LEOONARDO DA VINCI
1452-1519
Se
ha escrito tanto sobre Leonardo di Ser
Piero da Vinci que reunidos los textos
se llenaría una grande biblioteca
entera. Mencionaré, entonces, algo relativo a uno de los varios tantos aspectos
de Leonardo, uno quizás no tan conocido:
el Leonardo da Vinci, alquimista de venenos, al servicio de Cesar Borja, el
amoral Príncipe de Macchiavelli.
Habíase
una vez una Italia del Renacimiento donde no solamente existían obras de arte en pintura, escultura,
arquitectura, sino también obras de arte en la manera de eliminar los enemigos. Las luchas abiertas en campos de
batallas ya casi no presentaban ningún atractivos para los Príncipes
italianos que encomendaban esa forma
vulgar de despanzurrarse a tropas extranjeras mercenarias; y los siempre más refinados Príncipes recurrían a los venenos, donde el genio y la fantasía se mezclaban para que el asesinato llegara
a obra de arte. Había una competencia,
entre príncipes. Y el buen Duque
Valentino Cesare Borja, hijo predilecto del Papa Alejandro VI Borja, contrató nada menos que a Leonardo da
Vinci.
Leonardo,
uomo di multiforme ingenio, amaba deleitarse con recetas de cocina
inventando nuevos sabores y salsas misteriosas.
El Príncipe, Cesare Borja, lo contrató. Sí,
sin duda como Ingeniero Militar, porque Leonardo era excelente también en
fortificaciones como había demostrado con su anterior patrón, el Duque Sforza
de Milano. Pero también como experto en
comidas, festejos, maestro en todo, en fin, en todas las cosas más
disparatadas.
Y
el Príncipe de Macchiavelli le encargó
inventar un veneno que fuera absolutamente sin sabor para superar las
dudas de los probadores de comidas y que
surtiese su efecto no de inmediato, sino al día siguiente, simulando un buen e inocente ataque cardíaco. Lo que los gentilhombres
usaban normalmente para esos casos
era la Cantarella, o Acquetta di Perugia, a base de sales
de cobre, de fósforo y arsénico. Pero cualquier probador la hubiera individualizada.
Lo de Probador de comida era una profesión, muy
lucrativa pero de ciertos riesgos, en uso entre nobles, laicos o eclesiásticos.
Antes que en invitado de honor comenzara a comer, el Probador probaba él mismo
la comida del invitado. Si el tipo no se moría, el noble podía comer con
tranquilidad en la mesa de su anfitrión. Recordaremos como anécdota, que los
Reyes de España le hicieron “Salva la Comida” a Cristóbal Colon, de regreso de
su primer heroico viaje, o sea le invitaron a su Real Mesa. ¡ Al Gran Marinero le ofrecieron
Probador como atención muy especial ! Esos eran los tiempos.
Nuestro Leonardo recibe la orden perentoria de
conseguir el veneno en el plazo de cinco días. Y el genio consigue a través de
un amigo marinero de regreso del tercer viaje de Colon una hierba especial de la Isla de Trinidad, que se llamaba
Ichigua, o algo así.
Invitados
a la mesa de Cesare Sforza estaba su papá, obviamente, o sea el Papa Alejando
VI, estaba su joven hermanita Lucrecia
Borja jugando siempre con su gatito blanco, y estaban tres personajes
importantísimos: el Cardenal Minetto, posible futuro candidato al Solio
Pontificio con el preciso encargo de erradicar la corrupción siempre
peor en la Curia Romana y en los alrededores del Papa; estaba
el obispo de Santiago de Compostela y el Monseñor de Salamanca. El severo cardenal Minetto sabia muy bien de
los excesos de Alejandro VI, de sus amores incestuosos con su hijita Lucrecia,
la casi niña que jugaba con su gatito, y sabia
también del “Baile de Las Castañas” que se celebraba cada año en los
aposentos del Papa Alejandro en visera de Todos los Santos y que terminaba en una
franca orgía pagana. Mientras los
comensales se preparaban para la cena, también nuestro Leonardo estaba preparando su beberaje con el cual
sazonar unas bellísimas truchas.
Al tener todo preparado él mismo probó una gota del plato envenenado y no
percibió ninguno sabor. Pero había que probar de manera más abundante y el
gatito de la bella Lucrecia con evidentes aspiraciones suicidas apareció de repente
entre las piernas del Maestro. Leonardo era un tipo despierto, agarró el gatito, le dio de comer un buen
pedazo de trucha, obviamente envenenada. El gato agradeció con un maullido y se
alejó. “A morir dentro de poco en algún rincón” pensó el Divino Maestro.
Y
se sirvieron las suculentas truchas a
los comensales. Naturalmente después de la tradicional e indiscutida
aprobación del gran probador del
Cardenal Mileto.
Cesare
Sforza miró agradecido al gran Maestro. Todo procedía según los planes. Pero de
repente el Cardenal se levanta de su asiento, lleva las manos a la garganta, se
pone rojo, casi se le salen los ojos de las órbitas y cae muerto, a los pocos
segundos. La mirada de Cesare Sforza, con ira reprimida, fulminó al Gran Divino Maestro.
Evidentemente
el efecto del veneno se produjo de inmediato y no al día siguiente como
ordenado a Leonardo.
Pero…
Pero
de repente, en cuestion de segundos, por allá en un rinconcito aparece maullando
el gatito de Lucrecia.
Cesare
y Leonardo se intercambian una mirada interrogativa. Se precipitan a ver
el cadáver del Cardenal: la espina de una trucha se había clavado en la garganta del Príncipe de
la Iglesia, matándolo por asfixia. ¡ No había
sido ningún veneno!!!
Al día siguientes el Papa Alejando IV, el Duque Cesare Sforza y el Divino Maestro Leonardo di Ser Piero da
Vinci asistieron compungidos y aliviados
a una Misa de Miserere.
3 comentarios:
una faceta del gran Leonardo, tan interesante como desconocida-al menos para mí-contada con la gracia que te caracteriza. Cariños Alfa
Siempre desvelando interesantes episodios muy poco conocidos.
Es un placer leerte.
Saludos,
Angel.
Hola Aldo, tu siempre nos sorprendes con tus historias !!!! Y la señora Gioconda , que pensaría de estas dotes de Leonardo ? Saludos amigo !
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