16 oct 2013

L.- ^Personajes.- 46-47-48-49-/ 54 LEONARDO DA VINCI


                         LEOONARDO DA VINCI
                                 1452-1519


Se ha escrito tanto sobre  Leonardo di Ser Piero da Vinci  que reunidos los textos se llenaría una  grande biblioteca entera. Mencionaré, entonces, algo relativo a uno de los varios tantos aspectos de Leonardo,  uno quizás no tan conocido: el Leonardo da Vinci, alquimista de venenos, al servicio de Cesar Borja, el amoral Príncipe de Macchiavelli.

Habíase una vez una Italia del Renacimiento donde no solamente  existían obras de arte en pintura, escultura, arquitectura, sino también obras de arte en la manera de eliminar los enemigos. Las luchas abiertas en campos de batallas ya casi  no presentaban  ningún atractivos para los Príncipes italianos que  encomendaban esa forma vulgar de despanzurrarse a tropas extranjeras mercenarias;   y los siempre más refinados Príncipes  recurrían a los venenos,  donde el genio y la fantasía     se mezclaban para que el asesinato llegara a obra de arte.  Había una competencia, entre príncipes. Y el buen Duque  Valentino Cesare Borja,  hijo  predilecto del Papa Alejandro VI  Borja, contrató nada menos que a Leonardo da Vinci.
Leonardo, uomo di multiforme ingenio, amaba deleitarse con recetas de cocina inventando nuevos sabores y salsas misteriosas.
 El Príncipe, Cesare Borja, lo contrató. Sí, sin duda como Ingeniero Militar, porque Leonardo era excelente también en fortificaciones como había demostrado con su anterior patrón, el Duque Sforza de Milano.  Pero también como experto en comidas, festejos, maestro en todo, en fin, en todas las cosas más disparatadas.
Y el Príncipe de Macchiavelli le encargó  inventar un veneno que fuera absolutamente sin sabor para superar las dudas de los probadores de comidas  y que surtiese su efecto no de inmediato, sino al día siguiente, simulando un buen e inocente ataque cardíaco. Lo que los gentilhombres  usaban normalmente para esos casos  era la Cantarella, o Acquetta di Perugia, a base de sales de cobre, de fósforo y arsénico.  Pero  cualquier probador la hubiera individualizada.
 Lo de Probador de comida era una profesión, muy lucrativa pero de ciertos riesgos, en uso entre nobles, laicos o eclesiásticos. Antes que en invitado de honor comenzara a comer, el Probador probaba él mismo la comida del invitado. Si el tipo no se moría, el noble podía comer con tranquilidad en la mesa de su anfitrión. Recordaremos como anécdota, que los Reyes de España le hicieron “Salva la Comida” a Cristóbal Colon, de regreso de su primer heroico viaje, o sea le invitaron a su  Real Mesa. ¡ Al Gran Marinero le ofrecieron Probador como atención muy especial ! Esos eran los tiempos.
 Nuestro Leonardo recibe la orden perentoria de conseguir el veneno en el plazo de cinco días. Y el genio consigue a través de un amigo marinero de regreso del tercer viaje de Colon una hierba especial  de la Isla de Trinidad, que se llamaba Ichigua, o algo así.
Invitados a la mesa de Cesare Sforza estaba su papá, obviamente, o sea el Papa Alejando VI, estaba su  joven hermanita Lucrecia Borja jugando siempre con su gatito blanco, y estaban tres personajes importantísimos: el Cardenal Minetto, posible futuro candidato al Solio Pontificio con el preciso encargo de erradicar la corrupción  siempre  peor en la Curia Romana y en los alrededores del Papa;  estaba  el obispo de Santiago de Compostela y el Monseñor de Salamanca.  El severo cardenal Minetto sabia muy bien de los excesos de Alejandro VI, de sus amores incestuosos con su hijita Lucrecia, la casi niña que jugaba con su gatito, y sabia  también del “Baile de Las Castañas” que se celebraba cada año en los aposentos del Papa Alejandro en visera de Todos los Santos y que terminaba en una franca orgía pagana.  Mientras los comensales se preparaban para la cena, también nuestro Leonardo estaba  preparando su beberaje  con el cual  sazonar  unas bellísimas truchas. Al tener todo preparado él mismo probó una gota del plato envenenado y no percibió ninguno sabor. Pero había que probar de manera más abundante y el gatito de la bella Lucrecia con evidentes aspiraciones suicidas apareció de repente entre las piernas del Maestro. Leonardo era un tipo despierto,  agarró el gatito, le dio de comer un buen pedazo de trucha, obviamente envenenada. El gato agradeció con un maullido y se alejó. “A morir dentro de poco en algún rincón” pensó el Divino Maestro.
Y se sirvieron las suculentas truchas a  los comensales. Naturalmente después de la tradicional e indiscutida aprobación del gran probador  del Cardenal Mileto.
Cesare Sforza miró agradecido al gran Maestro. Todo procedía según los planes. Pero de repente el Cardenal se levanta de su asiento, lleva las manos a la garganta, se pone rojo, casi se le salen los ojos de las órbitas y cae muerto, a los pocos segundos. La mirada de Cesare Sforza, con ira reprimida, fulminó al Gran  Divino Maestro. 
Evidentemente el efecto del veneno se produjo de inmediato y no al día siguiente como ordenado a  Leonardo.
Pero…
Pero de repente, en cuestion de segundos, por allá en un rinconcito aparece  maullando  el gatito de Lucrecia.
Cesare y Leonardo se intercambian una mirada interrogativa. Se precipitan a ver el  cadáver del Cardenal: la  espina de una trucha se  había clavado en la garganta del Príncipe de la Iglesia, matándolo por asfixia.  ¡ No había sido ningún veneno!!! 

 Al día siguientes el  Papa Alejando IV, el Duque Cesare Sforza  y el Divino Maestro Leonardo di Ser Piero da Vinci  asistieron compungidos y aliviados a una Misa  de Miserere.


3 comentarios:

Alfa Segovia dijo...

una faceta del gran Leonardo, tan interesante como desconocida-al menos para mí-contada con la gracia que te caracteriza. Cariños Alfa

Anónimo dijo...

Siempre desvelando interesantes episodios muy poco conocidos.
Es un placer leerte.
Saludos,
Angel.

Laura Arena dijo...

Hola Aldo, tu siempre nos sorprendes con tus historias !!!! Y la señora Gioconda , que pensaría de estas dotes de Leonardo ? Saludos amigo !