CARLOMAGNO
742—814
Carlos,
apodado después El Magno, es una demostración más de cómo a menudo los hijos no
quieren parecerse a los padres. Resulta
que su papá era Pipino de Héristal,
conocido mas como Pipino el Breve, el Cortito, el “Pepinillo, “el Chiquito”;
y su hijo, Carlos, quiso ser El Magno, El Grande . No por referencias a sus conquistas futuras, que difícilmente podría
conocer, sino porque ese muchachote nunca dejaba de crecer: su madre Bertrada,
apodada la de los pies largos, comenzó a temer que el marido la repudiara por
adulterio, cuando el joven Carlos llegó a los casi dos metros de estatura. Y era alto, fuerte, bien
proporcionado, de bella cabellera negra.
¡Cabellera negra! Imaginarse las suspicacias de las amigas francas,
rubias y envidiosas de algún desliz de
Bertrada con un apasionado sureño europeo.
Sea como fuera, el joven era extroverso, carismático, sumamente
parlanchín, comía con buenísimo apetito,
y bebía mucho pero sin nunca llegar a la embriaguez. Despreciaba los elegantes
vestidos de sedas y telas costosas, aunque en los últimos tiempos de su vida aceptó vestirse como un sátrapa
oriental, de acuerdo a su condición de Emperador. Pero eso será más adelante en
el tiempo. Era un gran deportista, de
joven, le encantaba la natación y su
fiel biógrafo Eginardo nos dice que escogió Aquisgrán como sede el Imperio
porque tenía aguas termales calientes donde nadaba a sus anchas durante todo el año. Quizás por eso fue el único franco alemán
que no hediera tanto. Aquisgrán había
sido un asentamiento Celta antes de que los Romanos la utilizaran con fines
medicamentosos y para descanso de sus legionarios; y la llamaron justamente
Aquisgrán, Aguas del Dios Granum, la
divinidad pagana local que cuidaba a los enfermos.
El padre de Carlos Magno, Pipino el Breve, a pesar de ser pequeñito de estatura
fue un valeroso rey. Considerando los tiempos tampoco fue un ignorante
completo. Fue el tipo de la famosa
astuta pregunta al Papa Zacarías: Es rey él quien tiene el título de Rey, o es
Rey el que de facto gobierna su pueblo? Naturalmente obtuvo la
respuesta que esperaba y que lo
legitimó en destronar al último
rey Merovingio y fundar su propia
dinastía, la Carolingia. Sabía hacer bien sus preguntas y tenia visión de lo
que importaba en aquellos días. La cultura
era cosa secundaria, de sacerdotes. Para salir de la mediocridad en
aquella época había solamente dos caminos: el sacerdocio, con su bagaje de
cultura y superstición correspondiente;
o las armas. Y Pipino escogió para su hijo Carlos la vía de las armas.
Así que el muchachote Carlos creció como
militar perfecto y siguió siendo un ignorante perfecto, por varios años, sin
saber ni leer ni escribir; al punto que de adolescente lo apodarán El Palurdo,
el Ignorante. Pero Carlos era también hombre de inteligencia superior así
que pronto entenderá el valor de la cultura
inclusive para aplicarla en administrar sus
reinos que él, ignorantemente pero constantemente, ampliaba. Desde relativamente temprano comenzó a apreciar a
las personas ilustradas y para combatir la ignorancia en su Corte, cuando llegó
al poder, abrió en Aquisgrán la primera escuela del Reino Franco. Contrató a
profesores famosos, a comenzar de Alcuino de York y dio forma a lo que se llamó el Renacimiento
Carolingio queriendo que el Imperio Franco
se transformara en la
nueva Atenas o la nueva Roma; un plan bien ambicioso, para un casi
analfabeto. Así que se recomenzó a hablar y escribir en latín, lengua que estaba
casi olvidada por las poblaciones de Europa. Y la figura de Carlos Magno entrará como un
gigante y defensor del cristianismo en la literatura y en las leyendas de toda
Europa, en las Chanson de Geste y Poemas de Caballeros como la Chanson de
Roland.
Con
su coronación en el 800, Carlos fundó el
Imperio Carolingio. El Imperio Romano de Occidente, junto con el Imperio Romano de Oriente en
Constantinopla, se considerarán los dos
herederos del Gran Imperio de Roma.
Murió
a los 12 años de su Coronación, a la
edad de 67, en el 814.
Su
hijo Luis el Piadoso, (Ludovico Pio)
heredó un gran Imperio muy bien
organizado y fue un bueno e inteligente soberano; pero no había heredado las capacidades geniales de su padre, una de las
figuras más importantes de la historia, ni su carisma ni su mano de hierro.
Tras la muerte de Ludovico el Imperio se dividió entre sus tres hijos, según
las tradiciones alemanas de reparticiones igualitarias. Ninguno de los tres
hijos fue sobresaliente. Ni supieron oponerse a las invasiones de otros
pueblos, como los normandos y los húngaros.
Y
asi el Imperio de Carlos Magno se deshizo.
Si,
se deshizo. Pero se siguió hablando de
él, del Emperador: mucho de lo que él dijo y mucho más de lo que él hizo, en la
vida y en la leyenda. Había guerreado
enfrentando a germanos, a
bizantinos y a musulmanes, húngaros y sajones.
La cúspide del poder la alcanzó la noche de Navidad del año 800, cuando
las campanas de San Pedro en Roma resonaron los augurios al recién
nombrado: “ Para Carlos Augusto,
Emperador de los Romanos, vida y victoria” y el Papa Leone lo coronó.
Aquí
hay que dar un paso atrás, regresando al
inicio del poder de Carlos Magno. A la
muerte de Pipino de
Héristal, el Breve, padre de Carlos
Magno, el Imperio se había dividido entre
los dos hijos: Carloman y Carlos (él que sería Carlos Magno). Y Carlos Magno se casará con Ermengarda, la
hija del Rey Longobardo Desiderio, para confirmar alianzas entre Longobardos y
Francos, ambos pueblos de raza germánica. Al poco rato fallece el hermanito
Carloman y Carlos Magno se apoderará de los poderes de él. Pero, ¿qué sucede en
Roma? Sigue el culebrón a la Macchiavelli: el Papa Adriano I, en Roma, estaba prácticamente rodeado de Longobardos y
comenzó a temer la probable constante agresividad de ellos con posible
consiguiente unificación de la pobre península italiana bajo un solo reinado y
la probable desaparición de los Estados Pontificales. Desde el punto de vista
de la Nación Italiana se hubiera conseguido la unidad de Italia sin esperar mil
años más, en el 1860 con Garibaldi y
sus audacias patrióticas y bochincheras.
Y probablemente la amalgama del
elemento germánico-longobardo y el
latino hubiera evitado tantas otras dominaciones que salpicaron a los
italianos, máxime en el sur, debilitando su temple. Los italianos hubieran tenido más homogeneidad como nación. Pero
también es cierto que renunciando al predominio del Papado y a la existencia
de Príncipes magníficos y corruptos y
amantes de las artes quizás no hubiese
existido el fulgor del Renacimiento Italiano.
El
Papa, temeroso de perder protagonismo
desempolvó el antiguo lema DIVIDE ET IMPERA y pidió ayuda a los Francos,
contra los Longobardos: porque ellos, los Francos, por lo menos no lo estaban merodeando en el patio de su casa, en Italia: estaban bien
lejos de Roma. Los Francos, o sea Carlos Magno, fue feliz de poder ser declarado por el Papa como
“Protector de Roma” y meter su naricita
en tierra italiana. Naturalmente aprovechó la situación para repudiar
la alianza con los
Longobardos y a su enamorada esposa Longobarda la “pía”
Ermengarda quien, “ sparsa le trecce morbide sull`affanoso petto” ,
según el Manzoni , muere mirando al Cielo.
Carlos, impávido, se casa con una
la jovencita de 13 años. Pero siempre pragmático y consecuente, el
Cristianísimo Rey peleará contra los
Longobardos, los vencerá, los borrará del mapa y se instala en el lugar de
ellos; siempre con la bendición del
Papa. Y lleno de sagrado furor y con la joven esposa, va a
pelear contra sajones para
conquistarlos o cristianizarlos, o matarlos según el punto de vista y las
circunstancias. Y como eran muchos, los
que iba a matar, decidió en un acto genial, de acuerdo a los tiempos, de decapitar a cuatro mil quinientos
prisioneros sajones, pero a la orilla del Rió Aller, para poder lavarse
más fácilmente la sangre del enemigo: la sangre de los furiosos bárbaros
paganos que no querían aceptar el Cristianismo en versión Franca.
Después
de eso, Carlos Mango se dirige a la Península Ibérica. Pero los árabes,
aun que infieles, son fieles a las tradiciones de sus antepasados beduinos
y guerreros. Esta vez el pobre Carlos Magno, tuvo que
regresar prácticamente vencido a sus tierras, logrando arrebatarles a los
árabes solamente lo que se llamaría la Marca Hispánica,
pequeña zona de confín.
Y regresando de España, deja al valeroso
Orlando (Roland) a proteger las retaguardias de su ejército en retirada “estratégica”. Así
comenzó la Saga del Paladino Orlando, de su espada Durlindana, de la
montaña cortada en dos, del cuerno acústico, de la Chanson de Roland y del asalto a traición de los musulmanes que
después se supo no eran musulmanes sino Vascos; manía de atentados, esa de los
Vascos, que dura hasta nuestros días.
Después
de eso el Gran Carlos todavía tiene el tiempo de concebir otro de sus hijos con
la 13 añera que mientras tanto había llegado a le avanzada edad de 18 años y se lanza a la conquista o evangelización
del territorio Ávaro, actual Hungría. Y
por fin en una tibia noche de Navidad en
Roma, el Papa Leone III pone la corona de
Emperador sobre la cabeza del Rey de los Francos. Leone III
era menos tonto de lo que parecía: que el Papa ciñera de la Corona Imperial a
Carlos Magno, Rey de los Francos,
significaría que el Poder Temporal, de los Emperadores, estaría sujeto a la
voluntad del Poder Espiritual de los Papas.
Este jueguito de nombrar a Carlos Emperador Romano suscitó recelos en la
corte de Bisancio ya que los Orientales se consideraban ellos
los verdaderos herederos del Imperio Romano. Legalmente lo eran
debido a lo de Odoacre quien había
destituido al último Emperador Romano, Rómulo Augústolo y enviado las Insignias
Imperiales a Zenón, Emperador Romano de
Oriente.
Debido
a los vaivenes de la política, al enfriarse las relaciones entre el Emperador
de Oriente y el Emperador de Occidente, se hicieron mas estrechas las
relaciones entre Francos y el Califato
Abasida, enemigo a muerte del Imperio Bizantino. Sin embargo las aguas se tranquilizaron unos doce años
después, considerado que tampoco se había dado
el sugerido matrimonio entre el
Emperador de Occidente Carlos Magno e Irene, Emperatriz de Oriente.
El nuevo Emperador de Oriente, Miguel Rangabé
reinó solamente dos años: y con un nombre así, gobernó hasta demasiado. Pero en estos dos años le dio tiempo
reconocer al nuevo Emperador Romano de Occidente en la persona de Carlos Magno
Rey de Francos; así que los dos Emperadores siguieron queriéndose como hermanitos,
ambos ungidos de Dios. Aún que viviendo
a prudentes distancias el uno del otro.
Al
año siguiente, el Buen Emperador Carlos Magno, sintiéndose ya entrado en
años, tenía 66, edad muy avanzada por la época, nombró como su sucesor a su
hijo Luis el Piadoso, Ludovico Pio, y lo coronó
él mismo, en Francia, para evitar las suspicacias de la Iglesia de Roma,
siempre metida en el antiguo y ambiguo
problema de que si era el Papa que nombraba al Emperador, o viceversa.
”Mi
hijo lo corono yo”. Parece que dijo en voz baja, típica de él y nadie lo
escuchó pero todos le obedecieron.
Después
de muchos siglos otro Francés, pero de sangre y lengua italiana, pronunció algo
similar al agarrar con sus manos
decididas la corona de Emperador que otro Papa se atrevía ponerle en la cabeza: “Questa è mia e guai
a chi me la tocca!” Y se coronó a sí mismo.
Es
interesante, después de tantos hechos de guerra, conocer algo más de la vida personal de este Cristianísimo Rey
Franco y Emperador Romano de Occidente.
La primera chica que conoció fue una noble, Himildrudis, quien le dio un hijo
que será Pipino el Jorobado. En el 770 a los 23 años, nuestro Carlos se casó con
Ermengarda, comop ya dicho, hija del
Rey Longobardo Desiderio, que repudió al año de casado, al denunciar la alianza
con los Longobardos. Su segunda esposa
legitima fue Hildegarda, de 13 añitos, que siendo Suaba debía de ser de notable
estatura también y de “buen vientre” porque le dio nueve entre hijos e hijas. A
la muerte de la
prolífica Hildegarda, el Buen Rey Carlos, ya de 36 años, se
casó con Fastrada, otra alemancita que le dio dos hijas ; y otra hija se
la dio una concubina, de nombre desconocido porque probablemente
de marido celoso. Enviudó otra
vez y se casó entonces con una alamana,
Liutgarda, quien resultó estéril. Al
quedar viudo de la
estéril Liutgarda decidió no casarse más y vivir en feliz
concubinato con cuatro buenos ejemplares de valkirias, pero una a la vez.
Un total de diez relaciones conocidas donde nacieron
por lo menos 18 hijos. El biógrafo de Carlos Magno, el buen
Eginardo, nos asegura que su amo
siempre se ocupó de la educación de los
hijos contratando a maestros que los educaran en lo que se usaba en aquellos tiempos. Y que nunca cenaba sin ellos y al irse de
viaje, los llevaba consigo. ¿Será cierto? Lo que si parece muy cierto, es que
las comidas siempre las acompañaba con músicas o lecturas. Quizás fuera por las músicas o por las
lecturas, la cosa es que después del
almuerzo el Grande Carlos solía dormir una siestecita de dos o tres horas: no
se sabe si por el gozo intelectual o el fastidio. Y como curiosidad habría que decir que el titulo noble de Conde
y de Marqués nació por voluntad de ese gigante de la historia: él creó el
Condado como Unidad Administrativa Básica del Imperio y su jefe recibió el título
noble de Conde. E instituyó varios
Burgos- Marcas - que puso a cargo de un
Marqués. Y encima de todos ellos, instituyó los Missi Dominici, Inspectores,
para someter a la obediencia los nobles
y las autoridades locales.
¿Aprendimos
algo de Carlos Magno? Sabiendo entender cuáles fueron los exabruptos de su
tiempo y no aplicando las leyes morales
o quizás las debilidades o hipocresías de hoy para juzgarlo, se puede decir que Carlos fue un gran estadista, el más grande jefe militar de la edad media y
tiene el gran mérito de haber sabido revivir en la envilecida Europa
el espíritu político y cultural que había desvanecido con la caída de Roma y
del Imperio Romano de los Cesares.
Fue
sin duda el primer Europeo.
Ojala
se hubiese podido hacer desde entonces una Comunidad de Estados Europeos. ¿Contra quien hubieran podido pelear los
Europeos? Solamente contra los Musulmanes.
Los otros pueblos no existían para nuestro
mundo.
Cada
cosa a su tiempo.
NATURA NON FACIT SALTUS.
1 comentario:
Fascinante! El broche de oro del final, de lo mejor.
Estuve ausente un largo tiempo, pero ya estoy de vuelta para leerte. Besos para ti.
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