envió a su favorito Jacobo a
esconderse en la tierra y en la casa de
su hermano, Leban, hasta que la rabia le pasara a Esaú. Y así sucedió.
Isaac llegó todavía temblando a las
tierras de su tío, y después del abrazo
y cuentos, Jacob vio a su prima Raque que lo estaba
mirando, interesada. Le gustó la chica de inmediato, y se enamoró de ella. Al
acto. Inmediatamente.
Pero no tenía dinero para comprarla, como era
costumbre en la época. Así que con su tío llegó a un acuerdo. Tú trabajas siete años por mí y yo te autorizaré
la boda con mi hija Rachel.
Y
Jacobo cumplió con el pacto, trabajó duro y sin ni siquiera tocar a la chica.
Solamente miraditas apasionadas y de
lejos!
Finalmente llega el día de la boda, alegría, fiestas bebidas...Pero la noche de bodas, la famosa
primera noche, nuestro Jacob, de hermano que engaño a Esaú, será el mismo
engañado a su vez. ¿Cómo fue?
¿Por qué? Porque
por aparente vicio de familia también
el tipo ese, el tío Leban, era un tramposo aprovechador. Por la noche, en la cama de
Jacobo, puso de contrabando, perfumada y ansiosa, a su hija mayor, Lea.
Era
un poco feúcha esa Lea, y con algo de defecto en la vista... También era fea la acción
de engañar a Jacobo... pero como buen
padre Leban tenía que encontrarle un marido, aun que fuera un marido a
media con su otra hija. Cuando el fogoso y medio borrachito Jacobo por fin entró al dormitorio, quizás por el vino, quizás
por la poca iluminación, no pudo reconocer a Lea, pero sí, lleno de pasión, la conoció en el sentido bíblico, la conoció, la re-conoció, y la re-re-conoció
y re-vigorosamente toda la noche
creyendo que fuera su amada Rachel.
Aquel
tramposo de Leban quería llevar dos
pájaros de un tiro, y a la mañana siguiente, propuso al exhausto pero decepcionado Jacob:
No te preocupes, Jacobo bello, tu estas casado
ahora con Lea, pero te daré también como esposa a mi hija Raquel que te gusta
tanto, pero tu deberás
trabajar otros siete años para mí.
¡Hubiera
tenido que mandar a todos al carajo! Pero no lo hizo. Y aceptó la nueva propuesta.
Otros
siete años de trabajo, 14 en total. Pero en todo ese tiempo Jacob se convirtió
en hombre rico. Para convertirse en rico
casi siempre hay que olvidarse de ciertos
buenos principios. No sabemos lo
que pasó con Jacob. Pero si sabemos que
los otros familiares de la familia de Laban, celosos y envidiosos de su éxito económico, trataban
de hacerle la vida imposible.
Entonces
intervino una vez más el dios de los judíos
que ahora, sí, era Yahvé y le
aconseja y ordena de volver a la tierra de sus padres, Isaac
y Rebeca. Obediente y temeroso de
Yahvé el querido Jacob huyó de la casa
de su tío, cobrándose su liquidación que
eran sus dos esposas, Raquel y Lea, una en cada mano. Me parece justo. Y algunas otras cositas y los relativos camellos, también ellos temerosos
y obedientes, además de impasibles. La
joven Rachel, quizás para tener
un recuerdo romántico de su propia
familia o por rencor al viejo padre por querer obligarla a esperar tantos otros largos años antes de dejarse “conocer” por su Jacob, ¿que había
hecho antes de escapar? Había robado algunas
otras cosas valiosas de su padre, un icono bello y precioso que el viejo Leban tratará siempre de conseguir
y no conseguirá nunca. En resumen, era toda
una familia de gente honesta.
Pero
lo del divertido e histórico evento durante la huida de todos esos señores respetuosos de la
propiedad ajena, fue que se produjo el maravilloso evento que definitivamente
calificó a Israel como el pueblo elegido por Dios. Habrá una especie de asalto,
una pelea, de un personaje misterioso contra
Jacob. ¿Un ángel? ¿Dios mismo en persona? Al llegar al final de
"combate", y al parecer sin ganadores ni perdedores en el sentido
tradicional de victoria o derrota, sino como por una especie de prueba, el misterioso personaje decidió que de ahora
en adelante Jacob ya no se llamará
Jacob, sino Israel y será el padre
de una nueva estirpe-raza "especial": los Hijos de Israel. Y desapareció.
Jacob-Israel, cansado y sorprendido se dará
entonces cuenta que había quedado medio cojo debido a la lucha. Todo el resto de su vida caminará cojeando. Pero ¿qué importa a cojear un poco "por
el resto de mi vida" si será el Progenitor de Estirpe?
Algún tiempo después de este evento
extraordinario, todo terminó en paz. Después de algunos años los hermanos
gemelos se reunieron de nuevo. Ellos se olvidaron de las viejas rivalidades. Y se abrazaron
como debe suceder entre hermanitos.
Y
colorín colorado
Este
cuento se ha terminado.
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