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Hay dos
cosas contra las que uno no puede luchar: contra la Iglesia y contra las modas de las mujeres".
En Bordighera, dirigiéndose a F. Franco (1941)
"No presumo de que Adolf Hitler haya hecho una revolución según
el modelo de la mía. Los alemanes acabarán por estropear nuestra idea"
"No es que los italianos sean ingobernables, es que es inútil el tratar de hacerlo".
"¡Dispárame en el pecho!"
1945, antes de ser fusilado con Claretta Petacci
Desde
la primaria, desde 1934, he crecido como casi todos los italianos de mi edad: con la idea
inicial, dicha, redicha y repetida, del trato injusto hacia Italia de parte de
los aliados al terminarse la primera guerra mundial (Francia e Inglaterra). Oí hablar constantemente de las abominaciones
soviético-comunistas; de la tragedia de la España con su millón de muertos y
del despanzurramiento de santos sacerdotes a mano de hordas de ateos
anárquicos; un poco mas tarde viví en parte las tremendas experiencias y de varios tipos, de la
segunda guerra mundial, del Pacto de Acero Roma-Berlín con el auge y caída del
Tercer Reich, del auge y ( aun que bastante mas tarde) caída de la Unión Soviética; y he vivido la
propaganda antisemita antes y la filosemita después; he asistido a la caída del
Imperio Británico, a la emancipación de la colonias, al desmoronamiento de las
religiones tradicionales. Esas experiencias las hemos vivido más o menos todos
los europeos de mi generación y a todos nos ha enormemente afectado.
De mi generación ya quedamos poquitos para recordar esos
eventos. Y ese periodo ha sido importantísimo de preparación al
actual. Recordar,¿ para qué?
Pero hace un par de años, aca en Montevideo, en ocasion de una fiesta familiar, tuve una invitacion donde habia muchos jóvenes. Los jóvenes son
como he sido yo. Vemos el momento, somos entusiastas y superficiales. Somos extremistas y con
deseos muy intensos de renovación
que en la gran mayoría de los casos se extinguirán miserablemente con el pasar de
pocos años. Cantamos unas canciones de protesta de autores que se han hecho
millonarios protestando, agarramos unas tijeras y nos hacemos huecos en los
blue jeans y nos creemos
revolucionarios por eso.
En esa simpática reunión con jóvenes de Uruguay, decía, de parte de alguien se había utilizado el término “fascista” como sinónimo de delincuente, corrupto, autoritario, violento, según se acostumbre utilizar el término hoy en día. Y allí yo, que hasta el momento me había limitado a cantar para esos jóvenes algunas canciones de la Resistencia Italiana (que también forman parte de mi experiencia), quise intervenir con algunas consideraciones. Remarcar que “hoy en día“ el término fascista tiene indudablemente este significado peyorativo. Pero que no siempre había sido así. Porque hace años, en los de mi lejana juventud, esos mismos calificativos cariñosos se referían a los soviéticos-comunistas. Y para los fascistas, todo lo contrario: aceptados por un montón de gente respetable. eran los Enviados de Dios, según el papa Pío XI.
En esa simpática reunión con jóvenes de Uruguay, decía, de parte de alguien se había utilizado el término “fascista” como sinónimo de delincuente, corrupto, autoritario, violento, según se acostumbre utilizar el término hoy en día. Y allí yo, que hasta el momento me había limitado a cantar para esos jóvenes algunas canciones de la Resistencia Italiana (que también forman parte de mi experiencia), quise intervenir con algunas consideraciones. Remarcar que “hoy en día“ el término fascista tiene indudablemente este significado peyorativo. Pero que no siempre había sido así. Porque hace años, en los de mi lejana juventud, esos mismos calificativos cariñosos se referían a los soviéticos-comunistas. Y para los fascistas, todo lo contrario: aceptados por un montón de gente respetable. eran los Enviados de Dios, según el papa Pío XI.
Sin
entrar en el mérito de la cuestión de si dios, en su infinita sabiduría, tenía de
verdad esos tipos de enviados, quise comentar eso con la idea de hacer notar cómo con el
tiempo también el significado de las palabras cambia.
¡Se armó la de Caín! Los jóvenes, en su
mayoría de izquierda, no querían aceptar la idea que en otros tiempos los
valores fueran diferentes. Fue inútil cada tentativa de disuasión. No logré
hacer notar que normalmente el juicio de observadores superficiales considera
solamente a los últimos años de un personaje de cierta importancia. O sea que, mutatis
mutandis, como si para mostrar a los nietos quién era Sofía Loren, les
presentaras solamente una foto de ella a sus 77 años, en su decadencia, con
arrugas y lifting, y no cuando tenía el esplendor físico de sus años de auge. O
como cuando de Nerón, por facilismo hollywoodiano, se recuerdan solamente las
extravagancias de la quema de Roma y sus manías de músico y no los enormes
trabajos hechos y códigos de leyes promulgadas; y nadie se pone a pensar cómo fue
posible que el Imperio Romano durara tantos siglos si era gobernado por locos,
chiflados y delincuentes. O como cuando de Napoleón la gente recuerda, máxime
los ingleses, solamente los delirios del Imperio, la Corona, la sangre en
tantas batallas, sin saber ni querer saber nada de sus grandes méritos administrativos y legales
con su Código, que por cierto se llamará Código Napoleónico y que sirvió de
paradigma para muchos países. De Stalin recordamos los últimos años de terror,
olvidando que, a pesar de los muchísimos excesos, fue el forjador de su patria.
Rusia era un país muy marginal, lo era desde siempre, a parte el Ermitage,
pero con él llego a ser una potencia de primerísimo plano, al punto de ser considerado
el único valido antagonista de los Estados Unidos de América. Lo mismo dígase para
Mao Tse Tung. Así como no queremos recordar los méritos económicos de Hitler en sus primeros
años de Gobierno en una Alemania con una inflación galáctica. Y así, seguía
sosteniendo yo, como ahora se recuerdan los 10 últimos trágicos años de gobierno
de Mussolini, pero ni se habla de los primeros 10, que lo llevaron a la fama y casi total
aprobación internacional.
¡Me
tacharon de fascista con el significado actual del término!
“El
fascismo ha sido siempre una organización de delincuentes”
Esa
fue su afirmación, su Verdad Bíblica. Es un herético: a la hoguera.
Y con eso se terminó la reunión.
Y con eso se terminó la reunión.
Bueno,
me quedé mal. Claro, yo pensaba que las opiniones de una persona que no
solamente había leído sobre esos años sino que los había vivido, fueran
aceptadas con cierto respeto y consideración, o por lo menos escuchadas aunque
fuera por pura curiosidad. Pero no. Prevaleció el fanatismo. No querían oír
razones.
Así
que ahora, a mis 80 años pasados, cuando ya no me importa un carajo de si me
tildan de pro Napoleón, o pro Stalin, o pro Mao Tse Tung o pro Mussolini,
quiero reportar, antes de que me vaya para el Hades profundo, las impresiones
que tuve en aquellos primeros diez años y de los cuales parece que esté
prohibido hablar.
Bueno,
todos los muchachitos de Italia, en 1935 y 1936 (yo soy del 1928, así que eso
sucedía a mis 7, 8 años de edad), todos los que íbamos a la escuela teníamos en
el salón, en el fondo, en la pared de fondo, donde estaba la maestra, tres
cuadros-fotos sagradas: una del Rey, una del Duce Mussolini y la otra el
Crucifijo. Todos, al iniciar las clases, hacíamos un Rezo a María Virgen
pidiéndole, además de que la Señora Maestra no nos interrogara, que ayudara a
nuestro Duce Benito Mussolini. Era lo normal. Al lado del escritorio de la
maestra, estaba un mapa de Etiopía, y allí se marcaban con una banderita
italiana las ciudades conquistadas. Era el año 1935, el de la Guerra Colonial
Contra Etiopía. Pero no se decía ciudades “conquistadas”, sino “liberadas”.
Liberadas de la esclavitud y del paganismo tribal. O sea, nos enseñaban que los
italianos llegábamos allí a darles libertad y civilización a los pobres
negritos de África. Y los etíopes nos estaban agradecidos. Ese era el ambiente
y recuerdo muy bien el patriotismo que nos empujaba a todos los ciudadanos a
exponer banderas de Italia en las ventanas, a la noticia de cada victoria en
África Oriental. En esos años el entusiasmo para Mussolini estaba alcanzando su
apogeo. Quizás el evento mas indicativo de ese clima de adhesión a Mussolini y
al fascismo, y lo recuerdo personalmente muy bien todavía por haberlo vivido,
fue el grandísimo entusiasmo que nos empujó a casi todos los italianos a dar
ORO A LA PATRIA. En el 1935, si no recuerdo mal (pero un año más o menos es lo
mismo, para mí que no soy historiador serio), el día 18 de noviembre, la
Sociedad de las Naciones (la antigua ONU) condenó con sanciones económicas la
acción de Guerra de Italia contra Abisinia, o sea contra Etiopía y el Emperador
de Abisinia, el Negus Neghesti, Aile Selassie. Inmediatamente, al enterarnos de
que el 18 de noviembre la belleza de 52 naciones nos habían aplicado sanciones
económicas, un sagrado furor de Patria nos entusiasmó alrededor de Mussolini y
seguimos felices sus órdenes de ofrecer Oro a la Patria, para compensar las
restricciones de las sanciones, que naturalmente eran injustas e impuestas por
las naciones ricas. Recuerdo muy bien el dije, con el número 18 bien a la
vista, que casi todas las mujeres italianas, incluyendo mi mamá y mis tías,
ostentaban en sus vestidos, para recordar el día de la infamia y que encendió
nuestro entusiasmo patriótico. Todo, obviamente, bien orquestado con la
publicidad y propaganda que siempre ha existido y existirá para lavar cerebros.
Se estableció el día de la “Alianza”, o sea el día en que los italianos de
verdad donaron su alianza de matrimonio a la Patria. La ceremonia oficial más
importante se dio en el Altar de la Patria, o sea muy cerca del antiguo y
verdadero Capitolio Romano, en un entusiasmo que contaba sin duda con el apoyo
de las estatuas de los Antiguos Emperadores en el Foro Romano,quizs recordando el ORO A LA PATRIA en los tiempos de Brenno, el Gallo. Todo eso en la
Plaza Venecia, donde Mussolini tenía sus Oficinas de Gobierno y el famoso
Balcón de los Discursos. Muchísimas personalidades hicieron esa misma oferta
del Oro para la Patria. La más espectacular fue quizás la de la Reina Helena de
Saboya, quien se quitó el anillo de boda y lo colocó en los cascos de guerra
donde se recogían todos los demás anillos. Y también el Rey, con menos
simbolismos y más sustancia, donó lingotes de oro, así como el Príncipe
Heredero Humberto, demostrando la gran adhesión de la Casa Real a la Causa del
Fascismo. Y otros personajes importantísimos de la época, como Guillermo
Marconi, el gran físico; y Luigi Pirandello, el gran taumaturgo; y Gabriele
D`Annunzio, el gran Poeta-Héroe, fueron envueltos en el entusiasmo de la
adhesión. Se recogieron casi 40 toneladas de oro y casi el doble de plata que
ingresaron en el Banco de Italia. Fue un entusiasmo general. Y hasta donaron
algunos personajes extranjeros. Sí, el consentimiento para con Mussolini, en
aquella época, era de muy amplia mayoría. Sea en Italia como en el extranjero.
¿Que
había conseguido, en realidad? ¿A qué se debía esta aceptación que llegó hasta
a declararlo el más grande estadista del siglo?
Al
inicio, en los años ´20, desde su aparecer en la escena política italiana,
había logrado que se superara, sea en Italia como en el resto del Mundo, el miedo a la infiltración
ateo-soviético-comunista, y fue considerado mundialmente como paladín contra
las nefastas teorías de Lenin.
Con
el Vaticano, logró terminar oficialmente las hostilidades que habían comenzado
con los celebérrimos Bersaglieri, desde 1861 cuando el tricolor de Italia flameó en
Roma consiguiendo por fin la tan ansiada unificación de Italia después de 1.500
años de divisiones y dominios extranjeros. Con Mussolini se llegó al Concordato, Acuerdo
Italia-Vaticano, para tranquilidad de la gran mayoría de los Católicos
Apostólicos Romanos de Italia.
Mussolini
tuvo también varias iniciativas de carácter social. Recordemos aquí que
provenía de una familia de socialistas. Su nombre Benito fue un homenaje a
Benito Juárez, el héroe presidente de México, él que tuvo que fusilar como cabro expiatorioa aquel gentilhombre que fue Maximiliano de Habsburgo. Y sus iniciativas de carácter social eran en
su época una absoluta novedad. Institucionalizó la Maternidad e Infancia: en
ningún otro país de la época había forma de asistencia a la mamá y al hijo. La
chica que se quedaba en estado, prácticamente era echada de la sociedad y tenía
que arreglárselas ella sola y muy a menudo terminaba en un prostíbulo. Él quiso
que se le diera asistencia, fuera o no fuera casada, fuera o no fuera católica.
Y
siempre a favor de los jóvenes, fundó Colonias Marinas. El quería que todos los
niños de Italia, máxime los más pobres, pudiesen tener por lo menos un mes de
vacaciones al mar en verano. Y lo consiguió. Claro, en las Colonias, que yo
conocí porque en una de ella estaba mi primita Carla, mi primer amor de los
cinco años, había la inevitable propagada: por la mañana había la ceremonia de
Izar Bandera y se recordaban los destinos nuevos de la Patria Fascista. ¿Qué
pretenden mis amigos jóvenes de Montevideo? ¿Que se cantaran himnos de
agradecimiento a Lenin?
A las
grandes empresas les pidió que dedicaran un amplio espacio como Club para los
Obreros, donde pudieran concurrir después de las horas de trabajo o en los días
de fiesta. Creó el Dopo Lavoro ( El Después del Trabajo). Hasta la Unión
Soviética, el gran paradigma a seguir, copió la iniciativa italiana.
Creó
Cinecittà, la ciudad del Cinema, en los alrededores de Roma.
Hizo
la campaña para recuperar grandes terrenos palúdicos y de malaria que desde
siempre infestaban la zona al sur de Roma, y los transformó en aéreas
agrícolas; y su sistema fue copiado en varios países del mundo, máxime
suramericanos, entre los cuales Venezuela que mandó sus “técnicos” para
estudiarlo y aplicarlo a América.
Eliminó
los sindicatos, sea los patronales como los de obreros. Su teoría era que el nuevo estado no debía ser económicamente
ni socialista ni capitalista, sino tener lo bueno de ambos sistemas, y creó el
sistema Corporativo, que me parece fue imitado hasta por la Argentina de Perón y emocionó a Roosevelt.
Y, casi casi, diría que el Socialismo de Mercado de la nueva China
tiene algo o mucho de ese “Corporativismo”. El Partido Fascista tenía un rol de
juez y control, para dirimir las eventuales y casi inevitables asperezas entre
las empresas y sus obreros. Mi papá, además de alto Directivo de Banco, fue
también alto funcionario de ese sistema de las Corporaciones.
Se
fundaron Partidos Fascistas en casi todo el mundo: en Canadá, en USA, en
Inglaterra, en Francia, en España, en Hungría, en Austria, en Alemania y no sé
si también otros estados menos importantes. No sé lo que pasó en Uruguay, pero
sé a ciencia cierta que Uruguay recibió con entusiasmo las muestras acrobáticas
de la Escuela de Aviación Fascista, en su época, en esa época inicial; tengo yo
un video de eso. Y pude constatar que ninguno de los amigos uruguayos presentes
en la reunión, nunca había oído hablar del argumento. Se habían puesto de moda
las Camisas Negras de los Fascistas de Mussolini, las Pardas de los alemanes,
las Azules de los falangistas en España, las Grises de Sudáfrica, las Plateadas
de USA y así cada nación que tenía su variante de partido fascista, usaba
camisas de colores según la nacionalidad. Recuerdo que en aquella oportunidad
en México, considerada entonces tierra de las eternas revoluciones, los
fascistas locales tenían camisas doradas, muy llamativas. Hubo una cantidad de
personajes políticos que aceptaron a Mussolini. A partir del Papa que lo llamó
el hombre de la Providencia Divina, hasta Roosevelt que trató de imitarlo en
algo de política social, como ya dicho. Con Churchill tuvo una
amistad que duró años, basada en profunda estima recíproca: se parecían mucho
en varios aspectos de sus actuaciones políticas y Churchill llegó a declarar
públicamente que si él fuera italiano, sería fascista. Y el mismo Gandhi, el
pacifico y exótico Mahatma Gandhi, lo estimaba mucho y aceptó la invitación de
comer muy privadamente en la casa de Benito Mussolini, en Roma, a la mesa con
sus hijos, donde Donna Raquele servía los platos. Y en esta ocasión recordaré
que Mussolini regañó a sus hijos, entonces muchachos, porque le tomaban el pelo
a ese personaje que ellos veían solamente como un extravagante: “Este señor,
semidesnudo y con sandalias, está haciendo temblar al Imperio Británico, ¡así
que respétenlo mucho!”.
Pero
hay otro aspecto de Mussolini, del cual quiero hablar, y que abarca sea el
primer periodo como el segundo: o sea el periodo del Mussolini “bueno” como el
del Mussolini “malo”. Y no tiene nada a que ver con el hombre de estado: fue su
actitud con las mujeres.
Mussolini
era hombre de otros tiempos y en aquellas épocas la mujer era considerada poco
más que objeto de lujo; o amante, fija, semifija u ocasional, o la santa madre
que sigue los tres deberes: Iglesia, Hijos y Casa. Cuando queremos justificar
actitudes “caídas en desuso”, decimos que el personaje en cuestión era hombre
de su tiempo. Indudablemente Mussolini lo era y podríamos decir lo mismo de él.
Pero….
Pero…
Mussolini exageró, tenía carácter impetuoso y hasta violento a veces. E
indudablemente no tenía muchos escrúpulos con el fin de conseguir sus metas en
todos los campos y en eso fue muy similar a todos los políticos de todos los
tiempos. Stalin, Hitler, Mao, el Papa: prepotencia, vanidad, egocentrismo. El histrionismo perfecto. Pero a mí personalmente
nunca me gustaron sus acrobacias más sexuales que amorosas. Se sabía que
Mussolini era machista. Sumamente machista. Todo el fascismo era machista. El
Nazismo también. Y las Valkirias, aunque se llamaban guerreras, en realidad no
peleaban: eran mujeres y se limitaban a retirar los cuerpos y las almas de los
héroes caídos en batalla y los llevaban al Walhalla. El héroe ha sido casi siempre
el varón, el macho.
Se le
han atribuido a Mussolini la belleza de 500 amantes. Más que Giacomo Casanova.
Puede ser cierto o puede que no. La verdad es que era de notables apetitos
sexuales. Pero las mujeres que él consideró algo más que objeto, no fueron
muchas: quizás la primera fue la Babanoff ( Balavanova),de
origen hebreo y ucraniana. Después vino otra, Ida Dalser, me parece recordar
que casi austriaca, y que fue madre de su hijo, Benito Albino, y que a
pesar del marido tanto ayudó inclusive económicamente al joven Mussolini.
Pero Mussolini se portó en manera vergonzosa con esta pobre mujer y con el
hijo. Para no complicarse, llegó al cinismo de mandarlos a recluir en un
manicomio. Y se casó con Raquel, que fue su esposa y víctima durante toda su
vida. Y después vino el amor, en la medida que Mussolini sabia amar y con la hebrea italiana Margarita Scarfatti, mujer
inteligentísima, bellísima, riquísima, elegante, culta, conocidísima en el
ambiente internacional, amiga de los Roosevelt. Fueron amantes varios años;
Mussolini la estimaba mucho y tuvo la cara de bronce de deshacerse de ella
cuando promulgó las leyes raciales en 1938, regalándole a ella, hebrea, el
pasaporte para refugiarse fuera de la zona de persecución. Esa mujer, que
probablemente nunca dejó de amar a su Benito, pasó los últimos años de su vida
olvidada entre Uruguay y Argentina. Y de último apareció la
joven aristocrática romana Claretta Petacci, enamoradísima de su Ben, que podía
ser casi su abuelo. Lo amó tanto, que ofreció su cuerpo como inútil defensa
contra la metralla del comunista (¿o del
inglés?) que la aniquiló a ella y su Benito. Fue un gesto de amor sublime que
seguramente Mussolini no merecía.
Después
de la gran aprobación que tuvo entre 1935 y 1936, la parábola de Mussolini
comenzó a bajar vertiginosamente. Y eso es lo que más o menos sabe todo el
mundo y no quiero entretenerme mucho con eso. Ese fue el periodo del Mussolini “malo”,
como me dijo una vez, hace años, el historiador venezolano Guillermo Morón.
Fue
un desastre. Un completo desastre. No supo liberarse de los aduladores, se
formó la Estatua Benito Mussolini, se creó el Mito. El culto a la personalidad.
El mismo que denuncio Krushchev referido a otro corderito de dios. Y Mussolini creyó
en su mito. La muerte de su hermano
Arnaldo le quitó a Benito la presencia y el consejo de una persona
muy inteligente, sabia, culta, que sabía frenar las imprudencias del hermano y
el único a quien Benito escuchaba.
Y
además apareció Hitler. Y con la ayuda que dio la Alemania nazi a la Italia de
la guerra de Etiopía, comenzó la trágica dependencia de Mussolini para con
Hitler. Al principio, cuando el Duce era todavía el hombre del Destino,
Mussolini no lo soportaba; y quizás no lo soportó nunca. Se había negado a
dedicarle una foto con su autógrafo al Hitler que todavía era poco conocido y
al que calificaba de “monaco chiacchierone”, monje hablador de tonterías. Pero
Mussolini logró frenar a Hitler. Pocos recuerdan eso. Pero eso fue
ocasionalmente y al principio, con Austria en juego. Mandó dos divisiones
Italianas al confín, para disuadir Hitler de ocupar con la fuerza a Austria. Y
Hitler se retiró. Pero la maquinaria alemana estaba ya preparada para la
guerra.
Estaban
retumbando los tambores. La antigua sangre de las fuertes y belicosas tribus
germánicas quiso vengarse de la humillación de Versalles. Y animadas y
catequizadas por la magnífica propaganda de Goebbels, con la Teoría de la Raza
Ariana, el odio al extranjero y al judío, deificado el Führer, los alemanes en
su grande mayoría apoyaron a Hitler. En dos semanas las Panzer Divisionen
acabaron con la “invencible” Línea Maginot, con Francia, con Bélgica, Holanda,
Luxemburgo y arrinconaron a los ingleses en Dunquerque.
Mussolini
no quería entrar en guerra, porque a pesar de las adulaciones, él sabía que su
Ejército, el Ejército italiano, no estaba preparado. Ni la Marina, siempre algo
antifascista, ni la Aviación.
Pero
el avance alemán fue tan contundente al punto que nadie, en aquel momento,
creía en una derrota de Alemania. Solamente aquel león de Winston Churchill
supo animar a los ingleses. Y supo cortejar a los americanos. Y tejer su astuta policía. En el momento mas desesperante
para Inglaterra, declaró que llamaría a
todo el mundo, a todos los continentes a participar y que aplastaría la
esvástica alemana. Y así fue.
Imagínate,
joven amigo de Uruguay de la reunión de aquella noche: ¿Qué hubieras hecho tú
como estadista al ver que la mancha de aceite de Alemania se extendía tan
velozmente por Europa?
Alemania
se daba por vencedora 9,5 a 1.
Si
Italia se mantiene neutral, ¿quién puede impedir a las divisiones alemanas
que hagan un lindo paseo por el Bel Paese? ¿La sola y pura admiración de Hitler
para con Mussolini cuánto tiempo puede durar? ¿Y el interés de Patria? Los
alemanes también tienen intereses de patria. Y seguro más que cualquiera. Y el
Mediterráneo es un lindo sitio para veranear. Así que Mussolini decidió entrar
en la guerra, aun con su armada Brancaleone. Era mejor que quedarse neutral.
Se
declaró la guerra; lo recuerdo perfectamente, yo era muchacho, pero no se ha ido de mi
cabeza la voz metálica y decidida de Mussolini, en esa fatal tarde de verano en
Roma, diciendo que se había entregado a los Embajadores de Francia e Inglaterra
la Declaración de Guerra.
Recuerdo
muy bien la cara muy preocupada de mi papá. Y el entusiasmo que teníamos los
muchachos, idiotas como siempre.
Y el
ejército de Brancaleone demostró ser ejército de Brancaleone: desorganización
en todos los frentes. Actos de sublimes heroísmos individuales, pero absoluta
incapacidad organizativa. Y cuando el Dios de la Guerra volvió la espalda a
Alemania, se desmoronó el sueño de Mussolini. Y todos los italianos se volcaron en contra de
él. Y siguió la decadencia de Mussolini, su vil arresto, su liberación
rocambolesca por parte de las SS, la formación patético-patriótica de la Nueva República
Sociale Italiana, fascista y dependiente
de la Alemania Nazi. Todas tragedias que Mussolini ya no podía evitar. Así como
no podía no fusilar al Conde Ciano, marido de su amadísima hija Edda y padre de
sus nietos. Fue irrevocable decisión de Hitler.
Fue
un trágico error haber entrado en guerra y hubiera sido quizás más trágico aun
si no hubiera entrado y hubiera sometido a Italia a los caprichos del Teutón
vencedor.
Quizás
todo eso fue resumido amargamente por Mussolini en pocas palabras:
“Yo
soy un estadista de primera en un pueblo de segunda. Y Hitler es un estadista
de segunda en un pueblo de primera.”
* * *
No
debería hacer comparaciones que seguramente me serían muy criticadas y
absolutamente incomprendidas. Pero faltaría a mi realidad: a la realidad de mis
memorias, si no refiriera lo que me vino a la mente al ver la imagen
nauseabunda del cuerpo ultrajado y sanguinolento de Mussolini, desfigurado
hasta en la cara, colgado como un ternero. Me sobrevino la imagen de César, el grande Cayo Julio Cesar, cuando casi dos mil años
antes fue asesinado con 45 puñaladas y quedó moribundo en un baño de sangre a
los pies de la estatua de Pompeyo, en el Senado Romano. El también era un dictador. Y la tremenda
decepción en aquella última trágica frase: TU QVOQVE, BRVTE, FILI MI?