CATALINA DE
RUSIA
Catalina de Rusia, la que en ruso
seria Yekaterina Alexeyevna, en realidad
se llamaba Sophie Friederike Augusta y
con un nombre así no podía haber nacido sino en Prusia.
Su marido, también nacido en
Alemania, se llamaba Karl Ulrich de
Holdstein, la región de las vacas lecheras.
En vez de quedarse a cuidar a sus vacas, el destino quiso que este
hombre insignificante fuera llamado al
trono de Rusia como Pedro III llevándose de la mano a su joven esposa.
¿Cómo fue posible que una pareja de oscuros alemanes subiera al
trono de Rusia? La respuesta está en los varios recovecos de la heráldica
europea, donde los retoños de familias de la nobleza se casaban entre ellos
y entre ellos se turnaban en el poder y a veces se pasaban enfermedades como la célebre hemofilia o defectos físicos como el belfo de
los Habsburg o la fimosis del pene como Luis XVI de Francia.
Sofía
era hija de un modesto noble
alemán, pero su mamá tanto hizo que logró casarla a los 14 años con ese alemán
bisnieto de Pedro II El Grande. Y ese Karl Ulrik, por los recovecos de los
cuales hablamos hace un segundo, fue
llamado al trono de Rusia asumiendo el nombre de Pedro III. La mamá de Sofíe había tenido buen olfato. Su hija sería Emperatriz de
Todas las Rusias.
Cuando la prusiana Sofie
llegó a los veinte años a Rusia con sus ojos azules, cabellos de oro y muchos sueños en la cabeza
no quiso ser menos que su marido y cambió el nombre de Sofie a Catalina,
agregándole graciosamente el título de Gran Duquesa. Por aquel entonces en Rusia el
Tzar era una Tzarina: la Emperatriz Elizabeth, nieta de Pedro el
Grande. Pero de grande esa mujer tenía solamente el deseo
de placeres y de lujos y la ambición de darle a su corte la brillantez de la de Versailles,
vaciando las arcas del estado.
Sofie, a pesar de ser la Gran Duquesa
Catalina, pasó la belleza de 18 oscuros años de infeliz vida
conyugal. Fue humillada más de una vez, se aburría tremendamente; en la corte
la miraban con sospecha y su marido se reveló un pobre infeliz, testarudo,
bebedor, probablemente impotente, neurótico, inepto. En cambio Catalina era
sana, fuerte, no bellísima pero con gran charme,
culta, inteligentísima y con una enorme energía. No podía no suceder lo que
sucedió: esos 18 años Catalina los sobrevivió buscando cierto alivio en tres
amantes, por lo menos tres. Y con ellos tuvo tres hijos, incluyendo a Paulo, el
supuesto heredero al trono.
Al llegar Catalina a su 18º
aniversario de infeliz matrimonio, la Emperatriz Elizabeth
murió. La Corona
de la Santa Madre Rusia
pasó como lo previsto al alemán Karl Ulrik, ahora Pedro III. El cual
formó de inmediato una alianza con Federico II de Prusia y no hizo
ningún esfuerzo para disimular su
admiración para la nativa Alemania y
su profundo desprecio por Rusia y los rusos. Cometió varias estupideces, entre
las cuales tratar de deshacerse de
su esposa. Pero Catalina, en esos 18
años, se había transformado. Ella había
aprendido a amar a Rusia y a su gente y de verdad. Era una persona de
cultura, leía mucho y poco a poco
comenzó a ser considerada muy
favorablemente en la pública opinión de Moscú y de San Petersburgo y también
por los elementos más iluminados de la
aristocracia y de la
Corte. Pero sobretodo
ella tenía el apoyo de los militares. En especial del Regimiento de San
Petersburgo, a las órdenes de Gregory Orlov, valiente militar y valiente amante
de Catalina. Otro as en la
manga. Y no hubo problema alguno para que Catalina fuera
proclamada Emperatriz y Autócrata en la Catedral de Kazan. Al pobre Pedro III, cuya
corona imperial le quedaba demasiado grande, no tuvo otro remedio que abdicar y
dejarse asesinar una semana después.
Catalina no ordenó la muerte,
pero tampoco la impidió. Y
desde entonces comenzó su reinado que duró
34 años con el título de Catalina II de Rusia, la Grande.
Desde sus primeros años como
Emperatriz, trató hacer de su amada Rusia una nación fuerte y
próspera. Y soñó con establecer un reinado de orden y justicia.
Pero
su más apremiante problema inicial fue el económico. Su predecesora, la
bisnieta de Pedro II con sus delirios de grandeza y de lujos había dejado
vacías las arcas del Estado. Catalina las volvió a llenar a expensas de quien
era amo y señor de una tercera parte de todas las tierras: la Cristianísima Iglesia
Ortodoxa Rusa que, para alcanzar ortodoxamente la pobreza
cristiana, había pensado bien en acumular riquezas durante siglos. Catalina les
dejó barbas y letanías a los clérigos
pero los transformó en funcionarios pagados por el Estado. Después resolvió también el problema de Polonia que
era un pequeño estado con poderosos vecinos que se lo querían comer.
¿
Como lo resolvió?
Buscó
en su archivo de amantes y escogió a un polaco, el débil Estanislao
Poniatowski, adicto a Catalina y lo
transformó en Rey de Polonia.
Con
Catalina tenemos un ejemplo claro de
cómo los políticos muy a menudo pregonan verdades humanitarias y de justicia
social cuando están en la oposición;
pero cuando llegan al poder se dan cuenta que
una cosa son las ideas de los filósofos y otras las realidades; y a
menudo cambian radicalmente de actitud. A veces
no por mala fe, sino porque, como dice un antiguo refrán italiano,” tra
il dire e il fare c`è di mezzo il mare” (
una cosa es decir las cosas, y otras es hacerlas ).
Catalina,
de muy buena fe, se había emocionado y admiraba las ideas liberales de
pensadores franceses e ingleses que estaban de moda en la Europa intelectual de la época.
Así que tan pronto pudo dio unas
“Instrucciones Generales” para
corregir las injusticias sociales en Rusia: que todos los hombres debían ser iguales frente a la ley, que se debía
proteger al pueblo y no oprimirlo, que se debía eliminar las pena capital,
eliminar la tortura en las cárceles y
eliminar la servidumbre de la gleba.
La Comisión
encargada estudió y estudió y nada concluyó. Se dieron cuenta, la Comisión y Catalina, de
las enormes dificultades de traducir la teoría a la práctica. La economía
de Rusia estaba basada en la tierra y en
la servidumbre de la gleba, en un 95 %.
Los propietarios de tierras nunca habrían aceptado de buenas gana la liberación
de sus “siervos”: la riqueza de un noble no se medía por superficie de tierras,
sino por “almas” que la cultivaban.
Así
que las tan “iluminadas” Instrucciones de Catalina quedaron tan a oscuras que nadie las vio. No
solamente eso sino que, con el tiempo, Catalina
cambió de parecer y se dedicó a
organizar un sistema que ella misma,
antes, había calificado de inhumano. Impondrá la servidumbre de la gleba en Ucrania, donde no había nunca
existido y comenzará a distribuir las que se llamarían “Tierras de la Corona” entre sus favoritos
y sus ministros, así que, al final de su
reinado, los campesinos estaban peor que
antes. Quizás para superar su frustración por no poder aplicar
las ideas por ella pregonadas
anteriormente, Catalina se dedicó a
Turquía. El Imperio de Constantinopla–Istambul había sido enemigo tradicional de la Corona Rusa. Y
el sueño de los tzares era llegar al Mar Negro, el antiguo Ponto Euxino, pero
siempre mar y con acceso directo al Mar
Egeo y por fin al tan ansiado
Mediterráneo.
La
guerra de Turquía le ofreció, quizás,
buenas excusas para frenar un poco sus anteriores ideas liberales. Las excusas
para la guerra fueron una epidemia y la revuelta de los Cosacos.
La
epidemia levantó descontento en Moscú.
Por razones misteriosas, la plebe, el
pueblo, siempre culpa al gobierno de las mayoría de los males que le agobian y
casi siempre con razón; pero a veces lo culpa hasta por desastres naturales.
Hay un refrán italiano que dice ”Piove: Governo ladro”
¿Llueve?...¡gobierno ladrón! De todas maneras se forma el descontento y el
gobernante recurre a ciertas formas de disciplina casi siempre impopulares. Así
pasó con Catalina.
La
segunda excusa fue la revuelta de los Cosacos que requirió medidas drásticas.
Un antiguo oficial de los Cosacos del
Don, de mentalidad soñadora como muchos eslavos ,Yemelian Pugachof, en un
cierto momento pretendió ser nada menos
que el antiguo y ya muerto Tzar Pedro III. Muchos le creyeron y se formó un
motín, una revuelta, casi una revolución. Sus tropas desde los Montes
Urales comenzaron a expandirse, a crecer
y entre terror y caos iban a marchar
sobre Moscú. Pero para suerte de Catalina la guerra con Turquía había
finalizado justamente en esos momentos y ella pudo mandar a sus tropas a domar
y destruir la rebelión: ¿consecuencias?
muertes y desolación. Y Catalina
se dio cuenta de que, en ciertos
casos, es mejor ser temido y actuar con mano dura.-
Pero
con la guerra de Turquía no solamente Rusia ganó Crimea, para que pudieran gozar del clima templado de esa región.
También Catalina ganó algo personal, muy personal: se ganó el afecto, la
estima, la admiración, el amor y la pasión de Gregory Potemkin, quien sería su
amante ; pero no un amante cualquiera de
caprichitos sexuales, como tantos tuvo y
como tantos tendrá, sino uno muy
especial y hasta, quizás, como algunos
dijeron, su marido morganático.
Catalina nunca mezclaba el placer con su “trabajo” de Emperatriz. Pero
Potemkin fue la excepción.
El era un hombre muy inteligente, habilísimo, diplomático
experimentado, gran soñador y
sinceramente encariñado con Catalina. La anexión de Crimea, por ejemplo fue
obra de la audacia y visión de Potemkin. Y Potemkin fue también un gran
director de escenas de teatro: el viaje de la Emperatriz Catalina
II, Tzarina de todas las Rusias, desde Moscú hasta Crimea, para tomar posesión
de las nuevas provincias, fue organizado por Potemkin como un viaje a la Mil y Una Noches. Hasta el
punto de mandar a construir paredes de madera
para simular escenas de vida alegres y opulentas aun en las zonas más
pobres donde transitaba la caravana Imperial. Una infinidad de
diplomáticos y hasta el Emperador de Austria y el Rey de Polonia la acompañaron en la que se
definió la Flota
de Cleopatra.
Pero en los últimos años de Catalina, ya se
escuchaban en toda Europa las canciones de libertad de la Revolución Francesa.
A
pesar de sus juveniles simpatías para el
“Iluminismo,” Catalina no podía olvidar que
era, como se definió una vez: “Yo soy una aristocrática. Y esta es mi profesión”. Así que cuando el escritor Radishef
publicó algo criticando severamente los abusos contra los
siervos de la gleba, sus funcionarios lo llevaron a prisión y lo condenaron a muerte. Y este
señor expresaba, en sus escritos, los mismos puntos de vista de la Catalina de
veinte años atrás cuando había dictado sus famosas Instrucciones. Quizás
fuera por eso, quizás no, pero a Radishef le llegó el perdón por parte de la Emperatriz, quien lo
exiló pero le salvó la vida.
Poco
después también en Polonia comenzaron
agitaciones exigiendo más libertades y
una constitución. Y Ucrania iba por el
mismo camino así que Catalina, la antigua liberal Catalina, anexó Ucrania del
Oeste de un zarpazo. También Polonia seguía
inconforme con Koscuszko
y para solucionar definitivamente
este problema, Catalina invitó a cenar
al ( la)Emperador(a)
de Austria y al Káiser de Prusia y Polonia fue tranquilamente dividida entre
los tres comensales, desapareciendo del mapa.
Maria
Teresa de Austria, Federico de Prusia y
Catalina de Rusia tenían buen apetito.
¿Cual
es, ahora, la opinión sobre Catalina II, de Rusia?
Los
Rusos la adoran, aun los Rusos Soviéticos.
Indudablemente
el sueño de abolir la servidumbre de la gleba se quedó en sueño e
inclusive se puede decir que la
situación de esos pobres millones de infelices al terminar el reinado de
Catalina era peor que antes
Pero
también es cierto que ella tuvo muchos méritos. Claro, algunos de esos méritos
han de ser considerados tales solamente
desde el ángulo visual de la época: indudablemente se consideraba un
éxito aumentar el poderío territorial, con o sin razón, y Catalina
coronó el viejo sueño de los rusos de poder ir a pasar sus vacaciones de verano en la soleada Crimea:
ventaja para ella, para sus sucesores y hasta para los futuros proletarios
soviéticos que llegarían dentro de poco con sus prosopopeyas comunistas. Aumentó también sus linderos en el oeste,
anexando parte de Polonia y parte de Ucrania, como ya hemos dicho. Reorganizó
docenas de provincias, construyó
centenas de ciudades nuevas y
modernizó y amplió casi todas las viejas.
Además las victorias militares le dieron
indudables méritos y su
corte, frecuentada por ilustres
personajes, era famosa en el mundo de entonces. Se escribía, se carteaba, con
la mayor parte de los personajes importantes de
entonces y era amiga de personas de cultura como Voltaire y Diderot.
Defendía la literatura, ella misma
escribía algo, y fundó revistas literarias
y construyó nuevas escuelas.
Qué más se le puede pedir a un Soberano?
Su vida personal? Muy bien. Es cierto que
después del affaire con Potemkin
tuvo por lo menos otra docena de
amantes, escogiéndolos entre los
jóvenes y bellos oficiales de su ejército.
Jóvenes barraganas, se decía. Sumados a
los anteriores, formaban casi un pelotón de individuos. Y también es cierto
que, en este período post Potemkin, Catalina tenía una “confidente” cuyo oficio
que tenia que “probar” a los candidatos
antes de admitirlos a la real cama.
Y
con eso? Se le podía reprochar que
tuviese el Furor uterinus ?
¿Qué
importa?
El
merito o demérito de un jefe de estado, si es hombre, ¿depende si acaso del numero de eyaculaciones que tenga en una noche de amor?
Y ¿ porque deberíamos tener otros pesos y otras
medidas para las mujeres?
2 comentarios:
Parece que después de este CAPOLAVORO te gane el espíritu de la Navidad. También es posible que alguno de nuestros hijos o nietos se equivoquen de número de teléfono y después de la sorpresa inicial nos auguren una feliz Navidad. Por si acaso te deseo una feliz Navidad y un año Nuevo con toda tu fuerza creativa renovada. Un saludo cordial a todos los que compartimos este espacio.
Angel
Aldino-Ángel
También les deseo lo mejor de lo mejor.
Aldino: sigue escribiendo tus bellezas. Te leo con admiración asiduamente. Besotes
Publicar un comentario