21 sept 2011

P E R S O N A J E S Sant` Ambrogio

SAN AMBROSIO   de Milan 



(  339-397 )

Aurelio Ambrosio había nacido en Tréveris, Alemania,  retoño  de dos importantes familias patricias romanas. De jovencito lo mandaron a estudiar desde la nativa Alemania a Roma, así como hoy en día las familias “bien” mandan a refinar  sus chicos a Londres, a Paris o a USA. Una vez graduado en Administración, el joven patricio fue nombrado  alto funcionario del Imperio Romano de Occidente: en Sirmio, en  Pannonia, o sea al este de Italia, entre Hungría y Serbia actuales.  A los pocos años lo transfirieron a Milán. Y en Milán, capital provisional del Imperio de Occidente en aquellos tiempos, este  romano se transformó en una de las personas más importantes de la Iglesia Cristiana de todos los tiempos.  Algo del ambiente de su primera adolescencia, en la  germánica Tréveris, debe de haber asimilado, ya que en los  años    futuros    su    manera    de  actuar   manifestará  ciertascaracterísticas típicas del germánico, pero   aunadas a las del     latino: las dos fuertes razas de cuya mezcla nacerá la dominante  Europa de los siglos venideros.


En Milán, como Gobernador Romano para la Galia Cisalpina--Italia septentrional actuó muy bien, con orden y justicia. A la muerte del Obispo  Ausencio , de rito arriano, el pueblo de Milán lo aclamó   como obispo de Milán, sin que fuera sacerdote, sin que fuera siquiera bautizado. Tenía  33 años.


Y aquí comenzó su fulgurante carrera que duró 25 años.


En solamente una semana fue bautizado y consagrado Obispo. No tenemos noticias de cómo en su fuero íntimo  fuera de verdad Ambrosio antes de ésta semana álgida: deberíamos  pensar que aun que no bautizado católico, tuviera por lo menos simpatías para la nueva religión emergente. Sea como fueran sus creencias  frente al cristianismo, desde entonces el patricio romano,  por convicción o por sentido del deber para con sus “electores”, se transformó en representante válido de la nueva religión,  asumiendo su papel a ultranza, defendiéndola e imponiéndola a como diera lugar. Sin duda fue hombre de grandísima personalidad; sobre él se han comentado un sin fin de  eventos, acciones, actitudes y hasta milagros; que hayan sido ciertos o  inventados o agigantados o adulterados, no se sabe.   Pero  no hay duda que fue un artífice del predominio de la Iglesia emergente  sobre el Estado Romano ya en decadencia. Con Constantino en el 313, se  había ya concedido libertad  de culto a todas las religiones: y con eso los Romanos demostraron una amplitud de visiones y mentalidad abierta  de la que todavía carecen  hoy en día muchas naciones supuestamente civilizadas.


Pero en pocas décadas  el Cristianismo dejo de ser una de las tantas  religiones aceptadas por los romanos y se transformó para los siglos siguientes en autocrática religión oriental. Desde el 380, el Cristianismo surgió como Religión Oficial del Estado Romano  con el Edicto del español Emperador Teodosio, muy influenciado por filo alemán Ambrosio; solamente un año después se prohibió el arrianismo. Y diez años más tarde, siempre por influencia de Ambrosio, los cultos paganos fueron definitivamente prohibidos.  ¡Prohibidos!  Kapùtt. Se terminó la “democracia” y la tolerancia “para el otro” y se comenzó a actuar con la intransigencia siempre fanática de la mayoría de las religiones, máxime  en sus comienzos.
Por influencia de Ambrosio, el Emperador Graciano tuvo que prohibir las ceremonias religiosas paganas en la propia Roma y  mandó a que retiraran del Senado Romano la Estatua de la Victoria, la que había colocado Augusto, el Grande Emperador; y la retiraron a pesar de las protestas de los Senadores Romanos,  paganos en su mayoría.


Estaba en buena fe, el obispo Ambrosio,  descendientes de patricios romanos? Por un lado tuvo actitudes muy loables de indiscutible  caridad  como fue lo de privarse de todos sus bienes en beneficio de los pobres; pobres, si, pero que fueran cristianos. Así como trató siempre de dar la mayor asistencia a los necesitados; necesitados, si, pero siempre que fueran cristianos.  Y  peleaba, lancia in resta, a defensa de lo que era su convicción o lo que consideraba  su deber.  Y en eso se revelaba  alemán: obedecer al Jefe, a la consigna. Pero el aspecto latino, en Ambrosio, también se descubría en actitudes maquiavélicas, de astucias, hasta de mentirillas y de invenciones de milagros con fines de conversión.   Una vez predicó que seria mejor que el Emperador Graciano  no se considerara tanto “un gran Emperador” porque las victorias de las tropas romanas se debían, al fin y al cabo, mas a la voluntad de Dio que al ejercito; y que  por lo tanto sea los soldados como  los emperadores debían de rezar a Dios  y seguir las enseñanzas de la Santa Iglesia: o sea, del mismo Ambrosio. Pero  en otra ocasión no dudó en declarar con mas pragmatismo y tono de regaño  que una cierta derrota del mismo Emperador Graciano se debía a sus fallas y la poca preparación de sus tropas y no debía achacarla hipócritamente a la voluntad de Dios.  En otra ocasión mas, anterior, demostró su arrogante voluntad a propósito de la destrucción de una Sinagoga en Asia por manos de cristianos enardecidos y de su obispo fanático: hay que hacer notar que en la época del evento era     vigente todavía el Edicto de Constantino sobre la plena libertad de culto para todas las religiones; por lo tanto las practicas judías eran plenamente legales. El incendio de la Sinagoga era un acto ilegal: el Emperador Teodosio   ordenó entonces con justo criterio legalista  que  el obispo local, a costa de la Iglesia cristiana,  reconstruyera el Templo destruido. Eso era lo que se debía de hacer  aplicando  las leyes en vigor. Pero, ¿que sucede? Que Ambrosio, furibundo, levantó el grito al cielo y gritó::
 …el lugar que hospeda la incredulidad judaica será reconstruido con el patrimonio que los cristianos tienen por protección de Cristo?... quemar las sinagogas no era ciertamente un crimen sino un acto glorioso…para que no haya ningún sitio donde Cristo sea negado…


En otra ocasión, mas tarde, trató, confabuló y consiguió que el Emperador no recibiera a Símmaco, Aurelio Símmaco, antiguo amigo y familiar del mismo   Ambrosio y que inclusive le había hecho favores. No recibir a Símmaco, del Senado Romano, fue una terrible ofensa.


Otra de sus acciones maquiavélicas fue cuando pidió al Emperador Graciano que convocara un Concilio en Aquilea (cerca de Venecia) para escuchar y condenar dos obispos “heréticos”. Graciano quería un Concilio relativamente numeroso, para tener más opiniones. Pero Ambrosio insistió y obtuvo que los invitados fueran pocos obispos y los de segura fe  católica romana o sea de la fe de Ambrosio. Y tuvo el descaro de insinuar al Emperador que para constatar la verdad no eran necesarios tantos obispos y que no valía la pena incomodar a demasiados viejos sacerdotes con un viaje tan largo, costoso y ímprobo  desde Oriente.


Con el tiempo comenzaron a difundirse leyendas, cuentos, relatos, que florecieron  inclusive siglos después de su muerte.


Se decía, por ejemplo, que siendo niño, todavía en la cuna, un enjambre de abejas se acercó a su boca,   y depositaron su miel en los labios del bebé: clara simbología, para las interpretadores de eventos mágicos, de que el niño seria un formidable orador, o embaucador, según el caso; y que las palabras saldrían como miel  de su boca. Y casi mil años después, en una célebre batalla en Parabiago, el Santo, apareció de repente a caballo  vestido de guerrero espada en la mano, permitiendo la victoria al noble  Luchino Visconti y su sobrino Azzone. Los piadosos milaneses, agradecidos, edificaron  una iglesia en memoria del milagro y más tarde, en  una puerta de bronce del  famosísimo  Domo de Milán hasta pusieron un altorrelieve recordatorio del evento. 


En los  oficios religiosos  inventó  el Rito Ambrosiano  introduciendo también  como gran novedad unos cantos litúrgicos  estilo oriental que ya no son tan novedad pero han resistido hasta nuestros días.


Acérrimo enemigo de la “herejía “ariana, en auge en la Corte Imperial de Milán recurrió sin subterfugios a golpes de manos para despojar  a esa secta de sus  iglesias de Milán, para concederlas  al rito  católico tradicional.  


Siempre de esos años fue el cambio del día festivo: antes se llamaba Dies Soli, el Día del Sol, y en la Pagana Roma, Caput Mundi  se entonaba el Himno al Sol, que todavía emociona las fibras de ciertos   italianos de hoy en día.  Y se llamó  Día Domingo, Día del Dominus, del Padrón, de Dios, en fin; y Ambrosio ordenó que en ese día todos fueran a Misa. 


También se cuenta que paseando por Milán, encontró a un herrero que no lograba doblar   un hierro para la mordaza de un caballo: Ambrosio, tuvo un raptus, y reconoció  en el clavo uno de los Santos Clavos de la Cruz de Cristo. Como hizo para reconocerlo, no se sabe, pero todavía hoy en día este clavo está colgando, bien en  alto, encima del altar mayor del Domo de Milán.


En otra oportunidad, durante un viaje de Propaganda Fide,  quiso el destino, o quizás San Valentino, que un magnifico ejemplar de Valkiria, Reina de los Marcomanos, una tribu Germánica, conociera a Ambrosio. Y quedó tan prendada de la elocuencia del vigoroso vástago romano que se sometió a él. En que sentido se sometió? Esos detalles no interesan. Lo que se sabe es que ella y su pueblo se convirtieron ipso facto, al Cristianismo.


Y a propósito de algunos cambios en la liturgia católica  hay que recordar que la “confesión de los Pecados” en los primeros siglos era un evento social  y se hacia  en común, frente a toda la comunidad cristiana presente. Pero un buen día a una mujer se le ocurrió confesar su pecado de adulterio cometido la noche  anterior justamente con el sacerdote confesor.  No sabemos la reacción del marido cornudo ni la del sacerdote galante: sabemos que desde entonces se  prohibió la confesión pública. 


nota: La viñeta de San Ambrosio es una libre interpretación mía a partir de una Icona Rusa
 de la Alta Edad Media

3 comentarios:

Alfa Segovia de Stanley dijo...

Muy interesante el enfoque sobre la vida de San Ambrosio. Realmente, me hizo acordar a "ciertas prácticas" que también se llevaron a cabo por acá, " por decreto"-no real que nunca tuvimos ningún rey, pero sí presidencial. José Batlle y Ordóñez mandó sacar los crucifijos de los hospitales y otras similares "desmitificaciones" religiosas: La Semana Santa pasó a ser Semana de Turismo, por ejemplo. Moraleja: El poder absoluto,corrompe absolutamente.

Unknown dijo...

Ahora ya sé a quién deberle tanto adorno religioso. Gracias, Aldo, tus posts siempre me ilustran! besos

Anónimo dijo...

Magnífica semblanza de San Ambrosio. ¿Quién iba a decir que serían los comunistas de la era de la Unión Soviética los que continuarían la tradición cristiana de la pública confesión?
Angel.