14 dic 2013

L.- Personajes.- 54/54 CATALINA DE RUSIA


CATALINA   DE   RUSIA


Catalina de Rusia, la que en ruso seria Yekaterina Alexeyevna, en  realidad se llamaba Sophie Friederike  Augusta y con un nombre así no podía haber nacido sino en Prusia.
     Su marido, también nacido en Alemania,  se llamaba Karl Ulrich de Holdstein, la región de las vacas lecheras.  En vez de quedarse a cuidar a sus vacas, el destino quiso que este hombre insignificante fuera llamado al  trono de Rusia como Pedro III llevándose de la mano a su joven esposa.
¿Cómo fue posible  que una pareja de oscuros alemanes subiera al trono de Rusia? La respuesta está en los varios recovecos de la heráldica europea,  donde los retoños de  familias de la nobleza se casaban entre ellos y entre ellos se turnaban en el poder y a veces se pasaban  enfermedades como la célebre  hemofilia o defectos físicos como el belfo de los Habsburg o la fimosis del pene como Luis XVI de Francia.
 Sofía  era hija de un modesto  noble alemán, pero su mamá tanto hizo que logró casarla a los 14 años con ese alemán bisnieto de Pedro II El Grande. Y ese Karl Ulrik, por los recovecos de los cuales hablamos hace un segundo,  fue llamado al trono de Rusia asumiendo el nombre de Pedro III.  La mamá de Sofíe había tenido  buen olfato. Su hija sería Emperatriz de Todas las Rusias.

Cuando la prusiana Sofie llegó a los veinte años a Rusia con sus ojos azules,  cabellos de oro y muchos sueños en la cabeza no quiso ser menos que su marido y cambió el nombre de Sofie a Catalina, agregándole graciosamente el título de Gran Duquesa.  Por aquel entonces en  Rusia el  Tzar era una Tzarina: la Emperatriz Elizabeth, nieta de Pedro el Grande.  Pero  de grande esa mujer tenía solamente el deseo de placeres y de lujos y la ambición de darle a su corte la brillantez de la de Versailles, vaciando las arcas del estado.
 Sofie, a pesar de ser la Gran Duquesa Catalina, pasó la belleza de 18 oscuros años de infeliz vida conyugal. Fue humillada más de una vez, se aburría tremendamente; en la corte la miraban con sospecha y su marido se reveló un pobre infeliz, testarudo, bebedor, probablemente impotente, neurótico, inepto. En cambio Catalina era sana, fuerte, no bellísima pero con gran charme, culta, inteligentísima y con una enorme energía. No podía no suceder lo que sucedió: esos 18 años Catalina los sobrevivió buscando cierto alivio en tres amantes, por lo menos tres. Y con ellos tuvo tres hijos, incluyendo a Paulo, el supuesto heredero al trono.
Al llegar Catalina a su 18º aniversario de infeliz  matrimonio, la Emperatriz Elizabeth murió. La Corona de la Santa Madre Rusia pasó como lo previsto  al alemán  Karl Ulrik, ahora Pedro III.  El cual  formó de inmediato una alianza con Federico II de Prusia y no hizo ningún esfuerzo para disimular  su admiración  para la nativa Alemania y su profundo desprecio por Rusia y los rusos. Cometió varias estupideces, entre las cuales tratar  de deshacerse de su  esposa. Pero Catalina, en esos 18 años, se había transformado. Ella había  aprendido a amar a Rusia y a su gente y de verdad. Era una persona de cultura, leía mucho y poco a poco  comenzó a ser  considerada muy favorablemente en la pública opinión de Moscú y de San Petersburgo y también por los elementos  más iluminados de la aristocracia y de la Corte. Pero sobretodo  ella tenía el apoyo de los militares. En especial del Regimiento de San Petersburgo, a las órdenes de Gregory Orlov, valiente militar y valiente amante de Catalina. Otro as en la manga. Y no hubo problema alguno para que Catalina fuera proclamada Emperatriz y Autócrata en la Catedral de Kazan. Al pobre Pedro III, cuya corona imperial le quedaba demasiado grande, no tuvo otro remedio que abdicar y dejarse asesinar una semana después.  Catalina  no ordenó la muerte, pero tampoco la impidió. Y desde entonces comenzó su reinado que duró  34 años con el título de Catalina II de Rusia, la Grande.

Desde sus primeros años como Emperatriz,  trató  hacer de su amada Rusia una nación fuerte y próspera. Y soñó con establecer un reinado de orden y justicia.
Pero su más apremiante problema inicial fue el económico. Su predecesora, la bisnieta de Pedro II con sus delirios de grandeza y de lujos había dejado vacías las arcas del Estado. Catalina las volvió a llenar a expensas de quien era amo y señor de una tercera parte de todas las tierras: la Cristianísima Iglesia Ortodoxa Rusa que, para alcanzar ortodoxamente la pobreza cristiana, había pensado bien en acumular riquezas durante siglos. Catalina les dejó barbas y letanías a los clérigos  pero los transformó en funcionarios pagados por el Estado. Después  resolvió también el problema de Polonia que era un pequeño estado con poderosos vecinos que se lo querían comer.
¿ Como lo resolvió?
Buscó en su archivo de amantes y escogió a un polaco, el débil Estanislao Poniatowski, adicto a Catalina   y lo transformó en Rey de Polonia.

Con Catalina tenemos un ejemplo  claro de cómo los políticos muy a menudo pregonan verdades humanitarias y de justicia social  cuando están en la oposición; pero cuando llegan al poder se dan cuenta que  una cosa son las ideas de los filósofos y otras las realidades; y a menudo cambian radicalmente de actitud. A veces  no por mala fe, sino porque, como dice un antiguo refrán italiano,” tra il dire e il fare c`è di mezzo il mare”  ( una cosa es decir las cosas, y otras es hacerlas ).
Catalina, de muy buena fe, se había emocionado y admiraba las ideas liberales de pensadores franceses e ingleses que estaban de moda en la Europa intelectual de la época.  Así que tan pronto pudo  dio unas  “Instrucciones Generales”  para corregir las injusticias sociales en Rusia: que todos los hombres debían  ser iguales frente a la ley, que se debía proteger al pueblo y no oprimirlo, que se debía eliminar las pena capital, eliminar la  tortura en las cárceles y eliminar la servidumbre  de la gleba.
La Comisión encargada estudió y estudió y nada concluyó. Se dieron cuenta, la Comisión y Catalina, de las enormes dificultades de traducir la teoría a la práctica. La economía de Rusia estaba basada en la tierra y  en la servidumbre  de la gleba, en un 95 %. Los propietarios de tierras nunca habrían aceptado de buenas gana la liberación de sus “siervos”: la riqueza de un noble no se medía por superficie de tierras, sino por “almas” que la cultivaban.
Así que las tan “iluminadas” Instrucciones de Catalina  quedaron tan a oscuras que nadie las vio. No solamente eso sino que, con el tiempo, Catalina  cambió de parecer  y se dedicó a organizar  un sistema que ella misma, antes, había calificado de inhumano. Impondrá la servidumbre  de la gleba en Ucrania, donde no había nunca existido y comenzará a distribuir las que se llamarían “Tierras de la Corona” entre sus favoritos y  sus ministros, así que, al final de su reinado, los campesinos  estaban peor que antes.  Quizás para  superar su frustración por no poder aplicar las ideas  por ella pregonadas anteriormente, Catalina se dedicó a  Turquía. El Imperio de Constantinopla–Istambul  había sido enemigo tradicional de la Corona Rusa. Y el sueño de los tzares era llegar al  Mar Negro, el antiguo Ponto Euxino, pero siempre mar y con   acceso directo al Mar Egeo y por fin al  tan ansiado Mediterráneo.
La guerra de Turquía le ofreció, quizás,  buenas excusas para frenar un poco sus  anteriores   ideas liberales.  Las excusas  para la guerra fueron una epidemia y la revuelta  de los Cosacos.
La epidemia levantó  descontento en Moscú. Por razones  misteriosas, la plebe, el pueblo, siempre culpa al gobierno de las mayoría de los males que le agobian y casi siempre con razón; pero a veces lo culpa hasta por desastres naturales. Hay un refrán italiano que dice ”Piove: Governo ladro” ¿Llueve?...¡gobierno ladrón! De todas maneras se forma el descontento y el gobernante recurre a ciertas formas de disciplina casi siempre impopulares. Así pasó con Catalina. 
La segunda excusa fue la revuelta de los Cosacos que requirió medidas drásticas. Un  antiguo oficial de los Cosacos del Don, de mentalidad soñadora como muchos eslavos ,Yemelian Pugachof, en un cierto momento  pretendió ser nada menos que el antiguo y ya muerto Tzar Pedro III. Muchos le creyeron y se formó un motín, una revuelta, casi una revolución. Sus tropas desde los Montes Urales  comenzaron a expandirse, a crecer y entre terror y caos  iban a marchar sobre Moscú. Pero para suerte de Catalina la guerra con Turquía había finalizado justamente en esos momentos y ella pudo mandar a sus tropas a domar y  destruir la rebelión: ¿consecuencias? muertes y desolación.  Y  Catalina  se dio cuenta  de que, en ciertos casos, es mejor ser temido y actuar con mano dura.-
Pero con la guerra de Turquía no solamente Rusia ganó Crimea, para que pudieran  gozar del clima templado de esa región. También Catalina ganó algo personal, muy personal: se ganó el afecto, la estima, la admiración, el amor y la pasión de Gregory Potemkin, quien sería su amante ;  pero no un amante cualquiera de caprichitos sexuales,  como tantos tuvo y como tantos tendrá,  sino uno muy especial y hasta, quizás,  como algunos dijeron, su marido morganático.   Catalina nunca mezclaba el placer con su “trabajo” de Emperatriz. Pero Potemkin fue la excepción. El era un hombre muy inteligente, habilísimo, diplomático experimentado,  gran soñador y sinceramente encariñado con Catalina. La anexión de Crimea, por ejemplo fue obra de la audacia y visión de Potemkin. Y Potemkin fue también un gran director de escenas de teatro: el viaje de la Emperatriz Catalina II, Tzarina de todas las Rusias,  desde Moscú hasta Crimea, para tomar posesión de las nuevas provincias, fue organizado por Potemkin como un viaje a la Mil y Una Noches. Hasta el punto de mandar a construir paredes de madera  para simular escenas de vida alegres y opulentas aun en las zonas más pobres donde transitaba la  caravana Imperial.  Una infinidad de diplomáticos  y hasta  el Emperador de Austria y  el Rey de Polonia la acompañaron en la que se definió la Flota de Cleopatra.

Pero  en los últimos años de Catalina, ya se escuchaban en toda Europa las canciones de libertad de la Revolución Francesa. 
A pesar de sus juveniles simpatías para  el “Iluminismo,” Catalina no podía olvidar que  era, como se definió una vez: “Yo soy una aristocrática.  Y esta es mi profesión”.  Así que cuando el escritor Radishef publicó  algo  criticando severamente los abusos contra los siervos de la gleba, sus funcionarios lo llevaron  a prisión y lo condenaron a muerte. Y este señor expresaba, en sus escritos, los mismos puntos de vista de  la Catalina de  veinte años atrás cuando había dictado sus famosas Instrucciones. Quizás fuera por eso, quizás no, pero a Radishef le llegó el perdón por parte de la Emperatriz, quien lo exiló pero le salvó la vida.
Poco después también en Polonia  comenzaron agitaciones exigiendo  más libertades y una constitución.   Y Ucrania iba por el mismo camino así que Catalina, la antigua liberal Catalina, anexó Ucrania del Oeste de un zarpazo. También Polonia seguía  inconforme con Koscuszko     y  para solucionar definitivamente este problema, Catalina invitó a cenar  al ( la)Emperador(a) de Austria y al Káiser de Prusia y Polonia fue tranquilamente dividida entre los tres comensales, desapareciendo del mapa.
Maria Teresa de Austria, Federico de Prusia  y Catalina de Rusia tenían buen apetito.
¿Cual es, ahora, la opinión sobre Catalina II, de Rusia?
Los Rusos la adoran, aun los Rusos Soviéticos.
Indudablemente el sueño de abolir la servidumbre de la gleba se quedó en sueño e inclusive  se puede decir que la situación de esos pobres millones de infelices al terminar el reinado de Catalina era peor que antes
Pero también es cierto que ella tuvo muchos méritos. Claro, algunos de esos méritos han de ser considerados tales solamente  desde el ángulo visual de la época: indudablemente se consideraba un éxito aumentar el poderío territorial, con o sin razón,  y Catalina  coronó el viejo sueño de los rusos de poder ir a  pasar sus vacaciones de verano en la soleada Crimea: ventaja para ella, para sus sucesores y hasta para los futuros proletarios soviéticos que llegarían dentro de poco con sus prosopopeyas comunistas.  Aumentó también sus linderos en el oeste, anexando parte de Polonia y parte de Ucrania, como ya hemos dicho. Reorganizó docenas  de provincias, construyó centenas de ciudades nuevas   y modernizó  y amplió casi todas las viejas. Además las victorias militares le dieron  indudables méritos  y su corte,  frecuentada por ilustres personajes, era famosa en el mundo de entonces. Se escribía, se carteaba, con la mayor parte de los personajes importantes de  entonces y era amiga de personas de cultura como Voltaire y Diderot. Defendía la  literatura, ella misma escribía algo, y fundó revistas literarias  y construyó  nuevas escuelas.
    Qué más se le puede pedir a un Soberano?

 Su vida personal? Muy bien. Es cierto que después del affaire con Potemkin  tuvo  por lo menos otra docena de amantes, escogiéndolos  entre los jóvenes  y bellos oficiales de su ejército. Jóvenes barraganas, se decía.  Sumados a los anteriores, formaban casi un pelotón de individuos. Y también es cierto que, en este período post Potemkin, Catalina tenía una “confidente” cuyo oficio que tenia que “probar” a los candidatos  antes de admitirlos a la real cama.
 Y con eso?  Se le podía reprochar que tuviese el  Furor uterinus ?

  ¿Qué importa? 

   El merito o demérito de un jefe de estado, si es   hombre, ¿depende  si acaso del numero de  eyaculaciones que tenga en una noche de amor?
 Y ¿ porque deberíamos tener otros pesos y otras medidas para las mujeres?


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece que después de este CAPOLAVORO te gane el espíritu de la Navidad. También es posible que alguno de nuestros hijos o nietos se equivoquen de número de teléfono y después de la sorpresa inicial nos auguren una feliz Navidad. Por si acaso te deseo una feliz Navidad y un año Nuevo con toda tu fuerza creativa renovada. Un saludo cordial a todos los que compartimos este espacio.
Angel

Alfa Segovia dijo...

Aldino-Ángel
También les deseo lo mejor de lo mejor.
Aldino: sigue escribiendo tus bellezas. Te leo con admiración asiduamente. Besotes