25 jul 2011

La Fuyuta ( La Huida) 2/4


Mi Abuela Yeye,
                    Doña Clementina Berardi. 




Finales del '8oo, primeros del '900


                                                                    ***

“ Donna Clementina…Permettete! Doñita… “
 Por allá, hace tiempo... en el Castillo de Sermoneta, la fantesca parecía alarmada e nerviosa, casi suplicaba a  la joven Clementina, la hija mayor del Administrador de los príncipes Caetani,  . “S`appurasse… Vostra señoria…Venite Venite… Oh, Jesús, como son bellos ¡!”
Y  la fantesca,  la campesinita con función de todera, de hacer de todo,  daba saltitos de emoción al lado de la bífora, la elegante y antigua ventana para ver, sin ser vista   algo que estaba sucediendo abajo, en el patio del Castillo.
Doñita  dejó el arcolaio. Con menos efervescencia pero con cierta curiosidad, se acercó a la ventana de su “camera pinta” (habitación con frescos en las paredes), dando un vistazo de control  a tres de sus hermanitos que ella estaba cuidando en la misma habitación. Tenía 21 años, Doña Clementina. Doñita, como le decían cariñosamente.
Su mamá, Doña Emilia,  de la noble familia de los Monaldi,   se había muerto dos años antes, dejando marido. el Administrador,  y siete hijos.  Su hija mayor Clementina, la Doñita,   cuidaba como una mamá  de sus seis hermanitos menores. Era de notable belleza,  producida por las mezclas de los mejores grupos germánicos y latinos que se sucedieron en la zona. Muy pocas veces había salido del Castillo y nunca más allá de Sermoneta, del pueblo,  del burgo, feudo propiedad de los Principes Caetani o de los Borjas, según los vaivenes  del intercambio de poderes. Pero los amos   no  tenían influencia alguna , de facto,sobre los  habitantes del pueblo;  y no la  tenían  porque  los príncipes, amos y patrones, entre los cuales apareció inclusive  la figura misteriosa de Lucrecia Borja,  hija  y amante del Papa Innocenzo  VI,  hacían su vida en Roma en la Corte Papal; o donde los enviaba la política del papa de turno. Pero  quizás no más de una o dos veces en sus vidas habían ido a ver  lo que era y lo quw sucedía en Semoneta. 
Quien estaba en Sermoneta, quien  decidía y mandaba en el burgo era  prácticamente el Administrador.  Y será ese señor que, aun  con títulos diferentes en el curso de los siglos,  administrará las tierras y rentas de Sermoneta, del Castillo, y de las demás propiedades  del feudo.  Y  siempre las administrará para provecho suyo personal, de los  príncipes y del pueblo;   en este riguroso y tradicional orden de preferencias.  De facto era el que mandaba. Para el pueblo  o inclusive para los castellanos sermonetanos,  el Príncipe estaba más lejos que Dios,  como una  Entidad Superior Indefinida.
Clementina, la Doñita,  la hija del administrador era una muchacha muy despierta e ignorantísima. El concepto de cultura no existía. Su “cultura” era la que con prudente parsimonia suministraba el sacerdote confesor; y la que derivaba de ciertos conocimientos muy inciertos y contradictorios sobre personaje más o menos mitológicos,  como en los frescos que  decoraban  algunas de las habitaciones residenciales:  las que se llamaban le Camere Pinte.  En unas de esas  habitaciones, las habitaciones "nobles", vivía Doña Clementina, la Doñita, viendo  imágenes de Arcadia,  y episodios fuera del tiempo, pero que aparentemente  producían cierto interés romántico en las jóvenes que  a través de los años demoraban en esas "camere pinte".  Y si es cierto que el hombre es el único animal soñador, es también cierto que quien sueña mas es la persona joven, todavía no decepcionada de la vida. Y sueña mucho mas el sexo femenino, para el cual “salir del burgo” era algo absolutamente impensable: justamente un sueño. La persona se quedaba  prácticamente encerrada en una prisión; sin saber de estar encerrada en una prisión.
Ah,”  exclamó Doñita  mirando hacia abajo, a través de la  bífora defendida con rejas “Deben ser esas personas  que vienen de  afuera   llamadas  por los amos y  que parece estarán por aquí un tiempo para ordenar ciertos caminos, reparar algo de la vía que conduce hacia Roma… Y hacer mantenimiento, reforzar  ciertas  alas del Castillo que necesitan reparación. Algo de eso me dijo mi papà. Y me recomendó de tener cuidado. No familiarizar. Son extranjeros”.  Se veía el ir y venir de ese  personal de afuera de la zona. No eran campesinos, inclusive era difícil entender lo que decían.
“La verdad es que son bellos jóvenes,” admitió  Doñita Clementina dirigiéndose más a si misma que a la  fantesca; y seguramente se le  subió algo de color en las mejillas. Nadie  estaba acostumbrado a ver personas de otros  paises. Otros paises era el mundo. Para ellos podría ser Roma, a cien kilómetros; como  podría ser Francia o España. Esos tipos  no eran de Sermoneta. Pero con los días  se  comenzó una tímida convivencia  con esas  personas  diferentes;  sea escuchando sus raras manera de hablar, como tratando de comunicarse  y viendo su manera de vestirse. Y  los del Castillo se dieron cuenta de que había otras maneras de ser, de existir.
Doñita, en compañía de la fantesca que ni estaba en la piel por la emoción, se atrevió a salir del recinto de sus habitaciones, para ir a ver lo que sucedía en  otras áreas del Castillo.
Y vio. Vio otras caras, Otra gente. Vio e intuyó otras costumbres y de repente se dio cuenta de las cadenas invisibles que la tenían amarrada entre los muros del Castillo. Y percibió otras miradas menos sumisas; otra manera de ser mirada. Vio otras sonrisas.  Por primera vez vio la espalda desnuda al sol de los hombres jóvenes que trabajaran allí.  Sí, claro, también los campesinos  en Sermoneta labraban la  tierra con espaldas desnudas. Pero  eran nada más que campesinos, no eran hombres, según su percepción y costumbre y  nunca les había hecho caso. Era como ver parir a una yegua o a un toro montar a una vaca. Esas cosas las había visto, claro, pero formaban parte de la normalidad. Pero estos de ahora, los nuevos, los de afuera, estos eran diferentes. 
Y se le quedó grabada la mirada  de uno de los nuevos. Una mirada penetrante intensa, de unos ojos  brillantes, con algo de ironía; y una sonrisa al principio casi tímida que pero iba agarrando de claridad  y mostraba unos  dientes bellísimos, blancos que iluminaban  su cara.     Ese señor se había agachado, había recogido un ramito de flor de ginestro y se lo ofreció con una sonrisa a Doñita Clementina.  Ella se había quedado paralizada.  Era algo nuevo para ella. No estaba previsto. Por fin alargo' su brazo,  recibió la flor, no supo decir nada.  Instintivamente se cubrió mas los hombros con su challe.  Regresó  de inmediato  y emocionda  a sus Camere Pinte. stanze  pittate . Y en los diez días siguientes nunca se atrevió a salir de su habitación.  Pero constantemente se sentía atraída por el imán de la bífora, para ver…para ver ...para ver  qué?
 Lo que lograba ver, allá abajo, y mirando hacia arriba, era una sonrisa cautivadora y unos ojos brillantes. La misma sonrisa cautivadora y los mismos ojos brillantes que hace tanto tiempo habían cautivado la Duquesa de Alcalá. Y eran los mismos ojos del tataratataratatarabuelo Marco Berardi.
Y un buen día la Doñita se olvidó del padre  y de los hermanos. Puso apenas un pié fuera del castillo.
Nunca más regresó.
Se transformará en Donna Clementina Berardi.
Mi Abuela materna Yeye.

                           *****




3 comentarios:

Alfa Segovia dijo...

Romantiquísima historia de la abuela Yeye- indudable antepasada con agallas, porque para escaparse en esa época y en otras también hay que tenerlas-
Me encantó.

Anónimo dijo...

Hay una compulsión que nos hace preferir lo que viene de afuera a lo que tenemos al lado. En el apareamiento, podría ser un misterioso mandato de la naturaleza para mejorar la especie.
Pero también demandamos productos fabricados en el exterior que nos parecen mejores que los propios,(a veces es verdad).Los pueblos, salvo que sean invadidos, no suelen odiar a los que están geográficamente lejanos, cuando nos tiramos de las greñas lo hacemos generalmente con los vecinos.
Vamos a ver qué huella ha dejado Clementina.
Angel.

Aldo Macor dijo...

MARGIT M.... Escribió:


Estos ojos brillantes los vi en Club Banco Republica.
Cuantas habran dejado su Castillo y todavia dejarán ?
Un abrazo para el Maestro.