Fernando A., el director del geriátrico donde “viví” dos años, en un muy escueto email ayer me comunicó exactamente eso: Aldo, espero que estés bien. Nuestro amigo Benjamín falleció.
Quedé impactado. No por la forma de comunicarme el evento: al fin Fernando ha sido gentil, no tenía ninguna obligación de informarme ni tampoco puedo pretender una oración fúnebre.
Eso de la forma de aprender la noticia es lo de menos.
Lo que me impactó fue la noticia en sí.
¿Quién es Benjamín? Mejor dicho, ¿quien fue entonces? Lo he conocido hace año y medio solamente. No es amigo de toda la vida. Sin embargo…
Lo conocí el mismo día y momento que ingresó al Residencial. Venía acompañado por su hijo adoptivo y la mama de él. El hijo, hombre inteligente, dedicado a empresas o actividades seguramente lucrativas, empresario de mirada despierta; la mamá típica señora hebreas de centro Europa, vestida con cierta vistosidad, prendas de marca, sumamente parlanchina pero también de buen corazón. Los dos acompañaban a Benjamín.
No sé porque se acercaron a mí. Yo era, y así debía de ser, para ellos, uno más de los residentes. Uno más de los viejitos, o adultos mayores, como eufemísticamente ahora se los define. Me había limitado a una especie de bienvenida a palabras, con la probable exuberancia que casi siempre me caracteriza. Pero quizás eso fue suficiente para que, en cierto sentido, se aferraran a mí. “Lo dejamos en sus manos”, fue lo que me dijo Sergio, el hijo. Quizás captó cierta ternura en mí al dirigirme a Benjamín, ese viejito hebreo que se sostenía a duras penas sombre piernitas débiles, y de mirada ausente. No sé porque me pidió eso. Por supuesto no tenía yo ninguna obligación de hacerme cargo de nadie. Pero sentí como si hubiera lugar una investidura.
Y en adelante Benjamín se sentaba a mi mesa. A una de las mesas donde en cuatro o cinco personas, los Residentes toman su desayuno, merienda, almuerzo, cena. La mesa la compartimos inicialmente, Benjamín y yo, con otras dos persona: una señora inglesa, muy British, ex nurse de guerra, muy tradicionalista, autoritaria, fanática en su admiración a Churchill y a todo lo inglés, muy probablemente dominante con el marido y con los hijos, sin signos aparentes de debilidad mental; me recordaba a Mary Poppins, pero siempre le tuve una inexplicable simpatía. La otra señora de ascendencia escocesa, nacida ocasionalmente en la Argentina, dulcemente desmemoriada por el alzhéimer, encantadora sonrisa y ojos celestes. Ambas en los 80: todos en realidad en los 80.
Benjamin es oriundo de Rumania. De la Valaquia, o por allí. Tuvo un padre que entendí debía de ser Rabino, o de todas maneras muy tradicionalista y por el cual Benjamín manifestaba en los recuerdo una gran admiración. Por lo que entendí de sus conversaciones -- que en realidad eran recuerdos muy nebulosos, a veces contradictorios, inciertos, con relatos repetidos de los eventos que deben haberlo traumatizado,-- su familia entera pereció con los acontecimientos de la segunda guerra. No debe de haber sido fácil para un judío mantenerse con vida en aquellas épocas. Primero los Fascistas de Rumania y Hungría, después los Nazis Alemanes, después los Soviéticos. Pero el joven Benjamín tuvo un padre, me contaba, que además del yiddish le había enseñado a hablar alemán perfectamente; y era rubio, el joven Benjamín, ojos celestes, dominaba al alemán, posiblemente lo consideraron alemán de pura raza aria, y no una escoria judía. Y se salvó. Era mecánico. Profesión de utilidad en cualquier sociedad, civil o militar. Quizás colaboró con los Alemanes. A la llegada de los Soviéticos libertadores, prefirió liberarse por su cuenta, y de alguna manera llegó a Italia, a Milán, donde evidentemente con la típica laboriosidad y capacidad de adaptación de muchos hebreos, y seguramente ayudado por Organizaciones Sionistas, se transformó en empleado o propietario de camiones para el transporte, en las condiciones que podemos imaginar, de hebreos sobreviviente de toda Europa con destino hasta el puerto de Génova, para sus rocambolescos embarques para Israel o América. Pero Benjamín nunca quiso contarme bien a mí detalles sobre esos momentos de su vida. Solamente una vez me comentó que ganaba bien y hacia negocios. Negocios ¿de qué? ¿Contrabando de cigarrillos? Quizás no quería decirme, quizás no quería recordar mucho, inclusive posible que de verdad no recordara. O que se confundiera. Pero yo quería saber. ¿Porque quería saber? No era simple curiosidad. Yo viví esa época. Yo tenía 15/16 años cuando él estaba en sus 20. Pero vivía, en aquel entonces, del otro lado de los acontecimientos. Había crecido en la Italia de Mussolini y con sus ideologías. La propaganda nazi antijudía nos había martillado. Y Benjamín, después de tantos años, después de más de 60 años, fue el primer hebreo col el cual podría tener contactos de conversaciones. ¿En un Geriátrico? ¿Al final de la vida? No importa. Mejor tarde que nunca. Además nunca me sentí ni me siento al final de nada. Quería saber.
Obvio que tenía un sentido de culpa. La culpa del europeo, en mi caso, que aun sin haber cometido personalmente actos antisemitas, sin embargo tampoco actuó de forma generosa para la defensa de personas en dificultades. Tampoco se me presentó la oportunidad; y esto debo decirlo para ser justo con migo mismo. Había indiferencia, en fin. Problemas de otras personas, de otra gente, de otras naciones, otra religión, otras razas, se decía y me decían. Para que tendría que meterme? Y, ¿meterme en qué? Tampoco se sabía mucho, y de nada. Una vez, en una estación segundaria de Roma, vi un par vagones bien cerrados y cargados de personas. ¿Con destinos a Alemania? Para trabajar en las industrias de guerra. Desempleados, vagos, se decía. Yo tenía 15 años y como todo estudiante entonces tenía mi carnet de Estudiante. Lo publiqué ya en uno de mis post anteriores a este. No debía de temer, teóricamente, las famosas razias de los alemanes. En tiempos de guerras, cada uno piensa más en sí mismo, en salvarse y, cuando mucho, en salvar a su tribu. Se es mucho más egoístas que en los supuestos tiempos de paz, cuando a veces podemos permitirnos algún acto de solidaridad humana, aun que muchas veces sea, como hoy en día, con fines de propaganda política.
Y quería saber. Ahora, hablando con él, con el compañero de mesa en un Geriatrico , el judío de Rumania, con Benjamín, ahora quería saber; quería saber lo que le paso' y como se salvo'. Pero la memoria de Benjamín tenía muchas fallas. Y muchas de mis preguntas se quedaron en el aire. Sea como fuera, siempre sentí ternura por ese viejito. Pequeño, frágil, que cada semana se agregaba años a su edad. Quería llegar a los 120. El no sabía porque, pero tenía ese número clavado en su mente ya débil. Porque los 120 años para los judíos es la edad del privilegiado, es la edad de Moisés. Moisés llego a los 120 años. Y todavía hoy entre hebreos a veces el augurio es: Pueda tú vivir hasta los 120 años. La mayoría hoy en día ni sabe el porqué de ese numero.
Y me daba ternura ese viejito judío de Valaquia, que ni recordaba cuantos idiomas hablaba, y confundía italiano con inglés, con rumano, con húngaro, con yiddish, con español. Ese idioma español que a pesar de los más de 50 años en Uruguay todavía hablaba con el fuerte acento de su folclórico potpurrí de idiomas de centro Europa. Y me daba ternura ese viejito que mesclaba la sopa con el primer plato, o sea, vertía la sopa en su primer plato con gran escándalo y mirada de asombro y reproche de Dorothy, que invariablemente cada vez me miraba a mí y me decía: Oh ¡My God, I never saw that before. Y trataba con tenacidad de ordenarles los cubiertos en la mesa a Benjamin según el esquema correcto, el ingles, por supuesto; y él, Benjamín invariablemente, pacientemente, sin decir palabras volvía a poner los cubiertos todos reunidos al lado izquierdo de su plato. Y otras veces, el pobre Benjamín que tenia evidentemente problemas con sus dientes postizos, sacaba y metía la dentadura para acomodarla mejor y a veces inclusive la lavaba en su vaso, y una vez, por error, la metió en el mío! siempre me pregunté qué habría pasado si la hubiese metido, la dentadura ,en el vaso de Dorothy: el mayor ultraje al Imperio Británico.
Pero también es cierto que cuando Benjamín recibía cajitas de biscochos o chocolatines de sus familiares, el se levantaba en sus piernas débiles, y sin decir una palabra, casi sin sonrisa, como un acto de deferencia debido, incomprensible, el agarraba esos bizcochitos, esos chocolatines y empezaba a ofrecerlos absolutamente a todos los demás, residentes o empleados o enfermeras o cualquier personal que fuera presente. Un acto sencillo de generosidad. De una generosidad que nunca vi en ningún otro Residente. También los otros recibían dulcitos de sus raras visitas que buscaban, con el regalito del dulce, quizás algo de perdón. También los otros a veces ofrecían algo de lo que recibían, pero en manera selectiva a las dos o tres personas que según ellos se lo merecía. Benjamín no. Benjamín no hacia distinciones. Y era el viejo patriarca que distribuía a todos sin distinción.
Me daba ternura. ¿Era eso el egoísmo del judío? ¿Esa la falta de generosidad del judío de la cual se me hablaba en mi adolescencia?
Lo comenté. Lo comenté una vez, al ver las señoras de habla inglesa reunidas en partidos de bridge, que cuidaban los dulcitos que mordisqueaban en su tradicional tea time; y los que sobraban se los llevaban pulcramente envueltos en papelitos elegantes.
8 comentarios:
Linda despedida para Benjamín.
Sin duda en la otra orilla recibirá el premio a su bondad.
O, -si se cree en la reencarnación- volverá a la vida con menos complicaciones que la que le tocó entre guerras del siglo XX,porque se habrá perfeccionado con los sufrimientos; entre ellos, el de haber sido "depositado"-gentilmente, claro- en un "moridero". Realmente, y empleando el inglés de la señora del imperio British: Who knows, dear?
Querido Aldo
Benjamin te extranio mucho en estos ultimos meses en los que ya no estuviste con el.
un gran abrazo para ti y gracias por todo tu apoyo hacia el en esos anios en los que compartieron muchas vivencias.
slds
Sergio.
Magnífico dibujo, Aldo.
Angel
TERESA ( Omito el apellido por reservar su privacidad), me autorizo a que publicara en el POSTlo que escribio anteriormente en un email:
ALDO:
Me entristeció mucho lo de Benjamín también; le tenía gran aprecio. Es cierto era una persona muy generosa, creo que va a descansar en paz.Ya hace tiempo lo ví con los ojos muy colorados y muy pálido; cuando se internó sospeché que ya no volvería más. Teresa
SILVIA N. Comento' en un email:
Hola Aldo muy bueno lo que escribiste de Benjamín.
Un abrazo para ti
Querido Aldo:
Gracias por tu lindo homenaje a Benjamín, así como por tu constante apoyo durante el tiempo compartido. Espero que te encuentres muy bien y que recibas un gran cariño de toda nuestra familia.
Hasta pronto,
Ethel
BEATRIZ: quien es Beatriz? La Musa de Dante Alighieri? La Beatriz Princesa de York? Beatrice Cenci?NOOOO: Es entre las mas bellas de ......: Y me escribió eso:
Nadie se va a ofender. Muy bueno lo que publicaste de benja y ademas todos sabemos que lo querias mucho. Un beso enorme y suidate.
En la puerta del cementerio de una ciudad del interior, en Guatemala, hay una oración: "La vida de los muertos, es la memoria de los vivos". Seguramente Benjamín vivirá mientras hayan lindos recuerdos de él y su generosidad.
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