EN VENEZUELA.- En mi período de escultor
Era por allí a mitad de los 80.
Yo me estaba
dedicando con mucho entusiasmo a mis esculturas, empezaba a tener cierto éxito
de crítica pero también de público y de público solvente, que era lo que me
interesaba mucho en aquellos tiempos. Me llegaban ordenes y hasta me llamaban
Maestro.
Bueno, en esa
época Gabriella y yo conocimos a una pareja de casi italianos, de mediana edad
con dos niñas de 8 o diez años cada una. Eran un poco saltapasti, se
dice en una cariñosa jerga dialectal italiana, para indicar que estaban bien,
sí, pero non troppo e non sempre. En fin, ella era una mujer
relativamente inteligente, industriosa y él un tipo sin mucha personalidad:
buena gente, como aprendería a definir a falta de mejor definición. Pero lo
importante a los efectos míos, siempre egoísta e interesado, era que la señora,
nuestra gran amiga Anamery, a la cual yo decía la Buenísima cuando estaba yo de buen humor y ella se lo creía, sabia
preparar unos espaguetis a la salsa de tomate que eran una verdadera joya para
el paladar de un refinado como pretendía ser yo. Bueno.
Me invitan un día
a su casa. En la mesa, en la espera de la famosa salsa de Tomate súper
exquisita, conozco a las niñas a las cuales es imprescindible decir que son muy
lindas, muy bellas, que seguramente tendrán una luminosa carrera que las
espera, que menos mal que agarraron de su mamá y no del papá… y otras idioteces
que las damitas siempre esperan que un hombre les diga. De repente le pregunté:
“¿Y de qué te
ocupas tu ahora?”
“¿Yo? ¡Cría de
perros! “
Y lo dijo como la
cosa más natural del mundo como si lo estuviese haciendo desde antes de nacer.
Siempre me habían
gustado los perros. Desde la adolescencia, como a todo muchacho. Y nunca pude
tener uno, como casi todo muchacho. Así que después de la tremenda comilona de
espaguetis con salsa especialísima de tomates, la rogué que me mostrara su zona
de trabajo.
Y me llevó a la
terraza, una terraza muy amplia, en realidad, donde al momento tenía una perra
con sus seis cachorritos recién nacidos. Todos pastores alemanes. Con fabuloso
pedigree, o pied de grulle, que le remontaban a Carlo Magno, el alemán rey de
los Francos: así me aseguró Anamery, convencida.
Y a mí se me
ocurrió:
“Anamery, hacemos
una cosa: un cambalache, una permuta, un do ut des, un canje, un cambio, un
trueque, un intercambio o, como dicen los napolitanos siempre folklóricos y de
doble sentido: yo te doy una cosa a ti y tú me das una cosa a mí. Yo te hago el
retrato en yeso con las cabecitas de tus dos hijitas y te lo entrego. Y tú me
escoges el mas pedigreeudo de los perritos pastorcitos alemancitos que veo por
aquí. Ese amor-odio mío para con los germánicos, hasta en lo del perro estaba
bien asimilado.
Así que me lleve a
mi casa el pastorcito alemancito llorón y simpaticón. Durante toda la noche el
pobre perrito lloró buscando a su mamá.
Sobrevivió el
trauma y creció. Su pedigree habría hecho feliz a una alma gentil amante de los
perros como Adolfo Hitler. Le conseguí un profesor de perros para que le
enseñara las artes marciales caninas. Órdenes en alemán, por supuesto. Nada de
español o de inglés o de italiano. El idioma más adecuado para los perros es el
alemán. Ladrando. Mandando. ¡Ordenando! Me compré un libro sobre perros, para
aprender la manera de tratar adecuadamente al rey de los perros, el pastor
alemán.
Al cumplir el año,
Anamery lo vio. “
“Ten cuidado con él. No
le enseñe el ataque. El ataque lo tiene por instinto” Y me di cuenta de eso
un día que por descuido había dejado abierta la puerta del jardín. En la acera
de enfrente pasaba tranquilo un repartidor de correo, un muchacho inofensivo de
unos 30 años. Al verlo y al olerlo, mi perro, el pastor alemán, que yo había
bautizado Kaiser, se abalanzó encima de él. Pero no fue suficientemente rápido.
El cartero me dio una contundente demostración que el hombre es cercano
pariente del mono: en un brinco se subió al árbol que por suerte estaba cerca,
hasta que yo ordené a Kaiser que regresara a su guarida: “¡Káiser! Platzzzzzz”
Y pedí disculpas
al repartidor de correos.
En otras
oportunidades lo llevé a participar en Concursos. Con cierta preocupación. Pero
vi que no se interesaba en lo más mínimo en los demás perros aun que le
ladraran a él. Ganó varias medallas. Fue descalificado una sola vez. Se trataba
de… no recuerdo que prueba, y al final los jueces tenían que hacerle un examen
físico. El cual consistía en averiguar algo sobre los testículos del perro.
Le avisé al juez:
”Tenga cuidado
al apretarle las bolas a ese perro.”
“No se
preocupe, tengo experiencia. Su perro no se va a asustar.”
Y Kaiser no se
asustó, pero quien se asustó fue el pobre y cretino del juez que a mala pena
pudo zafarse de las mandíbulas del perro. Y se vengó, descalificándolo.
“¿Motivo?” Le pregunte al juez.
“¡El perro debe
saber que no puede morder a un juez!”
Lógico.
Así que nunca más
levé a Kaiser a ningún concurso. Pero sí, era muy cotizado y solicitado como
padrote. Y Kaiser, como buen pastor alemán, obedecía siempre respetuoso las
órdenes de su amo. Seguramente eran las que obedecía con el mayor gusto.
Pero, los años
pasan. Se puso viejo. Ya no tenía la misma energía que antes. Y, cosa que no
sabía, comenzaron a salirle gusanos. Una cosa verdaderamente asquerosa.
¿Mi perro?
¿Mi Kaiser?
¿Carcomido por
gusanos? ¿Por gusanos? ¿Los parias de la naturaleza? ¿Los intocables? No podía
aceptar eso.
Así que una tarde,
al verlo así desmejorado y con una mirada que me pedía ayuda, le comenté a
Juancito, el muchacho que me ayudaba con los trabajos pesados de esculturas:
“Juancito,
mañana mandamos a Kaiser al Wahalla de los perros.”
Juancito no
entendió pero intuyó.
A la mañana
siguiente le di una pala par que excavara un hueco en la huerta del jardín.
“Pero, doctor,
¿no lo llevamos al veterinario para que lo duerma con una inyección?”
No sé qué tipo de
mirada tuve, pero Juancito no comentó nada y siguió excavando. Fui a mi
habitación, en la casa, agarré mi pistola. Me acerqué a Juancito. No sé si lo
comenté a él, o a mí mismo, pero lo que dije fue:
“No voy a
permitir que un idiota cualquiera mate a mi Káiser. A Káiser lo mato yo.”
Y los dos,
Juancito y yo, fuimos en la parte de atrás donde normalmente estaba Kaiser. Y
si, Kaiser estaba. Pero estaba tendido con las fauces abiertas, la lengua
afuera y miles de gusanitos que se salían de su cuerpo.
“Caro data verminibus.” ( CARO DATA VERMINIBUS=
cadaver)
Lo agarré, en mis
brazos… y fui a depositarlo allí donde Juancito había escavado, en la huerta.
Pero…la cosa no
terminó así. Yo había agarrado a mi Káiser en los brazos, lo tenía apretado a
mi pecho, para entregarlo a las Valkirias perrunas. Y mi pecho, hace treinta
años, era pecho bien peludito y casi desnudo por el calorcito tropical.
“¡Los
gusanos!”, me gritó Juancito. No le
hice caso. Seguí con el ritual.
“Échale tierra” le ordené.
Desatendiéndome
Juancito me miraba, indicándome con el dedo:
“¡Los gusanos!
¡Se llenó usted de gusanos!”
Efectivamente.
Esos animalitos asquerosos habían dejado el cuerpo del perro sin vida, para
pegarse a un cuerpo con vida y casi igual de peludo.
“Keroseneee…”, le grité a Juancito. Y me desnudé por completo. Me
vacié el botellón de seis litros de kerosene en todo mi cuerpo, a comenzar de
los cabellos, que entonces tenía.
Maté así a los gusanitos asquerosos, en un baño de kerosene.
Y casi maté de risa a mi esposa, que había acudido al oír la confusión y el
griterío.
“¿Quieres un
fósforo?”
Es que hace pocos
días, justamente, habíamos comentado del suicidio, años antes, del bonzo
ese que se había inmolado con fuego, en una calle en Saigón
5 comentarios:
lo felicito Maestro,como siempre
Yo recuerdo a Kaiser y la advertencia en la entrada de la casa, sólo para iniciados: "Cave canem". Muchos cariños, Aldo!
También lo recuerdo yo anunciando
fieramente las visitas o la poximidad de los merodeadores. Años después, esa cruel y amoral dictadora que es la vida lo sometió a las humillaciones de la vejez. Afortunadamente a nosotros no nos va a pasar.
Saludos, Angel.
novio!!! ERES UN HOMBRE EXTRAORDINARIAMENTE ESPECIAL...QUE AFORTUNADA ME SIENTO DE HABERTE CONOCIDO...MI ADMIRACION TOTAL...UN ABRAZOOOOOO FUERTE
Publicar un comentario