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Los Jueces
(Sansón, A. C. 1100)
Cuando se murió Josué, el Guerrero, la sagrada guerra de reconquista aún no se había completado ni todavía los viejos-nuevos hijos de Israel se habían bien re-establecidos en la nueva-vieja tierra de antaño. Tomará siglos para que el Reino de Israel finalmente pueda unificarse. Y cuando eso sucederá tampoco durará mucho tiempo: solamente el periodo de tres reyes Saúl, David y Salomón.
Este período, anterior a la monarquía y que será cerca de tres siglos, se llamará de los Jueces o Libertadores.
Las diferentes tribus tenían cierta independencia, inclusive a veces luchaban entre sí, pero tenían casi todos los mismos enemigos: cananeos que sobrevivieron a las masacres, los beduinos vagantes entre las dunas, maestros en ocultarse y los filisteos en la costa. Pero se dio solamente con Josué la despiadada terrible guerra a muerte contra los cananeos y los demás habitantes de Palestina. Solamente con él se vieron pueblos enteros en fuego y llamas: aldeas completamente destruidas y la matanza y sacrificio de los habitantes, todos y cualquier cosa que se respiraba. Todo, absolutamente todos, menos la prostituta de Jericó, amparada y en las gracias de Yahvé.
Ya lo hemos dicho.
Pero después de ese inicial furor de sangre y destrucción, con el consentimiento y la bendición de Yahvé, por fin el pueblo de Israel comenzó a aceptar la idea de vivir juntos, en santa paz, con grupos de residentes.
Sin embargo, como es obvio, ¿qué sucede? Esta actitud de convivencia, comenzó a producir ciertos cambios en las costumbres de todos. Se empezó a ver lo que ahora podríamos llamar una especie de globalización, de democracia, de modus vivendi, de tolerancia religiosa reciproca. Se empezó a pensar que podrían ser aceptados otras personas con sus otros dioses.
Pero… ay ay ay Yahvé ¡no era un Dios cualquiera!
Él no podía aceptar esto. Él era autocrático, exclusivista, el absoluto. Por supuesto esa voluntad de Dios la manifestaba al pueblo el sacerdote, el rabino, amparados por el conservador en general, y que con ese cuentecito de la tolerancia hacia los demás veía disminuir su propia importancia, su autoridad y su exclusividad como intérpretes infalibles de la voluntad divina.
Y a mi me sa’tanto, se dice en Roma, me sape, (tengo la impresión que…) que los sacerdotes de hoy en día no son tolerantes porque sean realmente convencidos de su tolerancia, sino porque ahora es imposible no ser tolerantes.
La grey se pone siempre un poco más crítica. Cambiar para no cambiar, entonces, como dijo el Príncipe de Salinas, con su aparente paradoja. Así que los hijos preferidos de Yahvé comenzaron a entender y convivir con los otros, y naturalmente concediendo donde se debía y podía conceder en aras de un convivir más o menos aceptable.
Pero los benditos sacerdotes, que siempre se consideran a ellos mismos los únicos interpretes de la voluntad divina decían que por esa constante mayor tolerancia hacia los otros y sus ritos, se producía la ira de Yahvé. Y que de eso provenía el consecuente justo divino castigo al pueblo elegido. Y para castigarlo le enviaba otro grupo étnico, otro enemigo, otro extranjero, que los dominaba. La ira de Dios es la voluntad de Dios. El dominio del enemigo es voluntad de Dios. Es un fatalismo que existirá también con la sumisión a la voluntad de Allah, en el Islamismo y che se revela en el dicho italiano, muy antiguo, de que non si muove foglia che Dio non voglia. (No se mueve ni una hoja si Dios no quiere). Así que, como ejemplo, el enemigo, Nabucodonosor, lo será por voluntad de Dios. Y con ese razonamiento todavía mucho mas tarde, inclusive Roma y después Hitler en sus respetivos momentos serán considerados por algunos como instrumentos de la voluntad de Yahvé.
Bueno. A continuar.
¿Qué pasó entonces, en aquella época? El pueblo elegido llora su pecado, pide disculpas y perdón. Yahvé, reafirmada con satisfacción su autoridad exclusiva, envía un Juez Libertador para liberar al pueblo elegido del yugo extranjero. Pero, los hombres son débiles, y al rato la gente va a volver a la tolerancia de ritos de otros, con el consecuente pecado y ofensa a Dios. Y a continuación, se reinicia el ciclo de la pena, del llanto, del perdón por la benevolencia divina y la posterior llegada de otro Libertador.
Y esto se produce a repetición durante todo el período de 300 años, con los jueces, como dije.
Durante este largo período de tres siglos aparecerán interesantes figuras de héroes-libertadores.
Normalmente las personas serán de origen humilde y, hecho interesantísimo, incluso habrá mujeres que serán capaces y famosas; casi siempre sin marido o con un tipo tranquilo de poca importancia.
Veamos algunos: Entre esos Libertadores estará Ehud, un hombre muy pobre pero de valor y determinación: él no posee ni un cuchillo, se fabricará uno muy rudimentario y ese rudimento lo hundirá en el grasoso vientre del Rey enemigo. Se liberó a la nación de la dominación extranjera.
Otro fue el caso de Débora, profeta y mística cantante de himnos sagrados. Estaba casada con un Lappidor, un tal cualquiera, insignificante. Ella se sentaba debajo de un árbol y la gente se le acercaba para obtener justicia en diversos eventos. En una ocasión Débora fue capaz de organizar una revuelta contra un cierto Yabín, importante rey de Canaán, y lo vence. Con el ejército cananeo aplastado, el general enemigo, Sisará, busca aterrorizado un refugio que considera seguro en la tienda de Yael, una mujer judía de modales suaves. Esta mujer interpretará de manera muy amplia la ley de la hospitalidad en vigor entre todos los pueblos del desierto. Le ofreció refugio en la tienda y hasta le dio refugio en su cama. Pero cuando el general se durmió agotado por la huida desesperada, el terror de los enemigos y las dulces fatigas del amor, esa Yael, mujer de modales suaves, como dicho, tomará un grueso clavo de metal de la tienda de campaña junto con un robusto martillo y le perforará por completo el cráneo al general. Clavándolo, literalmente, en el suelo. Dulces maneras femeninas.
Cuando poco después llegó Débora, la cantante profeta, allí mismo en la tienda, se pusieron a cantar en un dúo macabro una canción para glorificar al acto heroico. Y algún tiempo después, Deborah recibirá el título honorífico de "madre de Israel.”
Otro Juez Libertador fue Gedeón. Con sólo 300 de sus soldados (tal vez quiso imitar los trescientos espartanos en las Termopilas) ganó unos 10.000 enemigos y recibió como apreciado regalo las tres cabezas sangrantes de los tres principales líderes enemigos. Vivió contento y feliz y tuvo la belleza de setenta hijos varones. Si tuvo hijas no se sabe pero lo que se sabe es que las hijas no tenían mucha importancia. Abimeléc fue uno de los setenta hermanitos. Así como70 serán los sabios de los Setenta de La Biblia, pero en común habrá sólo el número. Setenta debe haber sido un número indefinido, un decir para indicar muchas personas. Abimeléc nunca fue Juez. Sin embargo mataba a enemigos como moscas. Y mata y mata, con su Dieu le Volt, (Dios lo quiere) también mató a sus 69 hermanos. Nunca supe si también ese 69 era un número mágico… Por estos actos de amor fraternal nunca fue proclamado Juez. Y terminó mal. Una mujer, en no sé qué oportunidad, con una gruesa piedra le rompió el cráneo. Ya moribundo y sabiéndose al final de su vida, él mismo ordenó al soldado que estaba tratando de ayudarlo, para que terminara de matarlo a él, con su misma espada, para evitar que, horror de los horrores, ¡se dijera que había sido asesinado por una mujer! Fue un ejemplo claro y valeroso de dignidad masculina.
Al número 11 dell’hit parade de los Jueces apareció el famoso hombre Jefté: el hombre de palabra. Palabra de él y vida de otra persona. Durante una de las guerras de liberación nacional hizo un juramento solemne al Señor: que si regresaba victorioso iba a sacrificar la primera persona de su familia que vendría a saludarle, al momento del regreso a su casa. Simpática manera de sacrificar a los dioses no a uno mismo, si acaso, sino a otra persona. Pero así se usaba, evidentemente. Tal vez él pensó que sería uno de los muchos servidores que lo recibirían alegres. Pero no fue así. La primera persona que salió de la casa alegre para abrazarlo, era su hija, su única hija y que él quería muchísimo. Y se acercaba al papá, saltando feliz y alegre, en su juventud floreciente, y tocando los tamborcillos de la victoria.
Jefté se quedó horrorizado al verla, pero sabía que debía respetar el juramento de Dios. Lo supo también la pobre chica que aceptará resignada su horrible destino. Y le pedirá al querido y desdichado papá dos meses, sólo dos meses de tiempo, para ir con sus amigas a llorar su ya inútil virginidad y, quién sabe, las oportunidades perdidas.
No sabemos lo que pasó después de eso.
Y ahora llegamos a Sansón. Personaje famoso, atrevido, lleno de defectos y virtudes. Mezcla de virtud y de vicio, de bien y de mal, héroe, ladrón, asaltante y asesino. Amante desafortunado e ingenuo.
Y, por supuesto, fuerte como un Sansón.
Yahvé lo usará para ayudar como siempre a su amado pueblo. Fue uno de los últimos jueces, el 13º (otro número mágico). Sansón debe de haber nacido alrededor del 1100 a.C., siempre en el supuesto caso de que realmente haya existido. Y tendría que haber nacido unas pocas décadas después de que los "Invasores" habían ya llegado a las costas de Canaán, En judío "plishtim" significa Invadir y de ahí viene el nombre de Palestina. Estos filisteos estaban invadiendo, para los Judíos, pero en realidad eran también refugiados, muy probablemente viniendo a buscar otra patria del Egeo. Casi con toda seguridad una de la antigua población pelásgica o entre los primeros antiguos habitantes de Creta y sus alrededores, quienes se habían visto obligados a abandonar sus tierras por gentes más fuerte, Dóricos o Aqueos, en este caso: los aqueos rubios de Homero, los pueblos rubios del norte de Europa, los germánicos, y en cumplimiento de la ley no moralista sino natural, del "quítate tú porque ahora he llegado yo”.
Derecho de conquista, invasión, ley de la supervivencia, del más apto. Inevitable ley que a nosotros -- que decimos aplicar ahora valores más éticos, -- en la actualidad nos parece cruel, pero que es sólo la ley natural. Los débiles, los ancianos, los defectuosos, lo inútil, lo imperfecto, debe perecer. Recordemos el jardinero con la maleza.
¿Fue una parábola?
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