26 may 2013

L.- Personajes.- 32 / 54 CARLOMAGNO


                       CARLOMAGNO      

                                      742—814


Carlos, apodado después El Magno, es una demostración más de cómo a menudo los hijos no quieren parecerse a los padres.  Resulta que su papá era Pipino  de Héristal, conocido mas como Pipino el Breve, el Cortito, el “Pepinillo, “el Chiquito”; y  su hijo, Carlos, quiso ser El  Magno, El Grande .  No por referencias a sus  conquistas futuras, que difícilmente podría conocer, sino porque ese muchachote nunca dejaba de crecer: su madre Bertrada, apodada la de los pies largos, comenzó a temer que el marido la repudiara por adulterio, cuando el joven Carlos llegó a los casi dos metros de estatura.           Y era alto, fuerte, bien proporcionado, de bella cabellera negra.  ¡Cabellera negra! Imaginarse las suspicacias de las amigas francas, rubias y   envidiosas de algún desliz de Bertrada con un apasionado sureño europeo.  Sea como fuera, el joven era extroverso, carismático, sumamente parlanchín, comía con buenísimo apetito,  y bebía mucho pero sin nunca llegar a la embriaguez.   Despreciaba los elegantes vestidos de sedas y telas costosas, aunque en los últimos tiempos de  su vida aceptó vestirse como un sátrapa oriental, de acuerdo a su condición de Emperador. Pero eso será más adelante en el tiempo.  Era un gran deportista, de joven,  le encantaba la natación y su fiel biógrafo Eginardo nos dice que escogió Aquisgrán como sede el Imperio porque tenía aguas termales calientes donde nadaba a sus anchas  durante todo el año.   Quizás por eso fue el único franco alemán que no hediera  tanto. Aquisgrán había sido un asentamiento Celta antes de que los Romanos la utilizaran con fines medicamentosos y para descanso de sus legionarios; y la llamaron justamente Aquisgrán, Aguas  del Dios Granum, la divinidad pagana local que cuidaba a los enfermos.
  El padre de Carlos Magno, Pipino  el Breve, a pesar de ser pequeñito de estatura fue un valeroso rey. Considerando los tiempos tampoco fue un ignorante completo.  Fue el tipo de la famosa astuta pregunta  al Papa Zacarías: Es rey él quien tiene el título de Rey, o es Rey el que de facto gobierna su pueblo? Naturalmente obtuvo la respuesta  que esperaba y que lo legitimó  en destronar  al  último rey Merovingio y  fundar su propia dinastía, la Carolingia. Sabía hacer bien sus preguntas y tenia visión de lo que importaba en aquellos días. La cultura  era cosa secundaria, de sacerdotes. Para salir de la mediocridad en aquella época había solamente dos caminos: el sacerdocio, con su bagaje de cultura y superstición correspondiente;  o las armas. Y Pipino escogió para su hijo Carlos la vía de las armas. Así que el muchachote Carlos  creció como militar perfecto y siguió siendo un ignorante perfecto, por varios años, sin saber ni leer ni escribir; al punto que de adolescente lo apodarán El Palurdo, el Ignorante. Pero Carlos era también hombre de inteligencia superior así que  pronto entenderá el valor de la cultura inclusive para aplicarla en administrar sus  reinos que él, ignorantemente pero constantemente, ampliaba. Desde  relativamente temprano comenzó a apreciar a las personas ilustradas y para combatir la ignorancia en su Corte, cuando llegó al poder, abrió en Aquisgrán la primera escuela del Reino Franco. Contrató a profesores famosos, a comenzar de Alcuino de York y  dio forma a lo que se llamó el Renacimiento Carolingio queriendo que el Imperio Franco  se transformara en la nueva Atenas o la nueva Roma; un plan bien ambicioso, para un casi analfabeto. Así que se recomenzó a hablar y escribir en latín, lengua que  estaba  casi olvidada por las poblaciones de Europa.  Y la figura de Carlos Magno entrará como un gigante y defensor del cristianismo en la literatura y en las leyendas de toda Europa, en las Chanson de Geste y Poemas de Caballeros como la Chanson de Roland.

Con su coronación en el 800,  Carlos fundó el Imperio Carolingio. El Imperio Romano de Occidente,  junto con el Imperio Romano de Oriente en Constantinopla,  se considerarán los dos herederos del Gran Imperio de Roma.
Murió a los 12 años de su  Coronación, a la edad de 67, en el 814.
Su hijo Luis el Piadoso, (Ludovico Pio)  heredó un  gran Imperio muy bien organizado y fue un bueno e inteligente soberano;  pero no había heredado las  capacidades geniales de su padre, una de las figuras más importantes de la historia, ni su carisma ni su mano de hierro. Tras la muerte de Ludovico el Imperio se dividió entre sus tres hijos, según las tradiciones alemanas de reparticiones igualitarias. Ninguno de los tres hijos fue sobresaliente. Ni supieron oponerse a las invasiones de otros pueblos, como los normandos y los húngaros.   
Y asi el Imperio de Carlos Magno se deshizo. 
Si, se deshizo. Pero  se siguió hablando de él, del Emperador: mucho de lo que él dijo y mucho más de lo que él hizo, en la vida y  en la leyenda. Había  guerreado  enfrentando  a germanos, a bizantinos y a musulmanes, húngaros y sajones.  La cúspide del poder la alcanzó la noche de Navidad del año 800, cuando las campanas de San Pedro en Roma resonaron los augurios al recién nombrado:  “ Para Carlos Augusto, Emperador de los Romanos, vida y victoria” y el Papa Leone lo coronó.
Aquí hay que dar un paso atrás,  regresando al inicio del poder de Carlos Magno. A la  muerte de Pipino  de Héristal,  el Breve, padre de Carlos Magno, el Imperio se había dividido entre  los dos hijos: Carloman y Carlos (él que sería Carlos Magno).  Y Carlos Magno se casará con Ermengarda, la hija del Rey Longobardo Desiderio, para confirmar alianzas entre Longobardos y Francos, ambos pueblos de raza germánica. Al poco rato fallece el hermanito Carloman y Carlos Magno se apoderará de los poderes de él. Pero, ¿qué sucede en Roma? Sigue el culebrón a la Macchiavelli: el Papa Adriano I,  en Roma, estaba  prácticamente rodeado de Longobardos y comenzó a temer la probable constante agresividad de ellos con posible consiguiente unificación de la pobre península italiana bajo un solo reinado y la probable desaparición de los Estados Pontificales. Desde el punto de vista de la Nación Italiana se hubiera conseguido la unidad de Italia sin esperar mil años más, en el   1860 con Garibaldi y sus audacias patrióticas y bochincheras.  Y probablemente la amalgama  del elemento  germánico-longobardo y el latino hubiera evitado tantas otras dominaciones que salpicaron a los italianos, máxime en el sur, debilitando su temple. Los italianos hubieran  tenido más homogeneidad como nación. Pero también es cierto que renunciando al predominio del Papado y a la existencia de  Príncipes magníficos y corruptos y amantes de las artes  quizás no hubiese existido el fulgor del Renacimiento Italiano.
El Papa, temeroso de perder protagonismo   desempolvó el antiguo lema DIVIDE ET IMPERA y pidió ayuda a los Francos, contra los Longobardos: porque ellos, los Francos, por lo menos  no lo estaban merodeando  en  el  patio de su casa, en Italia: estaban bien lejos de Roma. Los Francos, o sea Carlos Magno, fue  feliz de poder ser declarado por el Papa como “Protector de Roma” y meter su naricita  en tierra italiana. Naturalmente aprovechó la situación para  repudiar  la alianza con  los Longobardos  y  a su enamorada esposa Longobarda la “pía” Ermengarda quien, “ sparsa le trecce morbide sull`affanoso petto” , según el Manzoni , muere mirando al Cielo.  Carlos, impávido,  se casa con una la jovencita de 13 años. Pero siempre pragmático y consecuente, el Cristianísimo Rey  peleará contra los Longobardos, los vencerá, los borrará del mapa y se instala en el lugar de ellos;  siempre con la bendición del Papa. Y lleno de sagrado furor y con la joven esposa,   va a  pelear contra sajones para  conquistarlos o cristianizarlos,  o matarlos según el punto de vista y las circunstancias.   Y como eran muchos, los que iba a matar, decidió en un acto genial, de acuerdo a los tiempos, de  decapitar a cuatro mil quinientos prisioneros  sajones, pero  a la orilla del Rió Aller, para poder lavarse más fácilmente la sangre del enemigo: la sangre de los furiosos bárbaros paganos que no querían aceptar el Cristianismo en versión Franca.  
Después de eso, Carlos Mango se dirige a la Península  Ibérica. Pero los árabes, aun que infieles, son fieles a las tradiciones de sus antepasados beduinos y  guerreros.   Esta vez el pobre Carlos Magno, tuvo que regresar prácticamente vencido a sus tierras, logrando arrebatarles a los árabes solamente lo que se llamaría la Marca Hispánica, pequeña zona de confín.
  Y regresando de España, deja al valeroso Orlando (Roland) a proteger las retaguardias de su ejército en retirada “estratégica”.  Así  comenzó la Saga del Paladino Orlando, de su espada Durlindana, de la montaña cortada en dos, del cuerno acústico, de la Chanson de Roland y  del asalto a traición de los musulmanes que después se supo no eran musulmanes sino Vascos; manía de atentados, esa de los Vascos, que dura hasta nuestros días.
Después de eso el Gran Carlos todavía tiene el tiempo de concebir otro de sus hijos con la 13 añera que mientras tanto había llegado a le avanzada edad de 18 años  y se lanza a la conquista o evangelización del  territorio Ávaro, actual Hungría. Y por fin  en una tibia noche de Navidad en Roma, el Papa Leone III pone la corona de  Emperador sobre la cabeza del Rey de los Francos.   Leone III  era menos tonto de lo que parecía: que el Papa ciñera de la Corona Imperial a Carlos Magno,  Rey de los Francos, significaría que el Poder Temporal, de los Emperadores, estaría sujeto a la voluntad del Poder Espiritual de los Papas.    Este jueguito de nombrar a Carlos Emperador Romano suscitó recelos en la corte de Bisancio ya que los Orientales se consideraban  ellos  los verdaderos herederos del Imperio Romano. Legalmente lo eran debido   a lo de Odoacre quien había destituido al último Emperador Romano, Rómulo Augústolo y enviado las Insignias Imperiales a   Zenón, Emperador Romano de Oriente.
Debido a los vaivenes de la política, al enfriarse las relaciones entre el Emperador de Oriente y el Emperador de Occidente, se hicieron mas estrechas las relaciones entre Francos y el Califato  Abasida, enemigo a muerte del Imperio Bizantino. Sin embargo  las aguas se tranquilizaron unos doce años después,  considerado que tampoco  se había dado  el  sugerido matrimonio entre el Emperador de Occidente Carlos Magno e Irene, Emperatriz de Oriente.
 El nuevo Emperador de Oriente, Miguel Rangabé reinó solamente dos años: y con un nombre así, gobernó hasta demasiado.  Pero en estos dos años le dio tiempo reconocer al nuevo Emperador Romano de Occidente en la persona de Carlos Magno Rey de Francos; así que los dos Emperadores siguieron queriéndose como hermanitos, ambos ungidos de Dios. Aún que  viviendo a prudentes distancias el uno del otro.
Al año siguiente, el Buen Emperador Carlos Magno, sintiéndose ya entrado en años,  tenía 66, edad muy avanzada  por la época, nombró como su sucesor a su hijo  Luis el Piadoso, Ludovico Pio,  y lo coronó  él mismo, en Francia, para evitar las suspicacias de la Iglesia de Roma, siempre metida en el antiguo y ambiguo  problema de que si era el Papa que nombraba al Emperador, o viceversa.
”Mi hijo lo corono yo”. Parece que dijo en voz baja, típica de él y nadie lo escuchó pero todos le obedecieron.
Después de muchos siglos otro Francés, pero de sangre y lengua italiana, pronunció algo similar   al agarrar con sus manos decididas la corona de Emperador que otro Papa se atrevía  ponerle en la cabeza: “Questa è mia e guai a chi me la tocca!” Y se coronó a sí mismo.
Es interesante, después de tantos hechos de guerra, conocer algo más de la  vida personal de este Cristianísimo Rey Franco y  Emperador Romano de Occidente. La primera chica que conoció fue una noble, Himildrudis, quien le dio un hijo que será Pipino el Jorobado.  En el 770 a los  23 años, nuestro Carlos se casó con Ermengarda, comop ya dicho,   hija del Rey Longobardo Desiderio, que repudió al año de casado, al denunciar la alianza con los Longobardos.  Su segunda esposa legitima fue Hildegarda, de 13 añitos, que siendo Suaba debía de ser de notable estatura también y de “buen vientre” porque le dio nueve entre hijos e hijas. A la muerte de la prolífica Hildegarda, el Buen Rey Carlos, ya de 36 años,  se  casó con Fastrada, otra alemancita que le dio dos hijas ; y otra hija se la dio una concubina, de nombre desconocido porque  probablemente  de marido celoso.  Enviudó otra vez y se casó entonces con una  alamana, Liutgarda, quien resultó estéril.  Al quedar viudo de la estéril Liutgarda decidió no casarse más y vivir en feliz concubinato con cuatro buenos ejemplares de valkirias, pero una a la vez.  Un total de diez relaciones conocidas donde nacieron por lo menos  18 hijos.  El biógrafo de Carlos Magno, el buen Eginardo, nos asegura  que su amo siempre  se ocupó de la educación de los hijos contratando a maestros que los educaran en lo que se usaba en aquellos tiempos.  Y que nunca cenaba sin ellos y al irse de viaje, los llevaba consigo. ¿Será cierto? Lo que si parece muy cierto, es que las comidas siempre las acompañaba con músicas o lecturas.  Quizás fuera por las músicas o por las lecturas, la cosa es que después  del almuerzo el Grande Carlos solía dormir una siestecita de dos o tres horas: no se sabe si por el gozo intelectual o el fastidio.  Y como curiosidad  habría que decir que el titulo noble de Conde y de Marqués nació por voluntad de ese gigante de la historia: él creó el Condado como Unidad Administrativa Básica del Imperio y su jefe recibió el título noble de Conde. E instituyó  varios Burgos- Marcas -  que puso a cargo de un Marqués. Y encima de todos ellos, instituyó los Missi Dominici, Inspectores, para someter a la obediencia  los nobles y las autoridades locales.
¿Aprendimos algo de Carlos Magno? Sabiendo entender cuáles fueron los exabruptos de su tiempo y no aplicando las leyes morales  o quizás las debilidades o hipocresías de hoy  para juzgarlo, se puede decir que Carlos fue  un gran estadista,   el más grande jefe militar de la edad media y tiene el gran mérito de haber sabido revivir en la envilecida Europa el espíritu político y cultural que había desvanecido con la caída de Roma y del  Imperio Romano de los Cesares.

Fue sin duda  el primer Europeo.
 
Ojala se hubiese podido hacer desde entonces una Comunidad de Estados Europeos.  ¿Contra quien hubieran podido pelear los Europeos? Solamente contra los Musulmanes.
 Los otros pueblos no existían para nuestro mundo.
Cada cosa a su tiempo.
NATURA NON FACIT SALTUS.      



1 comentario:

Unknown dijo...

Fascinante! El broche de oro del final, de lo mejor.
Estuve ausente un largo tiempo, pero ya estoy de vuelta para leerte. Besos para ti.