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A ALGUNOS
ESPECIALES DE MIS QUERIDOS LECTORES:
PARA DARLES A UDS. UN POCO DE
RESPIRO Y VARIEDAD EN EL MEDIO DE LAS AMANTES
HEROICAS DE HEROICOS HEROES DE LA HUMANIDAD, HE
PENSADO “COLAR” , DE VEZ EN CUANDO, ALGUN ARGUMENTO
DIFERENTE, QUE FORMARÁ PARTE DE MI LIBRO, TODAVIA EN MANUSCRITO,
QUE SE LLAMARÁ
“PERSONAJES”, Y QUE
ESTÁ A LA ESPERA DE EDITOR. COMO EN ÈSTE CASO, ¿COMO LE PARECE?
¿ESTÀ BIEN ALTERNAR?
De: ***
"P E R S O N A J E S"
M A R O Z I
A O M A R O C I A
Y L A P A
P I S A J U A N A
Hablaremos
ahora de Marocia, bellísima, rubísima e intrigante noble dama de la aristocracia
romana. Estamos alrededor del año 900.
Y aquí
debemos hacer un par de consideraciones para entender mejor al personaje.
Primera
consideración.
Los
pueblos mediterráneos desde tiempísimo han tenido una atracción muy especial
por los rubios. Mejor si dijera por las rubias. También el poeta
cascarrabias ese que a menudo suelo citar y que según dicen es el
mayor poeta italiano, el Dante famoso, también ese escribió, a propósito de un
cierto personaje: “Rubio, era, y bello y de gentil apariencia…. “ Por
qué ese complejo para con los cabellos de oro? Indudablemente no porque
las rubias sean objetivamente más atractivas de aquellas
maravillosas “razas “mezcladas que son las mulatas con ojos verdes
y cuerpos ondulantes, como en el sensualísimo Caribe. No, no es por eso.
Se
debe sencillamente a que desde la caída del Imperio Romano y por muchísimos
siglos, las nuevas clases dominantes eran los nobles, de origen
germánico. Germánicos en el sentido más amplio, naturalmente: Érulos, Godos,
Ostrogodos, Visigodos, Longobardos, Francos, Suabos , Vándalos. Gente del
Norte, en fin, y por lo tantos rubios. Los italianos, los españoles, los mediterráneos,
pues, en los tiempos de los Romanos, eran de cabellos oscuros, de ojos
oscuros, cabello ondulado y casi rizado. De cuerpos relativamente
bajos, consideraban casi gigantes a los altos Celtas y a los
Germánicos. Y vemos esos tipos mediterráneos muy bien representados
hoy en día en ciertas pinturas o frescos antiguos, de Pompeya, por
ejemplo, donde las caras de los personajes no tenían nada que
ver con los rubios del Norte de Europa que llegaron más tarde. Lo
mismo sucedió en Grecia, a propósito de los Pelásgicos, anteriores a las
invasiones de los germanicos Aqueos y Dorios: los Rubios
Aqueos, los llamaría Homero. Los héroes de la Ilíada y de la Odisea eran
rubios. Los dioses del Olimpo eran rubios. Afrodita, Atenas,
Febo, Ares, todos rubios. El único de cabello oscuro era el pobre Héfeso
, cornudo marido de Afrodita y fundidor en las entrañas del Volcán Etna.
¿De
dónde vienen los rubios? Del norte, obviamente, donde la melanina se
combina para producir reacciones adaptadas a la menor fuerza de los rayos
del sol.
Por
designios inescrutables, que harían la felicidad del Adolfito de buena
memoria, esos pueblos del Norte siempre han dominado con las armas a los
pueblos del sur. Los así llamados Arios invadieron los países que hoy en día
son la India. Los rubios Aqueos invadieron a Grecia. Los alemanes de varias
familias invadieron el Imperio Romano. Los rubios Visigodos dominaron a
España y sus poblaciones ibero – romanas. Los conquistadores rubios son
entonces los que comienzan a mandar. Fueron ellos que en la Europa
medieval se transforman en condes, marqueses, duques, príncipes, reyes. Así que
en la cotidianeidad medieval, el rubio comienza a ser sinónimo del Señor,
del Noble, del Amo, del Poderoso y por ende del Bello. Al cual hay
que obedecer.
Y
Marocia, nuestra querida Marocia era noble dama romana, sin duda:
pero en su sangre corría la sangre de los Longobardos, de los rubios
amos. Y por lo tanto ella era de cabellos de oro. Y el pueblo de Roma, el
pueblillo de cabellos oscuros, ya había perdido en siglos de dominación
extranjeras las características típicas de los aristocráticos Senadores
Romanos, de antigua fuerte estirpe: el otrora orgulloso Populus Romanus
se había transformado en plebe romana; y obedecía al rubio. La historia
nos enseña que al extranjero dominante se le odia, pero también se le
admira y se le quiere imitar. Así como ahora, en la mestiza América
casi todas las mamás están contentas si le nace una hija “blanca”:
cuántas señoras suramericanas conozco yo que llaman a sus hijitas
“Blanca o Blanquita”! Y ninguna, que yo sepa, que la haya llamado “Negra
o Negrita”.
Segunda
consideración: los tiempos en que vivió Marocia.
En
aquella época no existía Amnistía Internacional ni el Tribunal
Internacional de La Haya. Y cada uno hacía lo que más le venía en gana. Más que
ahora. Las necesarísimas e importantes leyes de Roma no existían
más, se estaban formando las nuevas leyes, mesclas de las germánicas con
las latinas.
¿Cómo
era Roma en aquel entonces? ¿En el año 9oo después de Cristo?
Roma
era una vergüenza.
Vergüenza
el pueblo que se había reducido a vivir de limosnas; vergüenza los curas,
siempre demasiado numerosos en Roma y que se engordaban con
los testamentos; vergüenza los Papas, quienes se enriquecían con las
donaciones; vergüenza los nobles que vivían de rentas y cuyas pocas gotas
de sangre romana ya envilecida lograba envilecer también a la nueva
vigorosa sangre germánica.
Roma
era toda una gran vergüenza. Nunca, en la historia, se había envilecido tanto
ni se envilecerá, y nunca el Papado había sido tan soez ni había caído en tan
vergonzosas infamias como en aquel período infeliz. ¿Queremos dar un
vistazo a aquella Roma papal, clerical, facciosa, corrupta y holgazana de
alrededor del año 900? Este fue el periodo “feliz” del Papado que
el Cardenal César Baronio, del siglo XVI, llamó el siglo de la
pornocracia romana.
Los
que mandaban en Roma eran las nobles familias romanas – longobardas:
los Túscolo y de los Crescenzi. Se casaban entre ellos y se
peleaban entre ellos y en la silla de Pedro colocaban a quien les daba la
gana. Es de aquel periodo el proceso más ignominioso de la historia. Peor
que los procesos a las brujas, en siglos siguientes, peor que los procesos de
Stalin: se llegó al extremo de procesar a un muerto.
Agarraron
el cadáver del imputado, lo pusieron a sentarse en un banquillo de Tribunal y
debido a que ya estaba muerto, no pudiendo matarlo más. Se limitaron a
cortarles tres dedos, y a decapitarlo. Y después la plebe de Roma,
naturalmente azuzada, lo tiró al histórico río Tiber.
Bueno,
hasta acá era una infamia, pero solamente una infamia. Lo que
fue más grave, gravísimo, era que el procesado era un Papa: Papa Formoso. Por
macabra ironía, al momento del proceso el cadáver exhumado
y maloliente fue vestido con todos los paramentos sagrados,
sentado en una silla que imitaba el Trono de San Pedro. Le cortaron los
tres dedos que usan los Papas para impartir su Apostólica Bendición.
La
facción política en el poder en aquel momento quiso ese
proceso y para procesar al cadáver del ex Papa Formoso
se dirigieron al hijo de otro sacerdote católico. Este hijo de cura
católico era nada menos que el sucesor de Papa Formoso, otro
sucesor de Pedro: el obediente Papa Esteban VI quien también terminó sus días
felizmente asesinado. Sucesivamente vino otro Papa, Juan IX nacido
en Tívoli, pero de sangre completamente germánica y que, con agudeza
jurídica, declaró nulo el anterior proceso a un muerto. Papa Formoso
fue por lo tanto rehabilitado y los pobres huesos, esparcidos en la orilla del
río Tiber, fueron más o menos recogidos y regresaron otra vez al
Vaticano. A su paso, en medio de las letanías de rigor, las estatuas de
los Santos doblaron sus cabezas, en signo de reverencia y respeto. Esto,
según los Libros Pontificales. Y aquí, en aquel berenjenal de intrigas
y confabulaciones, siempre a la sombra de la Cruz, aparece
Marocia.
Esta
joven aristocrática y bellísima romana de origen germánico, en un
momento determinado se casa con Alberico, noble romano
y a los reglamentarios meses tuvo un hijo. Pero el hijo no era
del recién casado marido, siguiendo las tradiciones, sino de otro tipo que se
llamaba Sergio.Bueno. Al fin era solamente un caso de adulterio.
Pero
resulta que el tal Sergio ese no era un Sergio cualquiera sino era Papa Sergio
III, de la familia Túscolo.
Este
Papa Sergio indudablemente se cubrió de gloria por su victoria contra los
Sarracenos que infestaban las cercanías de la Sagrada Roma; pero se
cubrió de otra tanta gloria, una especie de primado Guinnes, porque fue el
único Papa que fue papá de otro Papa, o sea del hijo que tuvo con Marocia y que
bautizaron Juan: chico excepcional porque con el tiempo se
transformará en Papa, Papa Juan XI. Y será elegido Papa a la veneranda edad de
once años. Otro primado Guinnes por una carrera fulminante.
Regresamos
a Marocia.
Su
primer marido, el cornudo Alberico, de repente se muere. Y entonces Marocia,
que bien sabía cómo administrar sus más íntimos encantos, decide casarse con
cierto Guido de Toscana que era el hermano – bastardo , me parece recordar -
de aquel Hugo de Provenza que se transformará en Rey de Italia, con
ceremonia en Pavía, coronado con la Corona de Hierro de Teodolinda, hecha, la
corona, con un clavo de la Cruz de Cristo.
Mientras
tanto llega a la escena Papa Juan X, nombrado por Teodora, enamoradísima
de él. Y ¿quién era esa Teodora? Nada menos que la sensual madre de la
sensualísima Marocia.
Madre
e hija amantes de Papas: linda familia cristiana.
Pero
el hecho que este Señor Papa fuera amante de su madre no impidió a
Marocia en un momento determinado de meterlo en la cárcel.
¿Motivos? Rivalidades políticas.
Pero
Marocia era una dama de la alta aristocracia y no hubiera sido elegante
mandarlo a matar.
No
hizo nada ni en contra ni a favor del Santo Papa.
Absolutamente
nada. Tampoco le dio de comer y dejó que tranquilamente se muriera de
hambre.
Así que en Roma Santa, como se decía entonces, se acrecentó
el poder de Marocia quien, ya sin oposiciones, ni dentro ni fuera de la Curia,
era prácticamente una Papisa. Y con o sin la ayuda del Espíritu Santo fue ella
quien en los sucesivos Cónclaves de los Cardenales eligió la bicoca de
tres Papas: León VI, Esteban VII y naturalmente su hijo con todavía
acné juvenil en su carita de adolescente, con el nombre de Papa Juan
XI. Y siendo puro de alma, la mamá lo nombró su confesor personal.
Pero no se termina aquí la historia. La telenovela continúa.
Pasan unos meses y se muere también Guido de Toscana, el segundo marido de
Marocia. De qué, no se sabe.
Entonces la impredecible Marocia dirige la mirada
ávida a su cuñado, al hermano del marido muerto; hacia
aquel Hugo de Provenza que había conocido y casi seducido años atrás y
quién mientras tanto había hecho una linda carrera en Pavía, coronándose Rey de
Italia con la Santísima Corona de Hierro de Teodolinda como hemos dicho antes.
Siendo una mujer decidida, Marocia le propuso matrimonio sin muchos
rodeos, ofreciéndole en dote la ciudad de Roma, la Iglesia de San Pedro, los
Muros Vaticanos, la Curia Romana y los futuros papas.
Hugo dijo que sí.
Y se fue a Roma, para contraer las Santas Nupcias.
Hugo encontró a Marocia vestida como una reina, llena
de gemas y de sedas. Pero le había llegado la menopausia, pobre Marocia;
y Hugo de Provenza, quien no tenía espejos para mirarse a sí mismo, la
encontró envejecida y gordita. La belleza fulgurante de la juventud de
Marocia se había desvanecido completamente a pesar de las bendiciones de tantos
Papas. Así que Hugo, patán al fin, comenzó a tratarla mal y a tratar mal también
al hijo de Marocia; el que ella había tenido,
"oficialmente", con su primer marido Alberico y que se llamaba
Alberico también, para confundirnos mas las ideas.
Y un buen día Hugo de Provenza, con o sin la Corona de
Hierro y con o sin razón, le dio una terrible bofetada a ese joven Alberico.
¡Imaginarse! Alberico tenía su carácter. ¿Lo heredó de su
padre oficial el noble Alberico? o de su padre natural, el Papa Sergio?
Sea como fuera, se consideró sumamente ultrajado, él, el
pimpollo romano de ascendencia germánica, por ese Provenzal, francés,
advenedizo. Se olvidó de ofrecer la otra mejilla, juró vengarse,
azuzó la plebe romana hablándole con el más convincente acento romanesco.
"Fuera el extranjero. Li mortacci tua”.
El pobre Hugo valientemente se fugó. Nunca se supo qué
le pasó a mamá Marocia.
Alberico proclamó la República.
Sí, el resentido Alberico, por una mansalva a su bello
rostro, exilió a los Papas. Y fundó la República Romana. La primera
República Romana después de tantos siglos.
Sin embargo no terminaron las vicisitudes de Marocia, que de
la historia pasó a la leyenda. Después de algún tiempo se comenzó a decir
que en Solio de San Pedro se había sentado una mujer: la Papisa
Juana.
Algunos historiadores confirmaron la existencia de este Papa
– Mujer, la Papisa Juana, quien parió en una calle romana y
terminó lapidada por la plebe enfurecida por el sacrilegio. Enea Silvio
Piccolómini, un gran hombre, estudioso y verdaderamente un gran Papa, Pío II,
demostró que lo de la Papisa Juana era toda fantasía popular.
Pero los Protestantes, afectos siempre por la libido de las
protestas como ciertas izquierdas trasnochadas de hoy en día,
los Protestantes, decía, siempre confabulándose con tal de denigrar
a los Romanos, antiguos, medioevales o contemporáneos, exhumaron este
fábula, en mala fe, sabiendo que no era cierta.
Sin embargo quizás y en cierto sentido algo de verdad
había.
En realidad nuestra Marocia
tuvo el poder de una Papisa y el nombre de Papisa Juana, nacido en la
fábula, probablemente viene del hijo de doce años, el Papa Juan XI,
porque el verdadero Papa era ella: la Papisa Juana.
De acuerdo a la Leyenda de Marocia, se dijo que la
Iglesia Católica, para estar segura de que el elegido al Solio de San Pedro
fuera un hombre, varón, macho, con todos los atributos de Adán, antes de
confirmar la elección del Papa, había que recurrir a una Inspección” in
corpore”; o sea el Candidato tenía que sentarse en una silla perforada ad
hoc. Un eclesiástico era el encargado de verificar a la vista y al
tacto los atributos viriles del elegido, no importando la edad. Se metía por
debajo de la silla, miraba para arriba y después de verificada y palpada
la existencia de ese detalle, de esos dos detalles, pardon, tenía
que exclamar, en voz alta, clara, que oyeran todos los prelados
presentes: DUOS HABET ET BENE PENDIENTES. Después de lo cual la Paloma del
Espíritu Santo descendía tranquilizada sobre el Santo Padre.
Y desde entonces parece que nació el dicho: ¡…y
que tiene las bolas bien puestas!
***
5 comentarios:
Uno de mis personajes favoritos de la historia, ficticios o no. Ahora ya tengo claro el panorama! Gracias, como siempre, me encantó la charla. Besos
Mi amiga Azuzena me esribió:
Querido Aldo: como siempre interesantísimo tu art. Me gustó muchísimo. Sigue escribiendo.
Afectos
Azucena.-
Gracias Azuzena...Saludame e Teodoro,a ver si se acuerda de mi!
Me encantaron las consideraciones sobre "la rubiez". Realmente en nuestra América mestiza aunque "los caballeros las prefieran rubias" la mayoría de las mujeres son morenas "mezcladas" aunque sus parientes juren y perjuren que NUNCA hubo ningún negro ni indio en la familia...... Yo - en cambio- fui rubia contra la absoluta naturaleza de mi familia cercana. Mi madre decía:- de alguna manera tenía que defenderse la pobre- que mi abuela materna era rubia. La vi en una foto que perdí y efectivamente así lo parecía. Ahora me encanta saber que puedo haber sido "noble, germana, aria" y ¿ pero quién me borra la negritud familiar????? ¿Ehhhhh? En cambio parece que la tal Marozia fue rubia y vivísima para todo. Y eso que era del 900 .... Espero más personajes y me encanta la idea de que los condenses en un libro.
Alfa me hiciste reir mucho con tu comentario sobre Marocia. La Nobleza Germanica Aria y la " negritud!."
Gracias por tus palabras y por tus consejos sobre el Cuzco. Ciao, bella...ciao...
Pero todavía hay ingenuos o que no quieren saber la verdad sobre la corrupción papal y que la sucesión papal que dice tener el sistema católico romano nunca se dio, tal que hubo un tiempo en donde existieron 3 papas peliandoce quien sería y quién era el verdadero papá, todo un desastre! Y la tal Marozia y su madre con toda su corrupción existieron, despertando los instintos sexuales a papas y no papas. Y todavía hay fanáticos defendiendo al sistema católico romano.
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