5 dic 2013

32bis/54 SANTA IRENE EMPERADOR DE ORIENTE

32bis/54            

                   SANTA  IRENE  EMPERADOR DE ORIENTE.


 La Emperatriz  Irene es de  la misma época, de los mismos años que Carlomagno: alrededor del 800 después de Cristo.
En Europa, después del terremoto de  la caída de Roma,  la gente andaba a tientas, en la oscuridad supersticiosa de la edad media, entre imágenes  de brujas, demonios y llamas del infierno. Pero eso casi no sucedía en la España Mozárabe, donde las únicas luces de saber eran las de hebreos y musulmanes, en ese breve  y feliz periodo de casi simbiosis y tolerancia reciproca.  Nosotros los europeos, supuestamente cristianos, llamábamos  infieles  a los musulmanes. Y los fieles a Mahoma llamaban infieles a los secuaces de Cristo. Así que durante esos  años no se sabía bien quien era fiel y quien no, así como ocurrió al pobre mío Cid Campeador, pobrecito, que en las dudas a veces guerreabas contra unos y a veces contra otros.  
Vamos a dar una ojeada rápida al mundo de aquellos tiempos, a ver qué sucedía un poco  antes del año 1.000.
En Rusia,  la que sería la Rusia actual, estaban por llegar unos  Vikingos, de la tribu de los Ruotzi;  y  el nombre de Rusia  deriva exactamente de esos germánicos.
  Italia estaba llena de Condeas Francas, o sea franceses,  o sea de los germanos francos. Roma, y alrededores, estaban “por su cuenta”, propiedad indiscutida de la Iglesia Católica Apostólica y, naturalmente, Romana. Habían quedado, siempre en Italia, dos Ducados Longobardos, ellos también constituidos   por grupos de origen germanica.
En Sicilia habían llegado los Sarracenos desplazando a Normandos y Suevos, otros grupos étnicos de germánicos.  Y había también unos Bizantinos esparcidos por aquí y por allá.
   En ese  magnífico crisol  de razas comenzaron a florecer por geminación espontanea  los Monasterios;  fenómeno que a pesar de sus muchos defectos y abusos, también tuvo enormes méritos manteniendo viva cierta  cultura que quizás habría desaparecido en el fragor  de las espadas.  Los  monasterios, de Italia   o de Francia y de otros países europeos,  no se dedicaban solamente al comercio, como sus homólogos bizantinos, sino que también trabajaban y copiaban textos de poetas, científicos, escritores, filósofos, clásicos griegos y latinos, textos en hebreo y en árabe incluyendo poesías o tratados licenciosos  que casi seguramente no entendían o aparentaban no entender.
 ¿Y la China? ¿Existía la China? Claro que existía. Era el misterioso y lejanísimo Catay y en el auge y esplendor, en aquellos tiempos, de la dinastía Tang,  con sus porcelanas bellísimas,  dibujos en seda,  invención de la imprenta.
Y ¿México? Claro que también existía Méjico  aun que los europeos no los habíamos “descubierto” todavía y construyan su bellas pirámides y las llamaban del Sol y de la Luna.    
Y en Oriente, en el Imperio Romano de Oriente, en Bizancio,  Constantinopla, la nueva Roma, ¿que estaba sucediendo?   Ellos tuvieron serios problemas con pueblos limítrofes, pero nada comparable con las invasiones barbáricas que tuvo Roma a partir del año 450 circa.  Quedaron casi inmunes. Y cuando los Sarracenos en su épico y fanático ímpetus de conquista trataron de acercarse demasiado blandiendo sus alfanjes victoriosos,  fueron vencidos  en la gran batalla de Acroinós, si recuerdo bien el nombre. Por meritos del Emperador León III, el Isaúrico. O quizás por intercesión de la Virgen María, según  otros.
De todas maneras si Carlo Martel   no hubiera vencido en Poitiers y León en Acroinós, todos los europeos ahora estaríamos en cuclillas con la frente en el piso rezando a  la Meca.
Ese mismo Emperador, el Isaùrico, él que tanto contribuyó a salvar el cristianismo, prohibió algo que Roma y los Clérigos en general no pueden permitir porque les restaba poder y autoridad a ellos: prohibió el culto a las imágenes.
Estamos hablando de la Iconoclastia. Palabra griega que significa “romper las imágenes”. Las imágenes sagradas. Nada de besuquear las estampitas ni venderlas ni hacerlas. Tampoco  adorar como tótem las estatuas sagradas confundiéndolas con la divinidad misma.
 Esa decisión provocó un problema  tremendo entre Constantinopla y Roma. Entre el Papa y el Emperador de Oriente.
¿Tenía razón el Basileus a prohibirlas? Es cierto que la palabra escrita en aquellos tiempos era de poca utilidad. ¿Quién podía leer los Evangelios o las Cartas de San Pablo? El pueblillo ignorante, aquel mismo que se quería iluminar con la nueva religión cristiana, era mucho más sensible a lo que podía ver  y no a lo que no podía leer siendo analfabeta. Obvio que las imágenes eran   muy eficientes como propaganda visiva. También hoy en día  son muchos  más los  que miran  televisión que los lectores de  libros.
Pero también era cierto que los inefables Monjes Orientales con el culto de las imágenes - de la iconolatría, habría que llamarla – habían creado una magnifica industria lucrativa. Se echaban cuentos inverosímiles sobre la mayor capacidad de una imagen respecto a otra.  Y el pueblillo se lo creía todo y se asistía a escenas de histerismo colectivo  pretendiendo que una imagen o un santo fueran  mejores y más poderosos que otros.  Por eso el querido Basileus, - así se la llamaba al  Emperador de Oriente -  quizás también envidioso del enorme poder económico que iban adquiriendo los Monjes,  dictaminó que aquel culto a las imágenes era solamente una superstición y  que amenazaba la estabilidad del estado y el poder del Basileus-Emperador.
 Así que prohibió las imágenes sagradas.
Y el  Papa, de Roma, sin pensarlo dos veces, lo excomulgó.
Excomulgó aquel mismo Emperador, Leon el Isaurico, el mismo Emperador que en Acroinós, con o sin la intervención de la Virgen María, había logrado detener la expansión del Islam.  Y el Papa, además de la excomunión,  eximió a los romanos de sus obligaciones de pagar cierto tributo al Emperador, según se estaba haciendo desde tiempo y hasta el presente. Y los romanos, tocados en sus corazones o más bien en sus bolsillos, aplaudieron la decisión papal, con fervor cristiano, y católico y apostólico y romano.
¿Qué tiene a que ver todo eso con Irene?
Tiene. Porque es aquí que aparece Irene en las escenas de la historia. Ella era la esposa de de Leon IV, sobrino del Isaúrico. Y ella era muy a favor del culto de las Imágenes. Cuando su marido murió – y alguien insinuó que por culpa de ella – ella fue nombrada co-emperador a nombre de su hijo menor,  el futuro Constantino VI, de 10 años. Y  tenía el apoyo poderoso  nada menos que  de Tarasio, el Patriarca de Constantinopla. Pero cuando Irene, confabulándose con Tarasio, trató de reintroducir el culto de las Imágenes, los militares de Constantinopla, del partido contrario, sencillamente mataron al poderoso metropolita.  Hubo otro Concilio, entonces, el famosísimo Concilio de Nicea en el 787 y se volvió a autorizar el culto de las Imágenes. Irene fue feliz con eso.  Pero, ¿qué va a suceder, entonces? Que mientras tanto el jovencito Costantino VI seguía creciendo, como generalmente sucede a todos los muchachos. Llegado a la mayor edad se fastidiaba siempre más  de la constante influencia de la mama en los asuntos del Estado.  Hubo una tentativa de golpe de Estado. Irene astutamente la descubrió,  y asumió  entonces para sí misma los máximos y absolutos poderes.  Al rato  se dio  otro golpe de estado y esta vez Constantino VI recibe las insignias, el titulo y poderes de Basileus-Emperador de Oriente.  E Irene para el exilio.
 Pero, al fin, mamá es mamá, y Constantino, como tierno hijo, la perdona y le permite regresar a la Corte de Constantinopla.  Y fue un error del Basileus.  Porque Irene siguió confabulándose con los obispos y se llegó a otro golpe político. El pobre Constatino VI irá a la cárcel. Pero no solamente “preso” sino que al poco tiempo, para evitar otras sorpresas   llegó la orden de Irene, la querida mamá, para que le extirparan los ojos al hijo, el ingenuo Constantino VI. 
Así que por fin Irene consiguió su objetivos, el de ser nombrada emperatriz  ella misma, sola, y con plenos  poderes: Irene Emperador del Sacro Romano Imperio de Oriente.
Al poco tiempo Irene decide entablar  relaciones diplomáticas con el  Imperio Romano de Occidente,  más exactamente con Carlo Magno. Se pensó a un eventual matrimonio entre Irene y Carlomagno, que hubiera tenido un efecto enorme: nada menos que la restauración del antiguo Imperio  de los tiempos pasados, cuando Oriente y Occidente formaba juntos el gran Imperio de Roma.
Pero no se dio nada de eso. Hubo quien dijo que Carlomagno miraba con suspicacia aquella mujer demasiado emprendedora, temiendo terminar  también él en la cárcel y con sus  ojos manjar para los gatos
Así que la Emperatriz Irene siguió solita en su bella Constantinopla, ama absoluta del Imperio de Oriente;  hasta que por fin otra conspiración palaciega la mandó definitivamente en exilio, en la bella Isla de Lesbos, donde siglos atrás había nacido la gran poetisa Saffo, la que cantaba de sus amores pecaminosos con las bellas muchachas de Lesbos: las lesbianas, pues.
 Pero, aun que haya perdido un gran trono terreno, nuestra querida Irene conquistó después otro reino en el paraíso, ya que la Iglesia ortodoxa la  santificó.
Y se transformó en Santa Irene.


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3 comentarios:

Alfa Segovia dijo...
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Alfa Segovia dijo...

Aldino: ¡Como siempre excelente comentario! La verdad es que no te veo a ti "de cuclillas" rezando en La Meca... más bien creo verte blandiendo una flamígera espada cortando toda la ignorancia. Realmente es increíble tu "Santa Irene". ¿cómo llego a serlo, después de haberle extirpado los ojos a su propio bebé? ¡Misterios "eclasiásticos"! Dejas al pasar algún comentario sobre Ruy Díaz de Vivar-más conocido por "El Cid"- ¿Cómo fue DE VERDAD este héroe?

Aldo Macor dijo...

Una querida amiga anónima escribió:

Aldo, ¡magníficas historias las que relatas con esa chispa jocosa que nos impide dejar de leerte! ¡Vaya ejemplo de amor materno el de Irene, la Santa-Diabla, que sacrificó también a su propio hijo para asegurarse el poder absoluto!