AGUSTIN DE HIPONA
(354—430)
Aurelius
Augustinus nació en Hipona. Su papá era
pagano, romano, se llamaba Patricius y su mama cristiana, se llamaba Mónica y
con el tiempo será Santa Mónica, no se sabe bien porqué. Nació en el 354 en
época posterior al decreto de tolerancia religiosa de Constantino, pero
anterior al decreto de exclusividad del 380, promulgado por Teodosio, a favor
de los cristianos. Era un joven muy inteligente, con deseo de lucir y de sobresalir en lo que emprendiera.
Le encantaba la literatura y la elocuencia. Lo mandaron a estudiar en Cartago y
se enamoró del teatro. Se destacó por su capacidad retórica y fue excelente en
certámenes públicos de poesías y teatro. De paso era también buen mozo, cabello
negro, de mirada profunda y a veces burlona, poseedor de un espíritu sensual y mujeriego. En fin, gozaba
de la vida y de los dones que le había dado la naturaleza. Siempre inquieto, siempre
en busca de lo nuevo, comenzó algo de cambio más profundo al conocer al
Hortensius de Cicerón: y con eso se enamoró de la filosofía y de la
especulación filosófica. Lo cual no le impidió de enamorase también de una
bella mujer, con la cual convivió por 14 años y que de paso le dio un
hijo. ¿Quien hubiera dicho que ese
joven extravertido simpático, gozón
y genial, con el tiempo se transformaría en Filosofo insigne, Santo y gran Doctor de la Iglesia Cristiana?
Pero seguimos con Agustín joven cuando la alegría de la vida todavía brillaba
en sus ojos. Con la filosofía comenzó a
ponerse incesantemente el problema de “la verdad”, la gran pregunta de la
época. Se acerca al Maniqueísmo, para desesperación de su mamá católica
tradicionalista; pero abandona esa secta
a los pocos años y derrota en
confutaciones retóricas y filosóficas al obispo Fausto, gran gurú del
Maniqueísmo. La victoria lo dejó escéptico.
Él era cristiano, probablemente, pero con el mare mágnum de herejías y
variantes y sectas del cristianismo de los primeros años, dudaba y pensaba,
pensaba y dudaba.
Se cuenta que un día, paseando a la orilla del
mar y tratando de darle vuelta al
problema de la Trinidad, vea a un lindo niño que juega vaciando en un
hueco de arena un tobo que constantemente llena de agua de mar.
Le pregunta: “Que haces?”
Le
contesta:”Saco toda el agua del mar para ponerla en este hoyo.”
Le
contesta el filosofo, con una sonrisa: “Esto es imposible, niño!”
Le
vuelve a contestar el niño: “Mas imposible es para ti entender con tu pequeña
mente el misterio de Dios”.
Poco
después de este evento, cierto o no que fuera,
a la edad de 29 años Agustín
cedió a la atracción que siempre había tenido Italia para él. Y debido a que su madre se oponía al viaje, se escapó durante la noche llevándose a su mujer y al niño. Llegado a Roma como pobre
extracomunitario del Macreb buscó
un empleo: lo consiguió como profesor en Milán. El Praefectus Urbi Símmaco le
autorizó el puesto, quizás también con la intención de frenar un poco la avasallante
fama y pretensiones del obispo Ambrosio.
Y allí, en Milán, ese diablo de Obispo que era Ambrosio, trató de
convertirlo. Pero Agustín era un hueso duro, de amplísima cultura y con
profundos deseos de conocimientos reales, de demostraciones, de seguridades.
Primero se acercó a los Académicos, con su pesimismo escéptico. Después se
acercó al neoplatonismo. Esperaba lograr una vida dedicada al estudio, a la
búsqueda de la verdad, despreciando honores, dinero y placeres. Teóricamente
buscaba también la castidad. Pero
todavía sentía fuertes las pasiones de la carne y del espíritu. Muy
probablemente por insistencia de la bendita mamá Mónica, la futura Santa Mónica,
que lo había alcanzado a Roma y no lo dejaba en paz, nuestro Agustino abandonó
la bella mujer que le había dado el hijo
Adeodato y lo había seguido fielmente en tantos años de feliz y pecaminoso
concubinato. Ella regresó triste a su
tierra natal, dejando el hijo a Agustino.
Una
vez solo, con su hijito, se dedicó leer
y estudiar los evangelios. Y un buen día, a los 33 años, paseando siempre
pensativo en un jardín de Milán, escuchó la
vocecita de una niña que canturreaba “TOLLE LEGE…”o sea “Toma y leas”. Agustino
interpretó este signo como premonición, agarró la Biblia, la abrió al azar y
dio con un paso de Pablo de Tarso a los Romanos. A los pocos días de este evento, Agustín se
fue a vivir retirado con su hijo Adeodato y unos amigos en una magnifica casa de campo de otro amigo, el rico Verecundo, quien haciendo honor a su nombre se avergonzaba de cobrar
arrendamiento a los filósofos en busca de la verdad; y los hospedó gratis. Después de un año de estudios de los
evangelios y de meditaciones, regresó a Milán donde Ambrosio, triunfante, lo
bautizará. Inmediatamente después
Agustino regresa a África. Durante el
viaje de regreso, la omnipresente mamá dejó de ser omnipresente: se enfermó y
murió cerca de Roma, feliz de que su ex-travieso hijo se hubiera convertido por fin a la “verdadera
fe”.
Llegado
a África, Agustín vende todos sus bienes,
el producto lo reparte entre los pobres y va a vivir en una pequeña
propiedad que se reservó para hacer vida de monje. Pero a los pocos años su
tranquilidad de monasterio se terminó y
de muy mala gana acepta que lo ordenaran sacerdote y después Obispo.
Pero una vez nombrado, su actividad episcopal fue muy intensa. Escribió también muchísimo. Murió en Hipona a
los 75 años, edad excepcional para aquella época. Y fue en
los tiempos de la invasión de los Vándalos de Gensérico.
Quizás
la obra literaria más famosa sea LAS CONFESIONES donde habla de su vida, su
evolución interior, de su concepto de Dios.
El DE
CIVITATE DEI (LA Ciudad de Dios) es probablemente su obra maestra, donde nos
presenta un resumen de su pensamiento político,
filosófico y religioso. Y tuvo
muchísima importancia en los siglos venideros. Fue escrita para defenderse, como cristiano, de las
criticas que máxime los paganos
romanos hacían a la nueva
religión, culpándola del colapso de la
Ciudad Eterna, Roma, frente a los Visigodos en el 410.
Otra
obra importante fue DE TRINITATE (La Trinidad)
seguramente su principal obra dogmática.
Escribió sobre la Indisolubilidad del
Matrimonio; y dio, con REGULA AD SERVOS, las normas más antiguas del Monaquismo
occidental, el de los Agustinianos.
Acusó,
con sus escritos, a maniqueos, donatistas, pelagianos, arrianismos y las
demás herejías en general. En su controversias con los maniqueos (de
Maní, sacerdote Persa) combatió el dualismo, la idea de la lucha entre el Bien
y el Mal y defendió el libero arbitrio del hombre. Rechazó el Donatismo (Obispo
Donato de Cartago) que fue una reacción al relajamiento de costumbre del clero y que quería impedir que
sacerdotes en pecados impartieran sacramentos; Agustín sostuvo el concepto del
SACERDOS IN AETERNUM, todavía vigente en la Iglesia Católica, o sea que
cualquier sacramento vale aun que otorgado por un cura negligente
o en pecado.
También opinó y peleó contra Pelagio : éste
sostenía que cada cual es responsable de las acciones que comete y no de las
acciones de los padres o antepasados: así que, según Pelagio, el pecado
original de Adán sería intransmisible y
de paso inútil el bautismo a los bebés
ya que no existe ningún pecado original que enmendar. Inexplicable, pero Agustín
consideró esa teoría una heresìa , y tal es para la Iglesia Católica.
Se
batió contra el Arrianismo. La doctrina
cristológica elaborada por Ario sostenía que la figura del Cristo, como segunda
persona de la Santa
Trinidad, era de valor inferior del Padre Eterno ya que, habiendo nacido después, no tenía la
perfección de la eternidad; por lo tanto confutaba la idea de la Trinidad. El concepto
de las tres personas iguales y distintas se remonta a Agustín y se impuso en la
doctrina oficial de la Iglesia Católica Romana. Los pueblos Germánicos
de Italia, ostrogodos, visigodos y Longobardos convertido al cristianismo
eran cristianos arrianos: con el tiempo
se someterán al catolicísimo de Roma.
Agustino
prevaleció también contra el grande Orígenes; no aceptó su apocatástasis, o sea
la idea que al final de los tiempos, Dios perdonaría a todo el mundo, incluido
a Satanás y el Paraíso seria sin ninguna
excusión a disposición de todos. Nuestro
Agustín defendió la idea del castigo eterno en el Infierno y la existencia del
Purgatorio. Aun que de muy joven había rechazado la fe en nombre de la razón,
con el tiempo fue convenciéndose que fe y razón no se oponen sino que
colaboran. Agustín quiere comprender el contenido de la fe: Crede ut
intelligas e Intellige ut credas:
Creas para entender y entiendas para creer.
En
ADVERSUS JUDAESOS escribió él también
contra los pobres Judíos acusándolos de ser enemigos de la nueva religión
cristiana. Y consideraba que todas las desgracias sufridas por ellos en la
diáspora eran demostraciones de la validez de la doctrina cristiana y formuló
contra todos ellos la gravísima acusación de
haber crucificado al Cristo. Y hace una curiosa distinción entre hebreos
y cristianos aun que ambos desciendan del Padre Abraham: “…los hebreos” dice
Agustín” descienden carnalmente del patriarca Abraham; sin embargo nosotros los
cristianos descendemos de otras gentes pero imitando las virtudes de Abraham
nos transformamos en hijos de Abraham...”. Así que somos descendientes de
Abraham por gracia de Dios porque el
mismo Dios no quiso que los descendientes carnales de Abraham fueran sus
herederos.
También hubo disertaciones sobre el problema
del mal: que al mal no existe en sí, sino que es la falta del bien.
Y sobre el tiempo hay algo interesante: que el
tempo es una realidad muy rara, ya que el pasado ya no existe, el futuro no
existe tampoco porque debe todavía ocurrir; y el presente ¿a qué se reduce sino
en un instante que huye?
Y
sobre el libre albedrío, problema que ha ocupado tantos cerebros de filósofos y
religiosos, existe esta afirmación: si no existiera el libre albedrío, no
habría ni culpa ni gloria para el
hombre. Porque o existe la libertad de decidir, o sea el libre albedrío; o existe la predestinación: haga lo que haga un
determinado sujeto, si Dios ha destinado que sea condenado, será condenado!
Agustino sostiene que no existe el determinismo: siento omnisciente, Dios sabe
de antemano, antes de los tiempos, los que serán condenados ab aeternum, los
que recibirán la Gracias y los que no. Pero
sostiene que Dios sabe todo eso
pero que no interviene en ningún momento: deja a los hombres libres de actuar,
según su libre albedrío. Y el hecho que Dios sepa de antemano lo que escogerán,
no implica una intervención en sus voluntades.
El
pensamiento de ese gran filosofo ha tenido enorme influencia casi exclusiva hasta el siglo XIII.
O
sea por casi mil años.
Agustín
no fue un fanático, como lo fueron muchísimos en su época, incluyendo el gran Ambrosio, su contemporáneo. Fue un hombre que de joven gozó de la vida, de
la alegría de la juventud, se dedico a los placeres del cuerpo como a los del alma y de la cultura.
Inteligentísimo, atractivo y ambicioso, ya crecidito en edad, siguió estudiando
y poniéndose preguntas y tratando de
resolver los grandes problemas de la humanidad; pasó a través de varias experiencias demostrando inquietudes
y curiosidades y buscando la
“verdad” en varias direcciones. Cuando
llegó al cristianismo “ortodoxo”, llegó a algo que estuvo buscando durante largos años de
reflexiones; no fue un sencillo buscar razones para justificar una creencia, sino que la creencia le vino
después de haber buscado razones. En
aquéllos tiempos casi no se podía vivir sin pensar en la divinidad, en el
sobrenatural. Hoy en día el problema de dios ya no es, en la mayoría de las
personas de cierta cultura, un problema de actualidad. Es algo que francamente
no interesa más. Estamos más interesados en los problemas del hambre en el
mundo, de las guerras, de tratar de atenuar
los fanatismos de varios géneros en pueblos todavía primitivos y hasta en los más
desarrollados. El problema de dios no es actual. Pero, en aquel entonces, era
importantísimo, primordial. Y él lo supo resolver, a su manera, claro, no a la
manera de otro, como hombre honesto y con las limitaciones de su época:
pero se puso el problema y lo resolvió. Sus opiniones influenciaron
por siglos a la Europa pensante, o sea al continente que en tres oportunidades,
con el Imperio Romano, con el Renacimiento y con la Revolución Industrial
fue luz de cultura dinámica poniéndose a la vanguardia del desarrollo humano.
Por divertida ironía y gozo de los racistas, el
caso quiso que el Gran Agustín fuera un
africano.
3 comentarios:
¿Tan africano como Balotelli o tan "español" como Trajano?
Angel.
Aldino: Es probable que tengas razón y que Dios no sea "un tema de actualidad", sin embargo, sigue siendo un gran signo de interrogación para la mayoría de los seres humanos. ¿Tú ya lo "contestaste" o resolviste?
Mia carissima Alfa:
eh proprio sí, mia cara amica…Peró il problema di Dio me lo posi ai 15 anni.. quando come tutti i ragazzini per benino cominciavamo a mettere in dubbio tutto ció che ci avevano insegnato i nostri genitori. Ah ¡caramba! ¡Me doy cuenta ahora que te estoy contestando en italiano! No te traduzco. Sé que algo de ancestros italianos, que como buena uruguaya seguramente tienes, te ayudará en la traducción. jaja .
Claro que me lo puse el problema de Dios. Con la avididad de la adolescencia leí lo que pude sobre religiones y “afines”. Y después de interminables y furibundas conversaciones de horas con amigos del liceo, más o menos casi todos llegamos a la conclusión que no podríamos definirnos Teístas, ya que no creíamos en Dios. Ni podríamos denominarnos Ateos, porque tampoco podíamos negar la existencia de Dios. Llegamos a la transacción - sabía decisión de la casi adolescencia - del Agnosticismo, entendido en el sentido literal: sin la gnosis. No nos pondríamos más el problema de Dios considerando que no sabíamos cómo resolverlos. ¿Que será lo que pienso ahora? Querida Alfa, es posible que el problema de Dios sea el más crucial para el hombre. Durante largos siglos de historia europea lo fue sin duda. Quizás la cotidianidad e infinidad de problemitas durante largos años de vida nos habrá distraído de algo más importantes. Desgraciadamente así es nuestra naturaleza imperfecta. Si tenemos unos estúpidos zapatos que nos aprietan los pies, no podemos apreciar a gusto la belleza de una obra de arte, cualquiera fuera.
Una contestación fugaz, ahora: te diría que con tantas novedades entre estrambóticas y geniales como las de Raymond Kurzweil o la búsqueda de la partícula divina o Bosón de Higgs, siguiendo con esos pasos no dudo de que llegaríamos un día no muy lejano a contestarnos científicamente varias preguntas que quedan en el aire.
Siempre que, querida Alfa, en el aire no nos manden a todos con unos de esos experimentos nucleares de los aprendistas brujos.
Besos.- Aldo
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